LEYENDA Y LEGADO DEL PADRE NEGRO (PARTE II): LA CURIOSA GRUTA DE LOURDES EN CALDERA
Vista actual del templo y de su explanada,
en la plaza.
Coordenadas: 27° 4'13.73"S 70°49'47.47"W
Luego de haber tratado ya la biografía del misionero franciscano colombiano Fray Crisógono Sierra y Velásquez
(1877-1945), más conocido como el Padre Negro y el "Apóstol de
Atacama", quise reservar este capítulo a su curiosa gruta ubicada en el
balneario y puerto de Caldera, localidad donde realizó gran parte de su
obra pastoral
y de asistencia a los pobres, donde se encuentra también su sepultura
que veremos en la quinta y última parte de esta serie de artículos
dedicados a su memoria.
Ya
hemos dicho
del Padre Negro que hacia 1925, unos cuatro años después de haber
llegado a la provincia y de haber servido en San Fernando, fue destinado
a Caldera, 72 kilómetros
al poniente de Copiapó. Allí continuó sus labores infatigables en
beneficio de los habitantes del poblado y de otros cercanos, a los que
llegaba a lomo de caballo, mula o a pie, sacrificios que lo convirtieron
en una verdadera leyenda viviente
con fama de hombre santo. También habría demostrado muchos de sus
extraños prodigios en aquellos años, que llevaron a muchos devotos a
darle en vida una fama de milagroso y sobrenatural, como veremos en la
cuarta parte de esta serie.
En
Caldera, llegó a ser inmensamente querido por su constante presencia en
las caletas de pescadores y
en los campos agrícolas cercanos, además de sus visitas a los centros
mineros. Dijimos ya que era costumbre suya ir levantado para los
feligreses cruces, altares populares y hasta nichos en el cementerio
local, por lo que quedaron varias huellas de su paso por aquella
provincia.
El Padre Negro, dirigiendo obras de construcción.
Imagen antigua de la parte posterior de la extraña capilla y gruta en Caldera, expuesta
al público en el altar del Padre Negro de la Iglesia de San Francisco en Copiapó.
Imagen
del pequeño templo hacia los años setenta,
según creemos. Se observa una parte desmoronada del mismo, al lado
derecho, probablemente a causa de algún terremoto. Fotografía expuesta
en altar del Padre Negro en la parroquia franciscana de Copiapó.
El
altar de la gruta en los años noventa, en imagen publicada en la guía
Turistel. En nuestra época, es más sencilla y recargada de placas de
agradecimientos, además de
algunos rayados en los muros.
Explanada y escalinatas en la Plaza del Padre Negro.
Una
de estas obras, quizás la más importante para la fe de la región, fue
la construcción de una curiosa capilla ubicada en el sector de arenales y
roqueras
junto a la actual avenida Canal Beagle con Agustín Edwards Ossandon y
Salvador,
aproximadamente, a un lado de los caminos hacia el faro y la Bahía de
Calderilla. Puede tratarse de uno de los templos más extraños y
sorprendentes que existen en Chile, para nuestro gusto, ubicado justo
enfrente del estadio.
Aunque
el sector ya está muy urbanizado y todavía en pleno proceso de
absorción por parte de la ciudad, para cuando se trazó allí el proyecto
de la gruta mariana, correspondía a un
terreno estéril en las afueras de Caldera, ubicado entre lomajes
golpeados por vientos.
Esta característica poco acogedora no dejó de llamar la atención de
algunos críticos a las iniciativas casi impulsivas del Padre Negro.
A
mayor abundamiento, el sacerdote lo había elegido para levantar el
pequeño templo sobre una roca del lugar
y que aún se distingue pasando los jardines de docas, por la parte
trasera del
edificio. La roca serviría de cimiento al edificio, idea que no se
eximió de
recibir manifestaciones de duda o discrepancia, pues su decisión que no
dejó convencidos a todos, aunque esto no impediría que muchos se
volcaran espontáneamente a colaborar con sus propósitos.
El
objetivo del franciscano era convertir este sitio en un centro de
peregrinación y celebración de fiestas santorales
de la comunidad local. Estaría consagrado a la Virgen de Lourdes, de la
que seguramente se hizo un gran devoto luego de su experiencia en el
seminario religioso de Bélgica donde tomó los hábitos, como vimos en la primera parte de esta serie de artículos.
Tras
unos meses haciendo llamados en las calles para invitar a los
residentes a tan formidable cruzada, pudo reclutar a muchos amigos,
fieles, canteros y albañiles que ayudaron en la titánica tarea de
construir aquella gruta con más energía y voluntarismo que conocimientos
en ingeniería o arquitectura, lo que da el curioso resultado visible:
de un
rústico templito parecido a la imagen ilusoria de un barco de piedra
encallado en esos arenales. Se cuenta que casi no hubo herramientas ni
moldes en los trabajos de hormigón, concretada principalmente "a mano", lo que redobla la
espectacularidad de la hazaña.
Iniciados los trabajos en 1934, no
parece haber
plena claridad sobre cuánto duraron estas obras, probablemente
consumadas en los años treinta. Sí se recuerda que, tras ser presentado a
la comunidad de calderinos y visitantes, el lugar se convirtió en un
querido centro devocional de los vecinos,
tal como esperaba el sacerdote. Incluso apareció, con el tiempo, un
altar popular menor de Santa Gemina, un poco más al poniente, que aún se
conserva allí. También existen altares para la Virgen del Carmen y San
Expedito en los actuales jardines de la gruta,
aunque cerrados con rejas. Mineros, pescadores, agricultores y
comerciantes se confesaban fervientes devotos de este extraño pero
encantador centro de fe.
Exteriormente,
el edificio es una estructura de líneas rectas y toscas, con su factura
de piedra canteada a la vista, especialmente en sus basamentos y
zócalo. Cuenta con subterráneos actualmente cerrados al público y de
acceso exterior,
por unas ruinosas escalinatas laterales, mientras que el segundo nivel,
correspondiente al de la capilla y su sala interior, se eleva con un
acceso de escalinatas que da hacia el Sur, con vanos de sencillo arco
de concreto. Sólo una cruz colocada sobre el edificio rompe en parte su
cuadratura de diseño. Restos de algunos vanos cerrados por el lado
oriente del edificio confirman que ha sufrido modificaciones a lo largo
del tiempo.
Vista del templito desde la carretera.
Vista de la nave única, hacia el altar.
Altar de la gruta, con imagen de la Virgen de Lourdes.
Vista
hacia el fondo. Atrás a la derecha, junto al arco de acceso, se
distingue el altar dedicado al Padre Negro y convertido casi en animita
popular.
Interiormente,
se trata de una nave con cañón
en murallas y techo, cruzado por vigas estructurales y con peldaños en
el piso para
sortear el leve cambio de nivel. Las laterales están formadas por falsas
arcadas de pilastras, dándole al recinto un asombroso aspecto, parecido
al de antiguos templos paleocristianos, además de un deliberado interés
en ambientarlo como lugar de recogimiento.
El
altar, en tanto, destaca por la imagen de la Virgen de Lourdes y las
placas de agradecimiento, aunque hasta los años noventa era un poco más
sobrio, con un tabernáculo y pequeña gaveta para el sagrario, bajo una
cruz blanca, retirados supongo que para evitar vandalismo y robos.
Tanto
el muro interior como su techo, están colmados de pinturas del artista
autodidacta Luis Enrique Cerda, representando imágenes de Cristo con los
Apóstoles y la Pasión
y la Resurrección. Estas obras son posteriores a la construcción del
edificio, sin embargo: fueron pintadas en 1978, debiendo ser restauradas
por el mismo autor en 1995.
Había
sido inevitable que, con el tiempo, la capilla terminara siendo
identificada como la Gruta del Padre Negro, especialmente después de su
fallecimiento en 1945. Por esta razón, se ha formalizado este nombre
para el edificio y cuenta al fondo de su única nave, a la izquierda
junto al acceso de escalinatas y viejas puertas, un altar propio con el
busto de fray Crisógono, desde los años noventa según entendemos.
Está lleno de placas de agradecimientos, velas y ofrendas florales, convertido
así en verdadera animita, incluso con mensajes de agradecimientos rayados en los muros.
Pinturas en muros y techos de la gruta.
Placas de agradecimiento en el altar mariano.
Sector inferior del edificio, dentro del zócalo y bajo la sala.
Por
otro lado, el
camino de acceso a la gruta fue por muchos años un feo y polvoriento
peladero que sólo reforzaba su aspecto aislado y marginal. Parcialmente
mejorado con el tiempo y denominado
como la Plaza del Padre Negro, hacia el año 2008 se construyó una muy
buena explanada y plaza dura con perímetros verdes, que hoy recibe a los
visitantes y los guía hacia las escalinatas de la subida, con senderos
adicionales en forma de hemiciclo. Dos figuras religiosas se encuentra
en una hilera ornamental de postes en este acceso: una del propio Padre
Negro y otra de la Virgen de la Candelaria, ambas de ingenia factura
artística.
La
gran obra de piedra, hecha por manos de devotos y sólo por impulsos
espirituales, ha resistido con su solidez terremotos y el propio
peso del envejecimiento, convirtiéndose en una atracción turística a la
par de sitio para celebraciones religiosa, romerías y procesiones de la
fe.
En un próximo capítulo de esta serie, veremos otra extraordinaria obra
surgida del mismo empuje y compromiso del Padre Negro con su comunidad
de fieles, y viceversa: la cruz del cerro Chanchoquín de Copiapó.
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