PICHICUY, LA CALETA ENCANTADA DE LA PROVINCIA DE PETORCA
Coordenadas: 32°20'43.18"S 71°27'36.72"W
La
Caleta de Pichicuy es un rincón costero de enorme atractivo en la
comuna de La Ligua, en la Provincia de Petorca, al Norte de la Región de
Valparaíso. Se ubica cerca de la Ruta 5 Norte, al Norponiente de La
Ligua, en una península y bahía de poco tamaño que da nombre a esta
localidad, pues traducida del mapudungún Pichicuy significa Pequeño Brazo de Mar o Pequeña Bahía.
El
poblamiento de este sitio es ancestral, según lo confirman hallazgos de
ciertos materiales arqueológicos locales. Por otro lado, la historia de
Pichicuy ha estado muy relacionada, hasta tiempos más recientes, con la
de Los Molles, poco más al Norte, casi en el límite con la Región de
Coquimbo.
Es
un contraste asombroso el que vive este balneario durante el período
estival y el resto del año. En las estaciones más frías es un lugar
calmo, casi lánguido, con sus calles transitadas por vehículos pequeños o
camionetas de quienes van o vienen a la caleta de pescadores y
recolectores de algas, los que allí operan desde tiempos inmemoriales,
acompañados de perritos callejeros que viven en el sector. Fuera de las
gaviotas y los pelícanos, sus habitantes humanos son pocos, y en ciertas
horas del día incluso cuesta encontrarlos subiendo o bajando a la
caleta. Alguno está en la entrada de su residencia, tomando mate
mientras mira con curiosidad a los extraños.
Así
pues, se observa Pichicuy en la mayor parte de cada año, con su sosiego
sólo medianamente interrumpido quizás por practicantes de surf y ocasionalmente bodyboard, en la playa de Longotoma y vecinas, buscando montar una alta ola principal que apodan La Marmola.
Durante
el verano, sin embargo, llega una enorme cantidad de visitantes
repletando con carpas y vehículos especialmente el sector de arenas
amarillas de la extensa y cómoda playa, de manera parecida a cómo
sucedía con Chigualoco,
más al norte de Los Vilos. Algunos arriban incluso en buses arrendados,
bajando en masa hasta el sector: amigos, vecinos, familias completas,
etc. La populosa muchedumbre, llegada principalmente desde La Calera y
en parte desde Aconcagua y Santiago, acampa en Pichicuy trasformando
completamente estas solitarias playas y arenales, que vuelven a hallarse
en en pacífica quietud al terminar la temporada de vacaciones.
Caleta
Pichicuy vista desde el camino superior de acceso, hacia 2007. Fuente
imagen: Panoramio - Mario Navarrete (panoramio.com/photo/4725697).
Vista actual de la caleta y sus residencias.
Hay
una pequeña playa con forma de herradura y una roca solitaria al
centro, en frente del pueblo. Un cartel puesto junto a esta joroba de
piedra da la bienvenida a los visitantes.
Descendiendo
por la orilla y siguiendo la forma de la curva, separada de esta última
por unas roqueras y peñones, está la playa grande, también vigilada por
caseríos y caminos hasta llegar a un humedal en la desembocadura del
Estero de Huaquen o Guaquén. Precioso rincón, pero cuya proximidad a la
carretera lo ha convertido en sitio vulnerable, especialmente por
irresponsables que lo tienen como vertedero clandestino, en algunos
puntos colmado de basura casi como parte de la propia flora y fauna del
reducido lugar verde. Es el único punto negro que se halla en la caleta,
donde reina más bien la pulcritud.
Del
lado opuesto, hacia el Norte y por la orilla, se extienden grandes
roqueríos con pozas de mar donde los visitantes de enero y febrero se
meten a veces recolectando pequeños moluscos y caracoles, o bien
divirtiéndose en estas piscinas naturales, a pesar de lo dificultoso que
resulta acceder a varias de ellas. Ya en el siglo XIX, este sector era
llamado Punta Pichicui en mapas y derroteros.
A
pesar del gentío veraniego, éste es un lugar de reposo, casi de retiro.
Habría sido paso y refugio del célebre bandolero aconcagüino apodado El Rucio Herminio,
en los años treinta. Por otro lado, cuenta Mario Amorós Quiles en su
libro sobre el sacerdote español Antonio Llidó Mengual, que tras llegar
éste a Chile en 1969, estuvo una semana de vacaciones en Pichicuy en
casa de una familia amiga, antes de pedir su traslado a las escuelas de
Quillota haciéndose muy conocido entre sus habitantes por sus servicios
sociales y proclamas izquierdistas, compromisos políticos que lo harán
figurar en las listas de detenidos desaparecidos, desde 1974.
La
caleta se ve un poco más rústica y menos intervenida que otras de esta
larga línea costera. Está muy lejos del aspecto del sector de Los Vilos,
más al Sur, o de Los Molles ya llegando a Pichidangui, con más aspecto
de lugar vacacional y menos de camping. Hasta más o menos los fines de
los años sesenta, además, el acceso al poblado era dificultoso, aunque
no peor que el de varias otras localidades vecinas en esos mismos años.
En
el Pichicuy de hoy no hay cableado telefónico, no llega la internet y,
por lo que noté, los televisores apenas sintonizan las señales en
ciertos sectores. La gasolina anda acá en bidones, comprada por los
particulares fuera del pueblo. Tampoco hay cuarteles de carabineros,
quienes llegan desde La Ligua a realizar sus servicios policiales en la
caleta. Y tal vez no los necesiten tanto en temporadas bajas, porque
vimos automóviles con los vidrios abajo y casas con los portones
abiertos en invierno. Sí cuenta con un pequeño centro de salud y de
emergencias, además de una escuelita, panaderías, almacenes y algún par
de boliches para las necesidades de los vecinos y visitas de comer
pescado frito o empanadas.
En
"Un lugar en la Tierra. Viaje desde el maltrato emocional", la
escritora y periodista Pepa Valenzuela dice breve pero acertadamente de
este sitio:
Pichicuy
es pueblo perdido en el tiempo y el espacio. Un Macondo a la chilena
donde me pierdo ya estando perdida. En el centro, que son sólo un par de
calles, el único local abierto es un restorán con una barra de madera y
varias mesas desmontables.
La
presencia de pescadores artesanales, sin embargo, es un rasgo que
unifica a todas estas caletas, muelles y atracaderos situados en los
límites de las regiones de Valparaíso y de Coquimbo. La principal
extracción de pescados aquí la permiten la corvina, la merluza, la
sierra y, especialmente, el congrio colorado. Sus métodos son
rudimentarios o tradicionales cuanto mucho, aunque frecuentes en la
actividad de pesca artesanal de la zona litoral de Petorca y las
colindantes, si bien los pescadores se quejan de lo poco generoso que se
ha ido volviendo el mar en los últimos años, al comenzar a escasear el
recurso.
Además
de los botes estacionados por la orilla y cerca de la rampa de
concreto, siempre hay al menos una pequeña nave de pescadores a remo o
motor de popa recogiendo redes por allí, cerca de la sillería de rocas y
del sólido malecón de hormigón que se ha construido casi en la punta de
la lengua de tierra de la bahía. Hace poco, además, fue inaugurado un
nuevo acceso a la caleta y el molo de abrigo, a solicitud de los mismos
pescadores y con esfuerzos de su Sindicato y de la Municipalidad de La
Ligua.
Hay
algunas cabinas o toldos en el camino al muelle, donde se embalan o
destripan pescados a la venta, recién salidos del agua. De entre los
mariscos allí faenados, destacan las jaibas, las cholgas, los choros y
los locos, aunque hace poco tiempo hubo un descubrimiento de grandes
extracciones ilegales de este último molusco. En el pasado, además, era
corriente la extracción de machas, ahora menos abundantes.
También
hay acá una gran actividad de recolección y secado del huiro palo, unas
1.000 toneladas anuales, vendidas a industrias de China, Japón, México y
Brasil. Los buzos que ejecutan la recolección del alga son una
institución por estos pequeños caseríos, pero sin duda que uno de los
más destacados de Pichicuy ha sido Gustavo Farías Rodríguez, personaje que
todavía residía allá hasta hace poco tiempo, según sabemos, y quien es considerado casi
una leyenda entre los actuales algueros, mariscadores y buceadores en
general, pues realmente hizo escuela en el oficio de las extracciones
submarinas de la caleta.
Sin
embargo, el buceo de Pichicuy es otra arte en retirada: si a principios
del actual siglo había cerca de 100 trabajadores dedicados a esta
actividad, en lo poco que va de la centuria ya se han reducido a unos 10
en toda la caleta, lo que habla de un trabajo en extinción. En parte,
el retroceso deriva de los peligros del mismo oficio y la poca
participación de nuevas generaciones de pescadores en tales tareas.
Los
surfistas también tienen predilección por ciertas playas de este sector
del país, incluyendo las pichicuyanas por sus grandes olas que rompen
en su costa, alcanzando los 4 ó 5 metros, según lo señalan los propios
practicantes de deportes náuticos frente a sus playas. Por esta razón,
frecuentemente la playa es reseñada como el Paraíso de los Surfistas en guías turísticas, aunque este edén marítimo se vio invadido también por el temido asedio celentéreo de la llamada fragata portuguesa, hace poco tiempo, dificultando la actividad recreativa.
Otra
curiosidad local es que la solitaria y aislada caleta se ve, en ciertos
períodos, con presencia de un gran contingente militar realizando
prácticas y ejercicios por allí. Esto se debe a que la Escuela Militar
del Libertador Bernardo O'Higgins, tiene dispuesto en el balneario un
enorme terreno conocido como el Predio Pichicuy, de 2.984 hectáreas
distribuidas desde el sector costero, donde está la infraestructura
principal, hacia el interior de la provincia.
Hace
unos años, en 2014, una conocida empresa de ventas de productos para la
construcción realizó un concurso para pintar cinco caletas chilenas
("Chile pinta caleta", fue titulado), resultando Pichicuy una de las
elegidas. Estos trabajos mejoraron el semblante de sus edificios
principalmente de madera en el borde y la avenida costanera, sin que
perdieran su rasgo tradicional y su atractivo popular.
Por
sobre el nivel de las residencias y locales comerciales del borde
costero, además, se encuentra una estupenda terraza de madera tipo
mirador, que permite notables vistas panorámicas de la bahía y la
caleta, permitiendo observar también el pintoresco rasgo residencial de
este lugar encantado. La venta de varios terrenos y propiedades en
Pichicuy, sin embargo, podrían anticipar cambios para la identidad que
aún mantiene la caleta, no sabemos si tan positivos.
Acaso
Pichicuy pertenece al silencio y al tiempo sin apuros; tesoro de épocas
y territorios donde no se puede alzar la voz, para no cortar ese grato
sueño secular que, por alguna razón, permanece escasamente referido como
atractivo turístico de tan interesante zona del país... Tal vez para
mejor.
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