RESTOBAR ESTACIÓN ADUANA: UN SALÓN QUE SE PERDIÓ EN TIERRA IQUIQUEÑA
Coordenadas: 20°12'43.86"S 70° 9'9.88"W
Iquique ha tenido varios buenos lugares óptimos para la oferta de jugos naturales o mezclas
de leche con sabrosas frutas tropicales producidas principalmente en
Pica, así como algo más "potente" disponible en las noches. La mayoría de estos expendios están en el lado del centro
comercial y en los bajos exteriores del Mercado Centenario, pero había
uno un poco más retirado que fue mi favorito en cada visita a la ciudad, hasta hace poco:
el restobar Estación Aduana. Su oferta abarcaba bastante más
que esas cremosas y blancas copas de lácteos con frutas que los turistas solían pedir
allí, por supuesto.
Además
de la buena carta de comidas y tragos, de su ambiente propio interior y
de la cordialidad de quienes allí trabajaron, el boliche gozaba de una buena ubicación cerca del puerto: partiendo por el nombre, la fusión se procuraba entre identidad y la
historia de la misma zona baja de Iquique en que se halla, a escasos
metros de la ex Aduana, del acceso al puerto y los muelles. El título evocaba a la
parada por la antigua estación del puerto que hacía el viejo ferrocarril, en la también de la
fantasmal central ferroviaria que constituía la ex Estación del
Ferrocarril. Las vías casi totalmente desaparecidas ascendían por la
avenida Centenario y, tiempo después, ingresaban por el terraplén hasta
las instalaciones portuarias de la ex Isla Serrano, frente a las cuadras
donde está el local.
Otro aspecto interesante del Estación Aduana y de su "encastre formal" con
la historia de la ciudad de Iquique, era el propio espacio que ocupaba:
un antiguo caserón de esquina con sugerencia georgiana, justo en la
conjunción de las calles Aníbal Pinto con Bolívar y frente a la
plazoleta donde está el homenaje a Charles Darwin. Probablemente
remontada al período del cambio de siglo, esta casona de dos pisos es enteramente de
madera hoy pintada de color verde y parece haber tenido cierta
suntuosidad en su época, incluyendo una ventana con balconete en los
altos, encajando claramente en el mismo estilo de las demás casas de la
cuadra, especialmente las del lado de calle Pinto.
La forma "poligonal" y
con acceso justo en la cara del vértice, hace sospechar que aquel inmueble podría
haber estado destinado desde su origen a ser un edificio de carácter
comercial, al menos en sus bajos. Sin embargo, el restobar ocupaba también la
parte alta a la que se accede por una escala interior, aunque se trata
de sólo una parte del segundo piso de toda esta construcción.
La
dirección precisa del Estación Aduana era calle Bolívar
201. Figuraba registrado como salón de té, restaurante comercial, bar
con venta de alcohol y de confites, además de pub, rasgo este último que
comienza a hacerse notorio más cerca de las horas que siguen a la caída
del sol. Sin embargo, cuando el negocio nació hacia 1999, no estaba
exactamente aquí en la esquina, sino una cuantas casas más arriba por
calle Pinto: se había cambiado a su último sitio hacía unos cinco o seis años, según recordaba su dueña doña Carolina
Torres, quien trabajaba y atendía en el mesón durante el día.
Interiormente,
el negocio tenía una decoración con toques de vanguardia artística
contrastados con iconografía pop clásica, como imágenes de estrellas de
cine blanco y negro o collages con
divas y galanes de las viejas candilejas. Diría que la mayoría de los
concurrentes diurnos parecían coincidir con el perfil de profesionales jóvenes, aunque la cosa cambiaba en el verano con el arribo de los veraneantes.
La barra con repisas de botellas para tragos aparecía desde el costado
mismo de la entrada, extendiéndose hacia el fondo con asientos
individuales. Hacia atrás de ellas, justamente, pasaban las jóvenes
camareras llevando y trayendo platos desde la cocina.
En
la hora de almuerzo destacaban en el establecimiento los productos marinos con garantía de
frescura, pues en las pizarras exteriores se enfatizaba que todo es "pescado del día": albacora, atún, pescado frito y hasta exotismos como el ceviche Nikkei y tablas de sushi.
Para carnívoros estaban platos típicos como el pollo, el bistec y el lomo
a lo pobres, además de lomo vetado y sándwiches clásicos. También
existía una llamada "tabla aduanera" para los hambrientos, que llevaba
papas fritas, trozos de carne de ave y/o vacuno, salteada con pimentón y
cebollín. Para vegetarianos, en cambio, ensalada César y papas fritas, junto con
sabrosuras como la ensalada andina y las papas al merkén, además de una
especialidad de sándwich estrictamente vegetariano. El restobar ofrecía
un menú especial para niños de hasta 12 años, mientras que para postres había
"ensaladas" de frutas y copas con helados de la casa.
Siendo ya más
tarde en cada día, comenzaban a aparecer por el local sobre todo los que iban
directamente a poner el dedo sobre alguna de las ofertas de su bar
internacional. Figuran en la carta las cervezas y vinos, pero los piscos
sour y mango sour tenían fama de excelentes en este sitio. El sour era
ofrecido ofrecido con receta chilena o peruana si se la pedía, pero la
casa tuvo por estrella una exclusiva de "fusión" con goma y clara de
huevo llamada "pisco sour a la aduana"... Como sospecho de que no me
revelaron todos los detalles de su receta, no la detallaré.
Famoso
atractivo fue allí también la venta de copas verdosas de la extótica absenta,
uno de los contados bares que lo ofrecían regularmente en el país. Me
dicen que existieron otras particularidades del bar como cierto
licor llamado Hipnotik de New York, hecho con vodka, cognac francés,
maracuyá, naranja y arándanos además de Jägermeister, el conocido destilado alemán de varias hierbas.
A
estas horas de copas y botellas que se extendían hasta la madrugada,
el público se volvía más ecléctico y la fauna ocupando las mesas parecía
calzar menos con clasificaciones por edad o aspecto. Es la etapa de
cada jornada en que se encendían las luces del ya retirado gran cartel
luminoso con el nombre del local y que colgaba sobre el acceso,
mostrando una colorida imagen con la silueta de una vieja locomotora
pasando junto a una cruz de San Andrés con un atardecer de fondo, en
otra evocación a los tiempos fantasmales señalados por el título que
ostentaba el boliche.
Finalmente,
no puedo dejar de repasar los buenos jugos naturales de este local con los que empecé a escribir esto. Debo insistir en el hecho de que se encontraban entre los mejores de la ciudad, para mi
gusto y el de otros: mango, guayaba, piña, frutilla o maracuyá, al agua o mezclados
con leche, servidos en una refrescante y dulce copa fría.
Pero
ser bueno, bonito y barato no salvó al restobar Estación Aduana de
los devenires comerciales, cerrando recientemente, a fines de 2012. Un
nuevo local ocupa esa casona verde, ahora: el Regional Cantina y
Bristó, interesante negocio de un atento y gentil comerciante joven
llamado Cristián, quien parece conservar bastante del extinto Estación
Aduana. Trajo, sin embargo, elementos jóvenes y debutantes que ayudan -en parte- a aminorar la pena de la pérdida, por
lo que también es recomendable visitarlo: gustará a todo aquel que se encuentre en
Iquique y pase por el corazón de este histórico lugar de la ciudad
señalado por la ex Aduana, el acceso al puerto y el muelle junto a la gobernación marítima.
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