RASTROS DE LA INDUSTRIA VITIVINÍCOLA DE TARAPACÁ: ORIGEN, APOGEO Y CAÍDA, MÁS UNA VISITA AL LAGAR DE MATILLA
Vieja etiqueta de vinos de Julio Medina H. Museo de Pica.
Coordenadas:
20°29'28.34"S 69°19'45.37"W (Pica) / 20°30'51.39"S 69°21'41.65"W
(Matilla) / 20°31'4.31"S 69°20'54.35"W (Valle de Quisma) / 20°30'49.11"S 69°21'43.63"W (Lagar y botijería de Matilla)
Son
pocos en la industria vitivinícola internacional, los casos de vinos
históricos de alta calidad producidos en el rango geográfico situado en
el cinturón planetario que se forma entre las dos líneas desérticas de
los Trópicos de Cáncer y de Capricornio, siendo más factible hallarlos
en territorios productivos situados arriba (Francia, Italia, España,
Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, etc.) y debajo de ellas (Chile,
Argentina, Uruguay, Sudáfrica, Australia, etc.), respectivamente.
Sin
embargo, hubo algunas notables excepciones en nuestro país, como es el
caso de los vinos dulces en variedades principalmente oporto y moscatel
producidos en Tarapacá desde los tiempos en que el territorio pertenecía
al Virreinato de Perú, particularmente en el oasis de Pica y Matilla en
la Provincia del Tamarugal. Todo indica que sus volumenes superaban por
mucho la más pequeña producción de, por ejemplo, el vino pintatani
del Valle de Codpa, en Camarones, por lo que de entre las grandes
producciones nacionales, probablemente la de Tarapacá fue la industria
vinera más nortina de Chile.
En
efecto, el microclima de la zona a 1.000 metros sobre el nivel del mar y
su irrigación con aguas cordilleranas y de napas en pleno desierto,
permitió que floreciera allí una de las mejores industrias que vio el
continente, premiada internacionalmente y que pudo haber dado una
prosperidad impensada a la región, si no hubiese acabado truncada y
sacrificada por decisiones en pro del progreso material de inicios del
siglo XX.
Se
cuenta que el vino existe en esta zona a más de 150 kilómetros al
interior de Iquique, desde el siglo XVI ó XVII con la colonización
española iniciada en el Valle de Quisma, la que durante la centuria
siguiente se extiende hasta el oasis de Pica, Matilla, localidades
separadas por sólo cuatro kilómetros. Estos colonizadores trajeron desde
Europa las primeras cepas de vid. La floreciente actividad motivó
también trabajos de extracción de aguas en los socavones subterráneos de
la zona para los regadíos.
Etiqueta medialuna de Medina Hrnos. Museo de Pica.
Etiqueta de vinos de Juan Dassori. Museo de Pica.
Vieja etiqueta de vinos de Matilla de don Juan Dassori. Museo de Pica.
Lagar y botijería de Matilla,
que cerraría operaciones en 1937, tras su última producción. Fuente
imagen: "Memorial de la tierra larga" de Manuel Peña Muñoz.
El
Lagar de Matilla. Atrás se observan el edificio y el campanario de la
Iglesia de San Antonio de Matilla. Fuente imagen: "Del Cerro Dragón a La
Tirana", de Mario Portilla Córdova.
La
producción se inicia en este mismo período, partiendo como mercado
regional que, posteriormente, se extenderá a poblaciones mineras de Huantajaya,
Lípez, Arequipa y Potosí. De esta manera, para el siglo XVIII la
mayoría de los habitantes de Pica, Matilla y Valle de Quisma vivían de
la actividad de los viñedos, desplazando la vieja ocupación agrícola de
los indígenas productores locales de maíz. Desde entonces y hasta 1850
aproximadamente, se produjeron cerca de 15.000 botijas anuales,
equivalentes a 350.000 litros. Posteriormente, se incorporó el
embotellado en vidrio para facilitar la venta por partidas, dejando
atrás las viejas cargas con botijas.
El
vino de Tarapacá llegó a ser el más generoso y cotizado de todo el
Virreinato, y se sabe que era enviado a España en los mismos tiempos de
la Colonia. Esta riqueza, combinada con la plata de Huantajaya,
atrajo a familias aristocráticas de la misma manera que había sucedido
en la Quebrada de Tarapacá, y con ello también llegó la arquitectura más
suntuosa de estas localidades, muy influidas por el estilo británico
que habían introducido los empresarios salitreros en la región.
La
vendimia comenzaba entre febrero y junio de cada año, dejándose los
racimos cortados de 7 a 9 días a la intemperie con yeso espolvoreado
encima. Generalmente se postergaba la corta de racimos más allá del
verano, cuando se querían obtener vinos más dulces. Además de los
esclavos negros, esta actividad ocupaba a los indígenas de la zona,
llegando a poseer tierras propias. No gozaban de esta libertad los
sirvientes africanos, por supuesto, debiendo trabajar como lacayos de
las familias acaudaladas todavía hasta mediados del siglo XIX y
probablemente hasta la Guerra del Pacífico, cuyo estallido llevaría a la
ocupación e incorporación chilena de tales tierras.
Sobre
lo anterior, el militar chileno Mayor de Ejército J. Olid Araya, en sus
famosas "Crónicas de Guerra. Relatos de un ex combatiente de la Guerra
del Pacífico y la Revolución de 1891", al recordar los infaustos hechos
bélicos de, 27 de noviembre den 1879 en el poblado de Tarapacá de la
Quebrada del mismo nombre, de la que él fue testigo y sobreviviente,
cuenta que durante la pausa que se hizo en algún momento en medio del
enfrentamiento, varios soldados chilenos recorriendo el pueblo
abandonado por sus habitantes "requisando a veces algunas botellas del excelente vino de Pica".
El
crecimiento de los campos de cultivos de viñas llegó a ser tal que,
según recuerdos familiares de sus habitantes, las localidades de Pica y
Matilla comenzaron a fusionarse, acercándose cada vez más en los escasos
kilómetros que la separaban y tomándose, de alguna manera, el
gentilicio común de piqueño para todos sus productos, incluidos los vinos y los conocidos alfajores que se fabrican en estas dos localidades.
En
otro aspecto interesante, en las fiestas religiosas tarapaqueñas como
la Virgen de La Tirana, Santiago Apóstol de Macaya o San Lorenzo de
Tarapacá
(formando una larga temporada de festejos de julio-agosto), fue famoso
este vino que llegaba en grandes cántaros y botijas para feligreses y
asistentes, por lo mismo, cuando las restricciones eran menos estrictas
que en nuestros días.
La
industria vitivinícola de Tarapacá tenía importantes productores que
aún son recordados y homenajeados en la memoria piqueña y matillana,
como los hermanos Julio Medina y Constantino Medina, familia iniciadora
de la actividad vitivinicultora que podríamos considerar más profesional
y masiva en el Valle de Quisma y en Matilla, hacia fines del siglo
XVIII e inicios del XIX, además de propietarios de un histórico lagar de
origen colonial que aún existe en Matilla. Los Medina también fueron
galardonados con medalla de oro en la Exposición Mundial de Sevilla,
siendo el vino oporto generoso y el moscatel estilo oporto
algunos de sus productos estrellas. Pueden observarse etiquetas y
envases suyos en exhibición en el Museo y Biblioteca de la Municipalidad
de Pica, destacando un vino de selección proveniente de la llamada Viña
de Arriba, según su etiquetado.
Otros
productores de vino destacados fueron los Morales, dueños de una
botijería en Quisma, y don Juan Dassori, cuyas etiquetas también pueden
verse en vitrinas del museo. El producto de Dassori había sido premiado
internacionalmente, como los Medina, y comerciaba sus vinos en Iquique a
través de la firma Sessarego & Cía., sus agentes exclusivos.
Entre
los principales agricultores que abastecían de la materia prima a la
industria del vino, estaban don Guillermo Contreras, propietario de la
Hacienda Viña Grande. Descendientes de indígenas (Chamaca, Olcay,
Palape, Mamani, etc.) y de españoles (Loayza, Zavala, Castro, Rodó,
etc.) llevaban las riendas del progreso en esta rica actividad agrícola.
También destacaban Avelino Contreras y Francisco Muñoz, dueños de
viñedos en Matilla.
Curiosamente,
los Contreras y Muñoz estarían entre los primeros en ser afectados, a
partir de 1914, por las expropiaciones de los terrenos regados por los
manantiales de Chintaguay y que significaron el final de la industria,
como veremos en la tercera y última parte de estos artículos.
Tras este portal con arco, está el acceso al viejo lagar de Matilla.
Entrada al recinto del lagar.
Vista de piquera y eje de la prensa en el lagar, hacia 2012 (antes de la restauración).
Detalle del extremo de la prensa del lagar.
Las tinajas del lagar, algunas del siglo XVIII.
Cabe
comentar, antes de continuar, que además de los socavones de agua
existentes en la provincia, la vitivinicultura fomentó la construcción
lagares para la "pisa" de la uva y bodegas de elaboración y guarda de
los vinos. Antaño no menos de 35 de lagares en Pica y Matilla, pero los
restos de menos de la mitad sobreviven aún, en distintos estados de
conservación.
Estos
lagares eran construidos principalmente de adobe y quincha, con
recubrimiento de una argamasa de tiza, técnicas frecuentes en la
arquitectura primitiva de la provincia. Solían estar divididos en un
área de piquera y prensado, y otra de almacenamiento y maduración en
tinajas de arcilla semienterradas a nivel de suelo, siguiendo una
antigua técnica local de fijación de esta clase de recipientes en el
piso (observable, por ejemplo, en huellas de las milenarias ruinas del
complejo de Caserores).
En
los talleres, el primer jugo de la uva era la "lagrimilla", surgido de
su propio peso acumulado en un contenedor o batea. Al ser separado de la
vid este fluido, se procedía a la "pisa" a pies desnudos en la primera
piquera, por cuadrillas de 6 a 10 trabajadores dirigidos por un huayruro
responsable del éxito de la faena, objetivo que buscaba lograr
convirtiendo el procedimiento en un alegre rato de cantos, celebración y
"verseos" que lanzaba a los pisadores para coordinarlos. Con el orujo
ya molido, los jugos resultantes de la "pisa" eran colocados en la
piquera secundaria rodeada de una "cimba", al extremo de un sistema de
prensado.
El
zumo de uva obtenido en el procedimiento de prensa, era guardado en las
tinajas de greda. Su descrita disposición a medio sepultar, permitía
controlar también la temperatura de las mismas, y era costumbre que se
inscribieran en ellas los nombres de cada santo al que se le pedía
proteger la producción y el año de la fabricación. Usualmente, al mosto
se lo mantenía fermentando por ocho días, tras los cuales se cerraba
herméticamente la tinaja con tapas de cerámica y sellado de argamasa, a
la espera de su maduración. Los primeros destapes de cántaros se
producían recién unos tres meses después.
Ya
producido el vino, se ejecutaba el trasiego en barriles de madera y
desde allí se distribuían en las unidades botija, cuartilla, media
cuartilla y porongo. La botija tenía una capacidad de 25 litros,
mientras que los porongos eran subdivisiones de la botija que solían
transportarse y comerciarse a lomo de burros o mulas, o bien en
carretas. Con la introducción de las botellas de vidrio, el envasado se
realizaba en botijerías de los mismos lagares y empresarios,
rotulándolas con una sencilla etiqueta que era sólo blanco, negro y
dorado, en sus inicios, pero que después fueron adquirieron más colores
gracias a litografías e imprentas.
Aún
existe en Matilla el antiquísimo lagar del siglo XVIII de Medina
Hermanos, que ha sido llamado también la Botijería de Matilla o de los
Medina. Este ancestral establecimiento acompaña al pueblo de Matilla
casi desde sus orígenes, cuando algunos trabajadores de Pica comenzaron a
residir en él para trabajar las viñas que se establecieron hacia el
sector de la quebrada. Además, es el mejor conservado de los 15 que
quedan en la comuna, y probablemente el más antiguo. Así lo describe
Manuel Peña Muñoz en sus "Memorial de la tierra larga":
Pareciera
que nos encontráramos en una posada de la ruta del Quijote, tal vez en
un perdido pueblo de La Mancha, pero estamos en un oasis nortino,
precisamente en los rincones por donde atravesó Diego de Almagro con su
caravana de conquistadores por el camino de Inca.
El
complejo, de unos 10 por 12 metros, está a un costado de la plaza
central y la explanada del templo. Representa el vestigio más importante
de la historia vitivinícola de Tarapacá, conservándose parte de sus
muros bajos, artefactos de trabajo, cestas, bateas y palos de guayabo y
algarrobo anudados con tripas de llama o guanaco. Destaca la gran
prensa, compuesta de una pesada viga de madera de un tronco de algarrobo
apoyado e un extremo sobre un fulcro, y en otro con sistema bascular
suspendido por poleas y cabrestantes que permitían operarla, provocando
el movimiento de palanca de la prensa. Tiene también un rudimentario
techado sombrilla de cañas y pajas de Guayaquil tejidas en petate,
técnica conocida como estera.
Aún
se mantienen sus tinajas de arcilla a medio enterrar. Las más antiguas
llevan inscritas menciones a santos patronos como Nuestra Señora del
Pilar de Zaragoza con fecha de 1760, a San Antonio de Padua (patrono de
Matilla) co fecha de 1765, a Nuestra Señora de Monserrat con fecha de
1767 y a Nuestra Señora de los Dolores con fecha de 1770.
Rodeado
de murallones de adobe, su última vendimia registrada fue en 1937,
fecha en la que cerró su producción la empresa de los Medina. El valioso
recinto permaneció tres décadas deteriorándose y envejeciendo, pero fue
rescatado y restaurado en el verano 1968 por expertos de la universidad
de Chile, ocasión en la que se mejoró su cierre perimetral. Aquel año
también se hicieron restauraciones en la iglesia, con colaboración de la
Escuela de Canteros en ambos proyectos.
Convertido
en museo de sitio, el taller fue declarado Monumento Histórico Nacional
por Decreto Supremo N° 746 del 5 de octubre de 1977. Sus llaves estaban
encargadas, por entonces, al señor llamado Carlos Vargas, quien atendía
y guiaba a los visitantes, como se confirma en el reporte de una
inspección hecha por investigadores del "Boletín de Filología" Tomo XXIX
de 1978, de las Publicaciones del Instituto de Investigaciones
Histórico-Culturales de la Facultad de Filosofía y Educación de la
Universidad de Chile. Posteriormente, hacia los noventa, estaban
encargadas las llaves en el kiosco de la plaza, realizándose visitas
guiadas gratuitas entre las 9 y 17 horas.
Tristemente,
el lagar quedó bastante maltratado tras el terremoto de 2005,
derrumbando parte de los murallones del contorno. Debió ser cerrado al
público por algunos años, siendo cercado con paneles de madera en sus
partes más expuestas. En 2012, sin embargo, la Municipalidad de Pica
anunció un proyecto de más de $20 millones para restaurarlo ese mismo
año, y así comenzó a abrirse otra vez para los visitantes.
Botella de vino de Medina Hermanos, dueños del Lagar de Matilla. Museo de Pica.
Imagen de botella de vino de Medina Hnos., dueños del Lagar de Matilla.
Fragmentos
de tapas (a la izquierda) y de cántaros (las dos imágenes de la
derecha) utilizados en los lagares de Pica y Matilla para la producción
de vinos. Vitrinas del Museo de Pica. Muchas de estas grandes cerámicas
quedaron dispersas o destruidas al caer la industria.
Viejos cántaros y botijas de vino en casa-museo de don Juan Huatalcho, en Pica.
Instalación ornamental con gran tinaja en Pica, sector Vergara-Prat.
Para
cerrar el tema, debe revisarse algo relativo al ocaso de la actividad,
por lamentables razones que ahogaron en la sed y la sequedad el único
gran centro vitivinícola del Norte Grande de Chile (superando en
producción a otros como Codpa), mácula en una industria que ha colmado
el orgullo nacional por su éxito en el mundo y por su respaldo cultural
en tradiciones y folclore.
La
grandeza de esta industria vitivinícola en Tarapacá había comenzado a
sufrir problemas durante el XIX, cuando empezaron a introducirse otros
cultivos frutales en lugar de las viñas para enfrentar ciertos cambios
climáticos e hídricos. Es por esta razón que el oasis llegó a ser un
gran productor de higos, guayabas, peras, granados, mangos, pomelos,
naranjos y limones, muy adaptados a la zona.
En
1884 se produjo una gran crecida de aguas con aluviones por las
quebradas de la zona, que arruinó la buena producción de ese año y
destruyó algunas cepas por todo el sector de Valle de Quisma y Matilla.
La industria resistió, pese a todo, siendo aún cotizada y de alta
calidad, como lo confirman los premios que seguía recibiendo en
certámenes nacionales y extranjeros.
El
golpe de gracia, sin embargo, lo traerían los problemas de
abastecimiento de agua, generando primero dificultades para competir con
otras zonas productoras del país y luego la destrucción casi total de
las viñas tarapaqueñas. La existencia de cerca de 12 kilómetros de
socavones acuíferos para obtener el agua, excavados por españoles e
indios desde el siglo XVIII (utilizando técnicas conocidas en el Alto
Perú), confirmaba lo frágil que era localmente el recurso hídrico,
pudiendo adivinarse el efecto negativo que iban a tener captaciones y
desvíos hacia grandes zonas urbanas, que se iniciarían poco después.
En
1887, la firma Tarapacá Waterworks Co. compró derechos de agua en la
zona de Pica para transportarlos por un acueducto hasta Iquique, cuya
demanda del vital elemento había crecido enormemente con el tamaño de la
población. Aunque no tuvo efectos tan notorios como otros que
siguieron, éste fue el inicio de un proceso de reducción de las aguas en
la zona, que eran hasta entonces el sostén de la producción agrícola y,
por ende, también de la vinera.
A
partir del Gobierno de Ramón Barros Luco (1910-1915), el recurso de los
manantiales de El Salto y Chintaguay, que abastecían los valles y
quebradas de Quisma y Matilla, comenzó a ser expropiado para abastecer
con mayor volumen del elemento a la creciente masa humana de Iquique. A
la sazón, el agua era una de grandes demandas sociales de esta ciudad y,
políticamente, el tema ya no podía seguir postergándose.
Gran
parte de los estudios de captación de aguas en esta zona agrícola, se
remontaban a un trabajo de prospección realizado por el ingeniero
Valentín Martínez hacia fines del siglo XIX, tristemente célebre por su
responsabilidad en el derrumbe y destrucción del Puente de Cal y Canto
en Santiago, en 1888. Entregados los resultados de Martínez, el Estado
comenzó a trazar líneas para abastecer a Iquique con los manantiales
piqueños y, en 1904, se designó una comisión especial para evaluar el
proyecto y presentarlo al Ministerio de Industrias y Obras Públicas.
Al
crearse en 1912 el Servicio Fiscal de Agua Potable y Desagüe de
Iquique, casi paralelamente a emitido el decreto de expropiaciones, no
quedaba duda de las intenciones de las autoridades y los sacrificios que
estaban dispuestas a hacer en la industria vitivinícola de Tarapacá,
para garantizar el abastecimiento de agua en la ciudad puerto. Las
expropiaciones comenzaron en terrenos particulares sugeridos por una Comisión de Hombres Buenos
designados por la Intendencia durante el año siguiente. La notificación
de las decisiones, en 1914, dio origen a los primeros juicios de los
propietarios contra el Estado, entablados por miembros de las familias
de agricultores matillanos Contreras y Muñoz.
Sólo
entre 1918 y 1920 hubo un período de parcial detención de las obras,
para la ejecución de nuevos estudios encargados al geólogo Johannes
Felsch. Esto se realizó con la incertidumbre, malestar y protestas de
los iquiqueños. Sin embargo, la autoridad decidió retomar los trabajos y
expropiaciones, haciendo sólo algunos cambios administrativos del
proyecto para continuar con las etapas pendientes. Así, las obras de
aguas para Iquique fueron entregadas el 30 de noviembre de 1923,
continuándose desde entonces con el proceso de expropiaciones de Valle
de Quisma y Matilla durante el año siguiente, hasta consumarla por
decreto del 23 de abril de 1924.
Hubo
enormes esfuerzos de la población, los trabajadores y los productores
por frenar estas medidas, llegando a recursos judiciales y campañas que
se extendieron hasta el Gobierno de Junta de 1924-1925, presidida por
Luis Altamirano, siendo rechazadas por las respectivas autoridades. Ni
las grandes ofertas en dinero que el Estado les hacía a algunos
propietarios por sus terrenos, lograban apaciguarlos o apagar sus
fundados reclamos... La desproporción de fuerzas era enorme, conspirando
desde un inicio contra el interés de los productores.
Vinos
como los de Medina Hermanos seguían siendo premiados en exposiciones
mundiales en esa misma década. La actividad continuaba sosteniéndose
estoicamente, con mucha de la producción saliendo aún por el puerto de
Iquique. Hacia 1925, además, se instaló la bodega de vinos de Amadeo
Macua y Cía. en un gran establecimiento de calle Patricio Lynch,
llegando a ser quizás la mayor de la provincia y representante de Viña
Lontué en Tarapacá. Lamentablemente, por el mismo puerto entraban cada
vez más cargamentos de otras localidades chilenas, también en otras
variedades, lo que hizo más difícil la situación de la ya herida
industria en los mercados locales.
En
sus intentos finales por frenar esta tropelía contra la vitivinicultura
tarapaqueña, los matillanos y quismeños enviaron a Iquique, en enero de
1935, una comisión dirigida por José Contreras y Manuel Barreda
solicitando paralizar las obras de captaciones y entubado de aguas, pero
también se estrellaron con el categórico rechazo y el estado monolítico
de las decisiones irrevocables.
Como
era previsible, entonces, y al contrario de lo que habían asegurado los
estudios e informes del Ministerio de Obras Públicas, la producción de
vides y de vinos en Matilla y Valle de Quisma se extinguía poco a poco,
conforme crecían los perniciosos efectos de la modificación del régimen
de recursos hídricos en la zona, con los trabajos que todavía eran
realizados por la Empresa de Agua Potable Fiscal de Iquique.
Si
bien hasta 1932 Matilla producía aún unos 200.000 litros anuales,
algunos repartidos en las oficinas salitreras de la región y otros
exportados a Europa, con el cierre de la producción de la planta de los
Medina en el mencionado año de 1937, la actividad industrial parece
haber caído por completo, reduciéndose sólo a pequeños talleres y
bodegas casi de producción doméstica, cuanto mucho. Desde entonces, el
Lagar de Matilla quedó abandonado y silente, cayendo en la ruina como
sucedió también al de Huanta y la casa-lagar de Francisco Núñez, casi
vecina a la vieja botijería.
Si
en 1921 los ciudadanos de Quisma y Matilla habían recibido ingresos por
$3.807.500, para 1944 éstos se habían reducido a $708.000, cayendo
cerca del 80%. Los antiguos viñedos acabaron cubiertos por el avance de
las arenas o bien reemplazados por árboles frutales. El verdor del oasis
se redujo considerablemente, fagocitado por la aridez del desierto.
Incluso los intermedios de Pica y Matilla que parecían estar uniendo
connaturalmente ambas localidades, comenzaron a retroceder dejándolas
separadas y arenadas otra vez. Imágenes satelitales de nuestros días
revelan trazos de lo que parecen muchas figuras geométricas entre los
suelos estériles de la zona, correspondientes a las antiguas parcelas de
verdes parras derrotadas por la aridez.
Los
trabajadores de la alicaída industria también comenzaron a emigrar,
viviendo un proceso de desarraigo parecido al final de la época del
salitre. Para 1962, solamente veinte familias vivían de manera estable
en Matilla, subsistiendo con huertos familiares y rescatando agua del
rebalse de la cañerías derivadas desde las vertientes de Chintaguay. Y,
para 1966, sólo diez agricultores permanecían en el Valle de Quisma
regando con escurrajas sus modestos cultivos, que crecían raquíticos en
donde antaño el verdor exuberante de las parras se combinaba con el de
la producción de muchas hortalizas para la población de la industria
salitrera.
El
nulo interés de las autoridades por restaurar la alguna vez prodigiosa
producción vinera de Pica y Matilla, ha quedado en evidencia con
decisiones posteriores. Entre fines de los ochenta e inicios de los
noventa, por ejemplo, se construyó una planta para aumentar la captación
de aguas para desviarlas a Iquique, esta vez en caudales superficiales
de La Quiaca, cerca de Pica.
Los
nefastos efectos de estas decisiones justificadas por urgencias del
progreso (siempre priorizando el camino más corto, dirán algunos), han
sido comentados por Lautaro Núñez en un artículo titulado "Recuérdalo,
aquí estaba el lagar: la expropiación de las aguas del Valle de Quisma
(I Región)", publicado por la revista "Chungará" N° 14 de 1985, en
Arica. También fueron detalladas con testimonios en un excelente y
nostálgico capítulo del documental "Al Sur del Mundo" de la temporada de
1999, capítulo "Tarapacá: epopeya del hombre en el desierto" (Sur
Imagen, Canal 13 de la Pontificia Universidad Católica de Chile), donde
se alcanzó a entrevistar a varios sobrevivientes de aquella epopeya de
la historia vitivinícola nacional y sus tragedias.
Hay
períodos en que se ha producido chicha de uva en algunas de esas
instalaciones de extintos vinos dulces piqueños y matillanos, pero en
cuanto al rubro agrícola, la producción de vid que antes se usaba en la
vitivinicultura ha acabado desplazada por la de frutas, especialmente
cítricos y tropicales. De esta actividad surgió una adaptación de
limeros de la variedad swing, que conocemos hoy como el famoso limón de Pica, de alta cotización en gastronomía, repostería y coctelería.
De
aquella prometedora industria que habría cambiado el desarrollo
económico y social de la Provincia del Tamarugal y que estaba unido las
dos localidades de Pica y Matilla con el crecimiento material, hoy sólo
quedan algunas botellas y muestras de etiquetas recordándolos en el
Museo de Pica, y ese antiguo lagar colonial de Matilla, más algunas
tinajas, botijas y cántaros de los siglos XVIII y XIX repartidos en
algunas casas de la localidad, como la de don Juan Huatalcho en Pica, aunque todos ellos ya secos, en desuso o hasta trizados.
Son
todos los vestigios que hay de la época de oro que tuvieron estos
extintos vinos dulces de Tarapacá, sacrificados como cordero bíblico en
aras del progreso y del avance material de la sociedad.
Comentarios recuperados desde el lugar original de publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarpostnamee14 de junio de 2017, 19:12
Hola, una consulta, hay alguna investigación ubicable respecto al tema?, me parece un tema bastante interesante, ojalá puedas recomendarme aluna referencia académica, saludos
ResponderBorrar
Criss Salazar14 de junio de 2017, 20:02
Debes contactar al Museo de Pica. Ellos cuentan con información más acabada sobre estudios y sus propios archivos.
ResponderBorrar
carlosdiazgallardo12 de marzo de 2018, 16:40
Me gustaría preguntar a los lectores y quienes tienen a cargo esta página si Juan Dassori es inmigrante italiano, porque este apellido es de la región de Liguria y Piemonte.
Véase mi web: http://www.italianosenchile.cl
Comentarios recuperados desde el lugar original de publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarpostnamee14 de junio de 2017, 19:12
Hola, una consulta, hay alguna investigación ubicable respecto al tema?, me parece un tema bastante interesante, ojalá puedas recomendarme aluna referencia académica, saludos
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Criss Salazar14 de junio de 2017, 20:02
Debes contactar al Museo de Pica. Ellos cuentan con información más acabada sobre estudios y sus propios archivos.
ResponderBorrar
carlosdiazgallardo12 de marzo de 2018, 16:40
Me gustaría preguntar a los lectores y quienes tienen a cargo esta página si Juan Dassori es inmigrante italiano, porque este apellido es de la región de Liguria y Piemonte.
Véase mi web: http://www.italianosenchile.cl