PATITO, EL MÍSTICO: RETRATO DE UNA AUSENCIA EN EL PASEO BAQUEDANO
Patito frente a Plaza Prat, en imagen que le tomé en julio de 2011.
Coordenadas: 20°12'53.55"S 70° 9'7.20"W (Lugar en donde tenía su puesto)
Conocí a Patricio Maldonado, o Patito el Místico
por sus amigos, allí en el camping de Pica cerca del sector de El
Resbaladero, hacia donde están las dos de las cochas más conocidas de
este hermoso caserío tarapaqueño al interior de la Pampa del Tamarugal.
Hicimos buenas migas casi al instante, cuando me vio colocando una
bandera chilena sobre mi carpa, en esos días inmediatamente posteriores a
los de la Fiesta de la Virgen de La Tirana. Era un tipo pacífico, afable y, para mi sorpresa, de enorme ilustración.
Recuerdo
haber estado conversando con él hasta muy tarde en aquellas noches, casi de
amanecida. No reuníamos al calor de las fogatas hechas por otros campistas. Me dio la oportunidad para comprender, así, que una profunda
espiritualidad ígnea inspiraba a esa personalidad más bien
introvertida y contemplativa, con algo de loco y algo también de iluso. Esta era la razón de su apodo el Místico, precisamente.
Uno
de esos mismos días allí en Pica fue el de su cumpleaños, rondando las
cuatro décadas de vida aunque aparentaba bastante menos con su larga
cabellera y su vestimenta influida por el estilo "artesa" que, para mi
gusto, no representaba mucho su auténtica individualidad. Una de esas mismas
tardes, además, encontré una gran cantidad de ramas de árboles frutales que
habían sido podadas y apiladas afuera de un fundo piqueño, llenas de
jugosas guayabas y especialmente naranjas, que metí en un enorme saco
para arrastrarlo hasta nuestro campamento y que sirvieron para obsequio de cumpleaños.
Allá,
junto a su inseparable amigo de correrías, Julio, un maduro aventurero
de aspecto vikingo y larga cabellera rubia, repasamos historias de
nuestras memorias viajeras mientras devorábamos las suculentas frutas. Fueron horas y horas intercambiando naranjas y aventuras personales casi como en un juego de
naipes, mientras la noche fulguraba en torno a nosotros con los reflejos
cálidos del baile de las llamas sobre las carpas, bajo la inmensidad
estelar tarapaqueña. Son cosas que sólo suceden en aquellos páramos de la Pampa del Tamarugal.
Recuerdo
que otro personaje de ese grupito del Místico: era Cristián, un entretenido
muchachón, chileno residente por temporadas en Venezuela pero viajero de corazón, quien se hallaba de regreso provisorio en esta tierra. Era un muchachón risueño pero impulsivo, acostumbrado a los rigores de la calle, también con cabellos rubios pero aglomerados en el estilo "rasta", en gruesos drelos. Aunque
los tres ya se conocían desde mucho antes, todos veníamos por entonces desde la Fiesta
de La Tirana para retirarnos un rato acá en la paz de Pica, de modo que sí había cierta
energía mística ionizando el ambiente de estos encuentros nocturnos, para el placer espiritual de Patito. En
el mismo campamento de viajeros estaba la familia constituida por mis
actuales amigos el matrimonio de Claudio y Mary, en cuyo hogar de
Iquique -por esas vueltas de la vida- escribo ahora estas líneas.
No todo era meditación zen, sin embargo. Algunas
furtivas cervezas en lata, escondidas en la oscuridad, se destapaban y
vaciaban durante aquellas noches de largo tiro... Noches que agregaban a
cada jornada un libro interminable de nuevas memorias y cuentos de
anécdotas, de las que el Místico era un tremendo narrador y protagonista.

Sector
donde se colocan los artesanos "informales" del Paseo Baquedano
llegando a la Plaza Prat, precisamente hacia el lado junto al Teatro
Municipal que Patito usaba como puesto callejero.
Es difícil describirlo, pero -sin idealizar ni hacer panegíricos- Patito
era en verddad una persona extraordinaria, y no tardé en notarlo. De ahí, entramos
en confianza con la misma celeridad. Su camino totalmente
autoconstruido y derrotando muchos traumas de la infancia lo ponía en
dimensiones tan propias y personales de opinión, de filosofía de vida y
de conciencia existencial, que no parecía encajar en nada preconcebido, a
pesar del engaño que podría inspirar su ocupación informal como
mochilero incorregible y vendedor de joyería artesanal, típica de esas
ferias para encantar a turistas y nostálgicos de la Era Hippie con
bisutería de plumas, conchitas y abalorios; "parchando", en la jerga de los comerciantes de la calle.
El viento sobre las
velas del viajero lo movieron toda su vida. Así como Julio ha viajado
incluso a la Europa que claramente debe ser el lugar de origen de los
ancestros que legaron en él tan innegable aspecto de grueso guerrero
teutón, los ojos verdosos y algo lánguidos de Patito habían visto ante
sí gran parte de nuestra Vieja América, tomando pequeños recuerdos de
cada lugar donde estuvo y que llevaba siempre con él, escondidos entre
sus ropas o bolsos. Quizá eran los souvenirs de una búsqueda íntima en incesante, me pregunto ahora.
Me
acuerdo, por ejemplo, de unos curiosos timbres de origen probablemente
incásico y finamente tallados en piedra, que portaba en los bolsillos.
Sus inscripciones hacían suponer que se trataba de piezas para rotular o
sellar alguna clase de pertenencia o documento. También me regaló una
minúscula piedra horadada que trajo de una playa ecuatoriana y que
atesoraba mucho entre esa colección de recuerditos arqueológicos, la que
sigo conservando conmigo y ahora con más emoción que antes. Era como si estuviese predispuesto a desprenderse de todo, a veces, acostumbrado a cargar lo mínimo.
Lo
que más llamaba la atención de Patito, sin embargo, siempre fue esa
espiritualidad casi desbordada pero íntimamente reflexiva, la que fluía desde sí en cada
palabra, cada observación y casi cada expresión suya. Lo hacía naturalmente, sin esfuerzos ni
libretos como los de esa gente encandilada con fábulas
pseudo-metafísicas y ensoñaciones del pensamiento mágico. Una especie de visión esotérica rondaba también sus
impresiones y confesiones, según pude confirmar, como ha sucedido a
tantos hombres con finales trágicos parecidos al suyo.
Patito
tampoco comulgaba con la corrección política: a pesar de su pacifismo,
aborrecía la delincuencia violenta y culpaba a la visión religiosa de
los derechos humanos como causa principal de una sociedad tolerante a
los peores crímenes concebibles. Y, a pesar de sus ideas un tanto
acráticas, se confesaba también patriota y amante de Chile, bajo el
argumento de conocer bien otras realidades y tierras, fundamento que
consideraba incontestable. A veces hasta tuve la impresión de que vivía gran
parte de su propio ser en una constante filosofía y búsqueda de
explicaciones de la realidad, que seguramente le resultaba profana a sus
cruzadas y campañas personales.
En Iquique nos reuníamos regularmente con Patito el Místico allí junto a la Plaza Prat, hacia el final del Paseo Baquedano. Tal
como Julio, que solía vender desde pulseras hasta antigüedades en este
sector entre la última fuente de aguas de la misma calle peatonal y la Plazoleta Los Tunos al lado del teatro, recientemente convertida en
locales de la Feria Artesanal Uribe. Patito ubicaba por allí su paño con
coloridos collares, fósiles, colgantes, piedras de todos los tonos,
cristales naturales y pequeñas reliquias. Cristián, en tanto, siguió
apareciendo allí y por el sector Cavancha hasta que se marchó de regreso a Venezuela; creo que un
hermano suyo tenía un hostal donde se quedaba alojando en Iquique.
Más precisamente hablando, Patricio solía "parchar"
en las tardes y parte de las noches, mientras seguía fabricando esas
pequeñas bisuterías con alambres, piedras de colores, cuentas de
vidrios, conchitas marinas y su infaltable alicate de puntas. Era
visitado varias veces al día por sus amigos locales, incluidos algunos
con los que también intercambio saludos y encuentros hoy en día. Pude reencontrarme con varios de los mismos que había visto en las fiestas de La Tirana y San Lorenzo por esos días, allí en el sector alrededor de la plaza.
En
fin: sólo en Iquique pude comprender cuán querido y popular era Patito,
entre este ambiente de mochileros y aventureros de paso o residencia en
la ciudad. Aunque él nunca renunció a su impulso por seguir viajando
incluso más allá de Chile, Iquique se había vuelto su base de operaciones, y de alguna
manera también su ciudad de descanso. Por eso era tan conocido, no sólo
en el hábitat de comerciantes callejeros, sino también entre los
bohemios y los muchísimos artistas que pululan por acá. Creo que por
esos días, además, Patito había fumado la pipa de la paz con su antigua
pareja, logrando regular paulatinamente su relación con un retoño que
había nacido de esta frustrada unión. Recuerdo su alegría, a causa de lo
mismo, y las nuevas conversaciones que esto generó entre nosotros ese
año 2011, esta vez de padre a padre, siempre en la complicidad de la
cálida noche iquiqueña.
Lo
que he descrito, entonces, hace doblemente difícil comprender y acatar
con resignación, ante el destino, la ausencia de Patito en ese lugar que
fuera tan suyo, allí al lado de la Plaza Prat, sobre las aceras hechas con tarimas de
madera. Para quienes nos habituamos a verlo y contar con su presencia,
inconscientes del peligro de que algún día esta cadena se cortara, se
nos hace especialmente doloroso y triste el confirmar cada vez que el Místico ya no está allí... No volverá a estar jamás.

Vista general de la cuadra de los artesanos, en calle Baquedano.

El
mismo sector de los artesanos, en este caso con el "paño" de las
pulseras y muñequeras de Julio, quien fuera el gran compañero de
aventuras y viajes de Patito.
Me
pregunté varias veces por qué no aparecía Patito este año, en su
tradicional sector de Baquedano. Aun suponiendo que andaría en otro de
sus viajes, la ausencia se prolongó por todo el verano y más de lo que
este mismo misterioso personaje le permitía a su propio vínculo
emocional con la ciudad nortina. Viviendo en Iquique, noté que sus días de invisibilidad se volvieron semanas y las
semanas se volvieron meses, sin volver a observarse su cara serena y de
ojos transparentes, mirando la caída de cada tarde allí en la ciudad.
Finalmente,
me encontré con Julio en el paseo, el amable vikingo vendedor de
muñequeras y reliquias. Su rostro no lucía alegre y enérgico como ayer,
sino marchito, acongojado, como abrumado por el tormento. Casi pude
intuir que alguna pésima noticia saldría de sus labios. Fue su voz
dolorosa y apagada la que me hizo enterar de lo sucedido, entonces: el Místico
había viajado hasta Pichilemu, en otra de sus aventuras, en donde todo
marchó bien hasta el último día, precisamente aquel en que se celebraba
su despedida, cuando sufrió un grave accidente y pereció por inmersión.
Para
qué entrar en más detalles que aquellos, que bastan para explicarse su
irreversible ausencia. Había fallecido en la proximidad de las fiestas
de fin de año 2012, además. El corazón manifiestamente desagarrado de Julio y su
decisión de abandonar pronto Iquique por algún buen tiempo, tal vez dejando otro vacío que costaría
llenar, me confirman la certeza de la información que transmite sobre el
triste fin del que fuera su partner, nuestro amigo Patito.
A
veces pienso en la enorme cantidad de personas valiosas que han
desaparecido a lo largo de mi vida, como cayendo al mar desde la
cubierta de un barco donde viajo en proa por el tiempo de mi propia existencia,
en aguas agitadas. Y la abrumadora cantidad me hace sentir viejo; muy
viejo... Hasta sospecho ya que existe un extraño sino trágico en esta
atmósfera que me envuelve y a mis "conexos", la que tiende a arrebatar
de este mundo a hombres como Patito, entregados en un pacto indeclinable
a la vida espiritual y al coqueteo con el plano de los arcanos y los
enigmas irresolutos, un conjuro aparentemente peligroso. Prefiero
no pensar ya en cuántas lápidas llevan el nombre de quienes han sido
mis amigos, mis compañeros de viajes o mis ex compañeros, pero el acoso
de sus fantasmas en los recuerdos nunca cesará.
Patito,
en particular, será una ausencia que volverá a sentirse marcada a fuego
en cada pasada por ese lado de la Plaza Prat; lo será, al menos, para
quienes lo conocimos y lo extrañamos. No resultará fácil arrojar a la
maleta del olvido su voz calma y su mirada perdida en cada conversación:
extraviada hacia algún lugar distante, invisible, mientras hablábamos
cada noche allí como si acaso mirara los escenarios imaginarios que
tratara de describir. Tampoco será mera cosa de tiempo tapar con flores
esas huellas de reflexiones profundas sobre la vida, sobre los pueblos y
sobre la historia, proferidas por un hombre que tendía a hablar poco y
disfrutar del silencio, pero que además era capaz de dejar en silencio a
otros cada vez que hablaba.
Como consuelo, un viajero de corazón como el Místico
murió haciendo lo que quería: viajar... Y después volvió a viajar, esta
vez -la última- hacia el enigma final de la muerte, dejándonos en su
lugar una ausencia irreparable y un espacio vacío entre los "parches" de comerciantes y artesanos del Paseo Baquedano.
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