CASERONES: LA CIUDADELA EN RUINAS DEL TARAPACÁ ARCAICO
Coordenadas: 19°58'49.35"S 69°33'44.13"W
Nota:
Este artículo lo publiqué originalmente en 2016. Hoy, al trasladarlo
hasta acá, debo actualizar comentando del fallecimiento del arqueólogo
Luis Briones en febrero de 2021, quien dejó un tremendo legado de
conocimiento para la región tarapaqueña.
Tuve
suerte aquella tarde de 2012, cuando partí a pie desde el poblado
Huarasiña hacia el poniente, en plenas fiestas de la Octava de San
Lorenzo de Tarapacá
celebrándose en el caserío. Iba decidido a conocer la aldea en ruinas
de Caserones, probablemente el más importante de los complejos
arqueológicos de toda la zona de la Quebrada de Tarapacá y la región del
mismo nombre, pero también misteriosamente poco conocido y menos
difundido en la noción general de los atractivos turísticos y
arqueológicos del Norte Grande de Chile... Aunque tal vez esto sea para
mejor situación del mismo lugar, dada la fragilidad y vulnerabilidad en
que se encuentra tan maravilloso patrimonio histórico tarapaqueño.
El
enorme complejo en ruinas está a unos cinco kilómetros desde el pueblo,
bajando por la misma quebrada. Los lugareños son buenos guías para
orientarse por estos parajes y llegar a dicho sitio, ubicado hacia la
proximidad del sector en donde el río Tarapacá se ha derramando desde
tiempos impensados sobre la Pampa del Tamarugal, pareciendo ser tragado
por el suelo ardiente y sediento del desierto.
Había
caminado un tanto ya hacia Suroeste del pueblo por el cañón, intentando
seguir la huella serpenteante de uno de sus caminos. que constantemente
se confunden con el lecho y la vega del río. Las últimas ofensivas del
invierno altiplánico habían cambiado notoriamente el curso y las vueltas
que sigue el cauce allí abajo en la quebrada, a veces comprometiendo
los senderos y dejando parte del lecho fangoso al descubierto y
resquebrajado por la exposición al Sol que lo seca y agrieta, como un
gigantesco trencadís de arcilla.
Justo
en ese andar, se aproxima un motor a mi espalda y me invitan a subir
atrás de la camioneta todoterreno de otros viajeros que van a Caserones,
una familia completa, y así llego entre sacudidas y agitaciones por
estrechos senderos y cuestas cortadas casi a pique al borde de la
quebrada, hasta el maravilloso complejo que se alza como una verdadera
ciudadela, abandonada desde hace siglos: los restos que parecen el
recuerdo vestigial de lo que alguna vez fuera un activo pueblo
precolombino, con habitantes que conocieron la respuesta quizás a todos
los incontables secretos que aún guardan con celo estos valles
interandinos y sus quebradas.
Una
conocida autoridad edilicia en la región, en otro de sus frecuentes
furores un tanto megalómanos, se refirió alguna vez con amplificación a
este sitio como "el Machu Picchu chileno" o alguna exageración
así. La verdad es, sin embargo, que nunca se ha implementado un plan de
incorporación de Caserones a las inmensas posibilidades turísticas de la
zona. De hecho, don Eduardo Relos, representante e investigador del
pueblo aymará con quien he hecho muy buenas migas en Huarasiña, me
comentó bastante sobre los completos planes que la comunidad local ha
proyectado y presentado a las autoridades del Estado de Chile,
intentando persuadirlas de crear un área especial de protección en
Caserones y pasar su administración como sitio histórico a los propios
aymarás, para fines de turismo cultural. Como podrá adivinarse, sin
embargo, hasta ahora las respuestas no han sido las esperadas.
Relos
también me dio un dato interesante sobre el camino hacia Caserones, de
algo que por entonces no estaba en mis registros: la existencia del
majestuoso geoglifo en la ladera de la orilla Sur del río, frente a los
verdes terrenos que otra familia vecina del sector tiene en el fondo de
la quebrada y que parecen ser el último vergel agrícola visible si se va
caminando hacia el poniente, en la dirección donde desemboca el caudal.
Vista general del complejo de Caserones.
Restos de la ciudadela.
Murallones de lo que se cree fue el edificio administrativo del complejo.
Ruinas dentro del conjunto, vestigios de antiguos murallones.
Detalle de los muros de piedra con argamasa.
Aunque
por la forma sinuosa de las laderas y las distancias no se puede
observar desde Huarasiña sino después de una caminata de una media hora o
un poco más, efectivamente aparece este grupo de enormes figuras al
borde del cañón, calculo que a unos dos kilómetros de distancia del
pueblo y casi a medio camino hacia las ruinas de Caserones, por lo que
puede suponerse la relación histórica entre ambos tesoros arqueológicos
tarapaqueños. Corresponde a Cas-8, según lo denominan los
arqueólogos: un grupo de imágenes, algunas de trazos y otras
geométricas, donde destaca principalmente una que parece ser la central y
que la gente de la quebrada interpreta como la representación de algún
soberano precolombino cuyo señorío se extendía por estos territorios, y
así lo apodaron: El Rey.
Aunque prefiero dejar para el futuro alguna entrada dedicada al geoglifo, cabe comentar acá que El Rey
aparece como un hombre de pie con un bastón o cetro en la mano, y a un
costado del mismo una figura menor dentro de un círculo y algo como un
lagarto. Sin ser experto ni estar cerca siquiera de serlo, noto que
están hechos con la misma técnica del Gigante de Tarapacá: el retiro de
piedras oscuras dejando al descubierto la superficie más clara de la
ladera. Observando fotografías satelitales, además, me parece que están
orientadas mirando hacia la dirección en que se encuentra el Cerro Unitas y su gigante,
más o menos, por lo que quizás se asocien a alguna clase de ruta, pues
es sabido este territorio se utilizó ancestralmente para un ramal del
célebre Camino del Inca.
Justo
donde está el geoglifo y siguiendo la dirección de las aguas del río,
comienzan a aparecer en el lecho de la quebrada las huellas de antiguos
cultivos en la técnica de eras o canchones bajos, procedimiento de
agricultura para tranquear el agua y que también es visible en los
alrededores de San Lorenzo de Tarapacá y otros caseríos de la zona. Se
observan como innumerables subdivisiones del terreno en esta cuadrículas
del suelo y con protuberancias a modo de pequeños pretiles,
extendiéndose varios estadios de estos hasta poco antes de llegar a
Caserones, también abajo de la cuesta donde se encuentran sus ruinas, e
incluso hasta dos kilómetros al poniente del complejo arqueológico,
donde el río y la quebrada ya comienzan a desaparecer del paisaje
iniciándose los deslindes con la Pampa del Tamarugal.
Así
se aparece a la vista, entonces, ese grupo de estructuras junto al
sendero superior de la quebrada, por su costado Sur y al borde de las
alturas frente al río. Es una visión cautivante y emotiva el hallarse
frente a los muros de rocas, esos intentando permanecer en pie a pesar
de los siglos y de los terremotos que cambiaron tan dramáticamente buena
parte del aspecto de toda esta región. La sola llegada a Caserones ya
es, por lo tanto, una experiencia emocionante.
Éste
fue el primer asentamiento humano de la Quebrada de Tarapacá; un hito
en la conquista humana del territorio. Los locales le llamaban Tierapaca, hasta antes de trasladarse todos sus habitantes a otros caseríos del interior, especialmente el denominado Tarapacá Viejo del Pueblo de Indios
que estaba en donde ahora se encuentra el sector del cementerio del
pueblo de San Lorenzo de Tarapacá , siendo la base fundacional del
posterior poblado allí establecido.
Caserones
también está ubicado hacia la vera del mencionado Camino de Inca, y ha
ofrecido evidencia arqueológica muy concluyente sobre la antigüedad de
la presencia humana en la quebrada. Aunque manifiesta etapas
diferenciadas de poblamiento, éstas se estiman en un rango cronológico
que va entre los años 1.000 antes de Cristo y 1.200 después de Cristo,
de acuerdo al propio panel de información turística titulado "Caserones:
el primer asentamiento de Tarapacá" y ubicado en la Plaza de Armas de
Huarasiña por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena y la
Universidad Arturo Prat. Se cree que hasta acá llegaron indígenas del
sector altiplánico, como atacameños y aymarás , y se sabe también que
sus últimos habitantes fueron los aymarás del grupo cultural Lupaca.
Es
poco y nada lo que se mantiene en buen estado, sin embargo, pues la
mayoría de los murallones están en el suelo, distinguiéndose sólo por
sus bases, escalinatas y lo que en alguna época remota fueron estrechas
calles, pasajes y pasillos. Parte de la arquitectura es identificada
como de típica influencia incásica, especialmente la construcción
central del complejo que parece ser un edificio de carácter
administrativo, quizás el más amplio y mejor conservado de todo el
caserío en ruinas.
Restos del muro perimetral y de forma semioval, alrededor del conjunto.
Trazas y partes de murallones que pertenecían al complejo.
Acercamiento restos de poste de madera en parte de un muro.
Se observa parte de la erosión ambiental sobre las murallas.
En
total, el complejo consta de los restos de lo que fueron unos 355
recintos, entre casas, habitaciones y bodegas, algunas de bases
circulares pero en su mayoría rectangulares. De ahí el nombre que le
dieron los arqueólogos. Se puede observar allí también un campo de
petroglifos de más de 100 bloques de piedra con figuras geométricas,
probablemente correspondientes a un centro ceremonial de adoración o de
sacrificios.
Frente a este complejo, hay un terreno llano catalogado como T-40,
antiguo cementerio precolombino. Por el borde opuesto del cañón,
también se pueden encontrar algunas concentraciones de círculos de
piedras ordenadas en los suelos y correspondientes a las llamadas
pircas. Es un gran grupo de círculos, algunos más nítidos que otros, que
han sido estudiados por el arqueólogo Lautaro Núñez, importante
investigador de Caserones que ha realizado también algunas publicaciones
sobre estas pircas en particular, como parte de sus extensos trabajos
científicos desarrollados en terreno por toda la Quebrada de Tarapacá.
Sobre
lo anterior, encuentro información interesante en la revista "Estudios
Atacameños" N° 7 de 1984, de la Universidad Católica de Chile y el
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R. P. Gustavo Le
Paige, San Pedro de Atacama, Chile. El artículo se titula "El
asentamiento Pircas: Nuevas evidencias de tempranas ocupaciones agrarias
en el norte de Chile", del propio profesor Núñez que es, sin duda, una
de las voces más autorizadas sobre la Quebrada de Tarapacá, sino la más
importante de todas.
Sin
embargo, debo comentar que me ha sorprendido un poco la crítica visión
que tienen algunos lugareños de la quebrada sobre los estudios de Núñez
en este sitio en particular, Caserones, especialmente los ejecutados
hacia los años setenta. Se dice, por ejemplo, que en su afán de dejar al
descubierto las ruinas, arrojó mucho material removido y tierra con
información histórica importante a la quebrada, entre otras historias
más comprometedoras pero que me suenan a meros chismes, particularmente
sobre lo que fueron sus actividades arqueológicas más específicas en la
zona y para las cuales incluso se fue a residir un tiempo a la localidad
con sus colaboradores. Quizás influya en estas opiniones alguna clase
de desconfianza de parte de los lugareños hacia quienes se involucraron
en la historia de la quebrada, pero sin formar parte de aquellas
comunidades.
Lo
que más llama la atención en Caserones quizás sea la gruesa muralla
doble que alguna vez dio protección y seguridad a esta ciudadela,
rodeándola por todo su costado Sur y oriente en forma semi-oval,
mientras que su espalda quedaba resguardada por la altura de la propia
quebrada sobre la cual se encuentra. La longitud del complejo ronda los
350 metros, aproximadamente, mientras que el ancho llega a unos 125
metros por su centro, también a cálculo aproximado.
Tanto
la muralla perimetral como la ubicación al borde de la quebrada,
evidencian una disposición autodefensiva parecida a la que puede
encontrarse en históricas ciudades estudiadas por la arqueología. Pero, a
diferencia de casos como la célebre Masada de Israel, en el fortín de
Tarapacá no se tiene claro cuáles enemigos o amenazas pudieron ser tan
majaderos y peligrosos como para motivar a los habitantes de Caserones a
levantar tal estructura hoy derrumbada, considerando, además, que
parecen haber tenido cordiales relaciones comerciales con habitantes del
Altiplano, del oasis de Pica y de la costa.
Cada
centímetro de terreno en Caserones y sus inmediatos guarda algún
secreto: no bien pongo el primer paso sobre el suelo, comienzo a
distinguir innumerables objetos de inmenso valor arqueológico, como
trozos de cerámica, huesos pulidos al viento, lascas, piedras con filos,
conchitas marinas con perforaciones para ser usadas de colgantes y
hasta corontas de pequeños choclos parecidos a los que he visto en
territorio diaguita en el Norte Chico.
Cada
uno de estos fragmentos de la historia ancestral tarapaqueña cabe en un
bolsillo, siendo que merecen estar en realidad en la vitrina de algún
museo si acaso se los sacara de acá. Tampoco cuesta comprender por qué
este expuesto y desnudo sitio ha sido un paraíso para los huaqueros y
los traficantes de tesoros arqueológicos, tanto así que se recomienda
encarecidamente a los visitantes no transitar por dentro del complejo,
sino por su perímetro exterior, ya que cada paso es un riesgo con tanto
material valioso disperso, aunque me consta que se puede caminar
responsablemente por la ciudadela y por sus partes más sólidas, pisando
sólo rocas o espacios vacíos del terreno si se va mirando cada paso que
se dé.
Restos de canchones en el lecho de la quebrada y vista de la ladera opuesta.
Contornos de antiguos canchones o eras de cultivo, en el lecho abajo del complejo.
Grupo de estructuras que todavía permanecen en pie dentro del conjunto.
Arqueólogo Luis Briones, dando charla in situ en Caserones (agosto 2012).
Allí,
inspirado entre murallones milenarios, casi puede imaginarse un parque
arqueológico de impresionante potencial turístico y cultural: no cuesta
fantasear con senderos para recorridos formalmente levantados sobre el
recinto como pasarelas, más las protecciones necesarias para garantizar
su plena conservación, mientras los propios habitantes de la quebrada
ofician como guías y expositores in situ. El día que existan la
voluntad, los recursos y la capacidad de dar debida vigilancia a este
complejo (y a otros cercanos y menores, como los llamados Tr-13 y Tr-16),
la propuesta que viene siendo insistida por comunidades aymarás podría
poner a Caserones en el lugar que corresponde a su condición de sitio
arqueológico de tremenda importancia y trascendencia en la historia del
Norte de Chile. En la práctica, además, ya son los propios habitantes de
Huarasiña los que se han encargado de darle cuidado y mantención, de
modo que se haría algo de justicia al destinarles parte de su
administración y entradas por concepto de turismo cultural
participativo.
Para
redoblar la suerte con la que he llegado a visitar Caserones, aquel día
había allí un grupo de numerosos visitantes acompañados del arqueólogo
de la región don Luis Briones Morales, quien daría en la ocasión una
entretenida e ilustrativa charla en terreno ante los presentes. La
oportunidad no se me puede presentar mejor para seguir interiorizándome
en los secretos de este sitio.
Allí,
ante los presentes, Briones explica -entre muchas otras cosas- que la
abundancia de trozos de cerámica en todo el complejo, seguramente se
debe a que formaban parte de tinajas o cántaros que eran usados dentro
de las casas para almacenar cereales, agua, maíz y otros productos de
uso doméstico. Claramente, mirando los interiores de las plantas del
terreno que pertenecieron a esas residencias en ruinas, se pueden
advertir también algunas concavidades que muy probablemente estaban allí
para mantener firme en el piso estos grandes jarrones o tinajas de base
redonda, parecido a cómo funcionan los compartimentos de cajas para
colocar huevos o frutas.
Cuenta
también el arqueólogo que, en su época más activa, la comunidad era
abastecida de agua fresca captada desde el río y llevada hasta la
ciudadela con intrincados canales de suministro, de modo que disponían
de un abastecimiento del vital elemento para mantener sus cántaros
llenos. Quizás fue una posterior falta de esta misma agua lo que provocó
el abandono del lugar, además, aunque aún pueden verse por la quebrada
restos de canalizaciones posteriores pero confeccionadas con el mismo
concepto.
El
método de construcción usado en el complejo era de piedras,
principalmente la anhidrita, unidas con una argamasa de barro y con las
estructuras reforzadas por enormes postes o pilares de troncos, los que
todavía pueden distinguirse entre las ruinas a la altura del suelo y que
empujan a la imaginación hacia la época perdida de los vastos bosques
que tuvo alguna vez Tarapacá, especialmente los de tamarugos. Algunos
residentes de la quebrada, sin embargo, me aseguran que también se
echaba ceniza a la mezcla de la argamasa primitiva de estos murallones
empedrados, y que esta técnica todavía era utilizada hasta hace no
demasiado tiempo en la zona.
Además
de ser el primer asentamiento de este tipo en la quebrada, existe la
posibilidad de que Caserones haya correspondido al más abundante poblado
que existiera por esta región en la época de los territorios sometidos
al Tawantinsuyo, dado que las descritas condiciones favorables de
abastecimiento de agua y la fertilidad de la tierra cultivada en canchas
de eras así lo permitían. De hecho, fuera del rango estricto de la
ciudadela protegida por el murallón, es posible encontrar una que otra
ruina adicional de lo que parecen ser, también, antiguas residencias o
muros levantados al exterior de la fortificación, periféricos, por lo
que quizás la aldea llegó a crecer mucho más allá del límite de su gran
muro de resguardo.
En rangos más legendarios, el recientemente fallecido Cacique
de San Lorenzo de Tarapacá, don Fermín Méndez y su esposa Gladys
Albarracín, me comentaron por esos mismos días que Caserones también ha
sido asociado a las llamadas Aldeas de Enanos o caseríos de antiguos gentiles,
mito del mundo andino que señala la existencia de una prehumanidad de
pequeños hombres con tamaño inferior a los actuales y que perecieron en
una masiva extinción.
Por
alguna razón, sin embargo, los habitantes de la ciudadela dejaron este
sitio y emigraron a casi 10 kilómetros más al interior de la quebrada,
para establecerse en el sector de Tarapacá, en lo que fuera llamado el
antiguo Pueblo de Indios, sobre las cuales se crearon las aldeas
mestizas cuyos restos están frente al actual pueblo de San Lorenzo de
Tarapacá, cruzando el río. Otros restos de aldeas y asentamientos
surgidos de este desplazamiento pueden verse por las orillas de casi
toda la quebrada, algunas más visibles que otras.
Los
antiguos habitantes de Caserones abandonaron la antiquísima aldea hacia
el año 900 después de Cristo, posiblemente por alguna falta de
recursos, como agua o madera. Dejaron atrás sus murallas, las canchas de
cultivo y los geoglifos tutelares, pero dando inicio a la historia del
principal pueblo de la Quebrada de Tarapacá y a una nueva etapa de su
semblanza milenaria.
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