PUCARÁ DE SAN LORENZO: EL VIGILANTE DE LOS SIGLOS EN EL VALLE DE AZAPA
Vista de las ruinas desde los cerros adyacentes.
Coordenadas: 18°31'22.25"S 70°11'4.09"W
Aunque
se lo identifica especialmente como una fortificación de influencia
Tiawanako, el Pucará de San Lorenzo fue, alguna vez, una notable aldea
prehispánica amurallada sobre la ribera Sur del Río San Miguel de Azapa,
cerca del Kilómetro 12. Hoy sólo son visibles las ruinas de este
magnífico centro poblacional; grandes árboles que han crecido cerca de
él son visibles en la distancia, y el progreso clavó dos altas antenas
de servicios telefónicos junto a este santuario de la historia azapeña.
El
complejo se encuentra sobre una loma al pie de la cadena de cerros que
flanquea ese costado del valle, y como suele suceder con esta clase de
asentamientos precolombinos del desierto, se tiene desde allí una
hermosa y estratégica visión de todo este paisaje en la Región de Arica y
Parinacota, incluyendo la vista del mar y del mismísimo Morro de Arica.
Se
accede a este sitio por un camino de tierra entre predios agrícolas del
sector de Las Maitas, sendero rural que se desprende de la Ruta A-33 y
que va contorneando las faldas del cerro hasta tomar cierta altura
precisamente en el tramo donde se encuentran las ruinas. Un monolito y
señales informativas advierten desde la carretera que se está en el
camino hacia el pucará, mientras que una piedra de cara plana con
inscripciones talladas en ella, recibe a los turistas tras un precario
cerco, presentándole el lugar en que se encuentran: "Museo de Sitio Complejo Habitacional San Lorenzo".
Sin
embargo, como el descrito principal acceso está distante del poblado de
San Miguel de Azapa, cabe comentar que los lugareños llegan allí por
caminos menores que parten frente al Cuartel de Carabineros de Chile en
la vía principal, la Ruta A-27, desde donde se puede partir caminando y
cruzar el lecho del río (ya casi siempre seco) y transitar por pequeños
senderillos entre roqueras, arbustos y agónicos olivares, ya sedientos y
olvidados cuando pasé por allí.
Murallones
de la aldea, en imagen publicada por la revista "Chungará" en 1985,
artículo "San Lorenzo: testimonio de una comunidad de agricultores y
pescadores Postiwanaku en el Valle de Azapa (Arica - Chile)", de Iván
Muñoz Ovalle y Guillermo Focacci.
Vista
del complejo en fotografía publicada por la revista "Chungará" en 1985,
como parte del artículo de Iván Muñoz Ovalle y Guillermo Focacci. Se
señalan las ubicaciones de los sectores AZ-11 (aldea) y AZ-75
(cementerio).
Vista
aérea de Google Earth, mostrando los trazados geométricos del complejo
principal y su muro perimetral en la puntilla que ocupa.
El
centro arqueológico ha sido conocido por generaciones de habitantes del
territorio, pero casi fue arrasado a partir de los años cincuenta por
el avance de los caminos y las actividades agrícolas locales. Muchos
cortes en el borde del cerro dejando al descubierto sepulturas y
yacimientos, surgieron de aquella época de trabajos. Las investigaciones
científicas más importantes se realizan a partir de la década siguiente
y todavía en los años ochenta, especialmente por la Universidad de
Tarapacá.
Conocido
técnicamente como el sitio habitacional AZ-11, se estima que los restos
visibles del complejo se remontan al siglo XI ó XII. Empero, los
estudios y excavaciones, además de poner en evidencia su gran valor como
yacimiento arqueológico, arrojaron pruebas de que la presencia humana
en el sitio del conjunto habitacional habría abarcado todo un período
histórico y cultural del valle bajo la influencia cultural tiawanakota,
en un rango concentrado entre los años 790 y 1000 después de Cristo
(período postiawanako y de la Fase Cultural Las Maitas), correspondientes a su apogeo como centro habitacional.
El
conjunto completo del Pucará de San Lorenzo está distribuido en dos
montículos y con una extensión cercana a los 2 kilómetros, si contamos
el cementerio hallado en el denominado sector AZ-75 y AZ-76. Salta a la
vista que la disposición de la villa era defensiva o, cuanto menos,
preventiva: en las imágenes tomadas desde la altura, por ejemplo, se
verifica que su muro exterior marcaba un contorno con mediana forma de
hemiciclo, ruinas de un metro de alto aproximadamente, mientras que la
protección del lado ribereño la otorga la propia altura del promontorio
de la puntilla en que se halla emplazado. Este concepto de
fortificaciones al borde de grandes valles o quebradas, se observa en
otros ejemplos de pucarás y aldeas prehispánicas, como es el caso del complejo de Caserones, en Tarapacá.
Las
habitaciones surgieron de la necesidad de aglutinarse en centros
geográficos más estables, que así dieron origen a la aldea poblada en
principio por habitantes del sector Alto Ramírez, durante el Período
Intermedio Temprano, y más tarde por pueblos de origen altiplánico,
según comentan investigadores como el Doctor Renato Aguirre Bianchi.
Actividad de sepultura y creación de los túmulos funerarios, en panel informativo frente al complejo arqueológico.
La
aldea de San Lorenzo fue un tremendo impulso para el desarrollo de la
actividad agrícola y económica de los antiguos habitantes de Azapa. En
su mejor época éste constituía, probablemente, el principal hito
habitacional de la toma de posesión y organización humana en el valle.
Iván Muñoz Ovalle y Guillermo Focacci, del Instituto de Antropología y
Arqueología de la Universidad de Tarapacá, contabilizaron 43 viviendas
en la aldea, 35 en el área de los montículos y 15 en el área lateral del
conjunto. Estaban distribuidas y dispuestas en terrazas de planta
rectangular y con cimientos de piedra.
A
mayor abundamiento, de las pircas y sillares de roca con argamasa de
arcilla y cenizas, arrancaban filas de cañas y totoras formando muros,
andenes entrelazados y aleros de sombra, todas amarradas con sogas. Los
techos usaban como soportes hileras de arbusto de pacae, misma madera
que se reconoce en las bases de los sistemas de postación de las
esquinas de cada vivienda. También se identifican pozos de almacenaje,
rodeados de piedras. Es intencional su ubicación junto al río y a las
zonas de cultivo, por supuesto.
También
repitiendo algo que se puede ver en otras aldeas ancestrales de este
tipo, el largo muro perimetral del sector principal separaba este último
grupo fundacional del conjunto de otro posterior y periférico, crecido
alrededor de la fortaleza conforme aumentó también la población. Se ha
planteado que esta división entre sectores central y periférico sería,
además, un reflejo de las diferencias sociales quienes las ocuparon.
Los
hallazgos de cerámica, por su parte, son de carácter sepulcral
(funerario) y habitacional (de uso doméstico). Entre las primeras, se
encuentran piezas de forma globular con cuellos y en algunos casos con
tonalidades rojas y negras, mientras que las segundas tienden a formas
de jarras y de ollas con cierto nivel de decoración. Todas estas piezas
demuestran cambios en el patrón decorativo de la artesanía, apareciendo
también representaciones zoomórficas como cóndores, camélidos, anfibios,
reptiles y criaturas fabulosas propias de la iconografía andina, cuya
temática y cosmovisión se expandió por el período Tiawanaku entre los
años 300 y 1.100 después de Cristo, a través de colonias cabuzas como
ésta misma.
Reconstrucción de las habitaciones de la aldea (sector AZ-11), en panel informativo frente al complejo arqueológico.
Reconstrucción de las viviendas de la aldea (sector AZ-11), en panel informativo frente al complejo arqueológico.
Otros
materiales encontrados en los sitios de habitación y sepultura son los
tejidos de lana, cueros de camélidos, cestos, madera labrada (peinetas,
cucharas, vasos keros, etc.), amuletos, collares, calabazas con
grabados parecidos al método xilográfico, zampoñas, adornos, miniaturas
de balsas pesqueras e incluso instrumentos para el consumo de
alucinógenos.
Además
de pimientos, calabazas, jíquima, porotos y maíz, se han encontrado acá
restos de aves, roedores, moluscos y peces en lo que fueron los fogones
y basurales de las viviendas, dando pistas sobre la dieta de sus
pobladores. Otros restos correspondientes a cuyes y perros sacrificados
parecen corresponder a ofrendas, además de encontrarse camélidos
decapitados. También hay evidencia de cultivo y recolección de algodón,
ají, papas, pallares, camote y mandioca.
Además
del complejo amurallado, existen en el lugar enterratorios que han sido
identificados y excavados, encontrándose acompañados los cuerpos con
restos de cerámica de estilo Maitas y San Miguel. Adicionalmente, se
hallaron petroglifos con representaciones de peces, camélidos, aves,
serpientes y soles.
En
el camino de acceso, en tanto, retrocediendo unos 500 metros hacia el
poniente, se pueden encontrar los restos de los túmulos funerarios,
cementerio hoy conocido como AZ-12. Otra piedra con inscripciones en su
cara plana señala que el lugar corresponde a tal, junto al sendero y los
socavones del lugar de las sepulturas.
En
los sitios funerarios se han encontrado cuerpos de distintos sexos y
edades, cubiertos por esteras de fibra vegetal a modo de cobertores, que
van formando las protuberantes sepulturas múltiples y verticales,
consideradas sagradas por sus habitantes. Se iba colocando un madero a
la altura de la cabeza de los sepultados, como indicador visual del
lugar del enterramiento. Su antigüedad es mucha: las fibras vegetales se
han datado procedentes de entre los años 500 a 200 antes de Cristo, de
modo que son anteriores a la formación de la aldea propiamente dicha.
Ilustración
reconstruyendo la ostentosa tumba 123 del sector cementerial (AZ-75).
Publicada por Iván Muñoz Ovalle y Guillermo Focacci.
Entre
los túmulo se han encontrado restos de madera de chonta, plumas de aves
tropicales y lúcumas, evidenciando con ello el fuerte intercambio de
productos y comercio que existía entre este punto del territorio y los
habitantes mucho más nortinos o selváticos. En sepulturas de niños
incluso han aparecido ofrendas correspondientes a restos de monos
aulladores (Alouatta seniculus), habitantes de la zona Noroeste de Sudamérica y la vertiente oriental andina.
Una
ostentosa tumba hallada en el complejo e identificada como la N° 123,
tenía dentro de ella estatuillas de madera de personajes locales con
gorros tipo bonete de cuatro puntas y con los lóbulos de sus orejas
estirados. Se cree que podría tratarse de representaciones de sujetos
pertenecientes a la aristocracia de la ancestral comunidad azapeña,
apodados los orejones.
El
culto mortuorio asociado a los túmulos de San Lorenzo se mantuvo en el
valle incluso después de la caída la tradición de esta forma de
entierros. El estudio de estos montículos ha confirmado, por ejemplo,
que se realizaban sobre ellos ofrendas en cestos conteniendo alimentos,
cerámicas, tejidos e incluso ollas de alfarería con placentas humanas en
su interior, para honrar a los ancestros que guardaban eterno reposo en
estos grupos funerarios.
A
pesar de todo, llama la atención que, siendo conocida la ubicación del
Pucará de San Lorenzo por los habitantes de la zona (es visible desde
varios puntos por el sector, casi todos en realidad) y estando ubicado
justo enfrente del poblado principal de San Miguel de Azapa, hoy existe
sólo una tibia integración de este atractivo cultural y arqueológico a
los principales circuitos turísticos de Azapa, salvo por algunas
agencias particulares que realizan visitas guiadas en él. Aunque fue
incluido al proyecto Circuito Azapa de la Gobernanza Para el Desarrollo,
quizás el problema sea el aún poco cómodo acceso al lugar y su cuasi
aislamiento del resto de los atractivos del poblado principal.
No
obstante, pueden confirmarse en el lugar los esfuerzos por proporcionar
información y datos científicos sobre este complejo, en paneles y
tableros dispuestos por el Gobierno Regional y la Universidad de
Tarapacá, para el visitante que llega hasta este singular centro
arqueológico en el extremo Norte de Chile, que recomendamos incorporar a
toda carta turística.
GALERÍA DE IMÁGENES:
Vista de la puntilla y la lima donde están las ruinas (al centro, sector de las antenas y árboles).
Conjunto arqueológico visto desde la cima de los cerros de la línea Norte.
La fortaleza en ruinas, vista desde el lecho seco del río San Miguel de Azapa.
Las
ruinas del complejo, vistas desde la ladera del cerro. Se distingue el
muro perimetral y las pircas interiores. Atrás, el poblado de San Miguel
de Azapa.
Las ruinas del complejo, vistas desde la ladera del cerro. Se distingue el muro perimetral y las pircas interiores.
Vista de los paneles informativos en el mirador del complejo.
Vista de los paneles informativos en el mirador del complejo.
Piedra con inscripción para los visitantes: "Museo de sitio complejo habitacional San Lorenzo".
Murallas del complejo. Piedras con argamasa de barro, cenizas y fibras vegetales.
Detalle de las murallas del complejo. Piedras con argamasa de barro, cenizas y fibras vegetales.
Vista de las estructuras en ruinas hacia el sector elevado sobre el lecho del río.
Sector de murallas en ruinas del complejo.
Vista lateral de los muros sobre la loma en que se sienta la aldea.
Detalle de las murallas de piedra alrededor del complejo.
Geometría rectangular de los sillares y murallones bases de las habitaciones del complejo.
Pozo de almacenaje, dentro del complejo de la aldea.
Pozo de almacenaje, dentro del complejo de la aldea.
Pozo de almacenaje, dentro del complejo de la aldea.
Murallas en ruina de la ex aldea. Atrás, se observan las antenas.
Murallones y terrazas de las viviendas del complejo.
Vista de las elevaciones escalonadas de las terrazas del complejo.
Paso entre dos terrazas en ruinas. Al fondo, se observan la línea de mar y el Morro de Arica.
Restos de terrazas y sus sillares.
Restos de sillares en el interior del sector de la aldea.
Niveles formados por las terrazas y la sillería de roca.
Sector de los túmulos funerarios, con la ladera del cerro de fondo.
Vista del sector de los túmulos desde el camino de acceso.
Socavón de los túmulos junto al camino hacia las ruinas del pucará.
Túmulos y niveles de las sepulturas junto al camino hacia el pucará.
Acercamiento al sector de los túmulos, junto al sendero.
Detalle de las esteras de fibra vegetal que dividen las "capas" funerarias.
Detalle de las esteras de fibra vegetal que dividen las "capas" funerarias.
Vista de la ladera del cerro, donde se asoman algunas esteras de los túmulos.
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