LEYENDA Y LEGADO DEL PADRE NEGRO (PARTE III): EL SANTUARIO DEL CERRO DE LA CRUZ DE COPIAPÓ
Coordenadas: 27°21'26.67"S 70°20'19.34"W
Ya vimos una
biografía de Fray Crisógono Sierra y Velásquez, el recordado Padre de
Negro, una de las figuras más importantes de la religiosidad en la Región de
Atacama durante la primera mitad del siglo XX. También vimos algo sobre la
gruta mariana que el llamado "Apóstol de Atacama" hizo construir en Caldera,
ayudado de amigos y vecinos. Ahora veremos otra de sus extraordinarios legados
para la provincia: la gran cruz del cerro Chanchoquín de Copiapó.
La
costumbre cristiana de poner cruces en cerros, especialmente los que
eran considerados sagrados o venerables desde tiempos "paganos", procede
de la época colonial y permanecía en práctica todavía en los tiempos de
servicio religioso de Fray Crisógono en Atacama. Su cruz
de unos 10 metros de altura, con plinto y basal, todavía permanece
convertida en un símbolo turístico y cultural de la ciudad,
aunque en ciertos aspectos subestimada y subutilizada como atractivo.
El sacerdote colombiano, ya convertido por adopción en chileno,
fue quien tomó la iniciativa de construir esta gran cruz en el cerro Chanchoquín, verdadero bastión vigilante de la ciudad
de Copiapó. La gran estructura de concreto provocó, de hecho, el cambio de nombre del monte: ahora es el Cerro de la Cruz
en guías y planos turísticos. Se recordará que el
Padre Negro también hizo instalar una cruz de metal en el Cerro
Bramador, cerca de la misma ciudad,
y que venía haciendo acciones parecidas en cerros de Pueblo Hundido y
Castilla, donde reparó o instaló otras cruces desde los años veinte,
casi desde recién llegado a Chile.
Vista aérea del cerro, Google Earth. Se observa el
camino de escalones de piedra hacia la cumbre y también se distingue la huella
de un antiguo camino zig-zag que, deduzco, fue el que se empleó en la
construcción del paseo y de la cruz.
Vista lateral del cerro Chanchoquín y su cruz
tutelar.
Los sillares de piedra de algunas de las casas
alrededor de las faldas del cerro, son testimonio de la intensa actividad de
cantería que involucró la construcción del camino y de la cruz.
Pórtico y escalinatas de acceso a la subida del
cerro, todo hecho de piedra. Por información oral tengo entendido que, antes,
existían procesiones por el cerro en períodos de fiesta como la Semana Santa o
la Cruz de Mayo.
El cerro Chanchoquín era denominado así por los antiguos habitantes de la zona y se traduce como Guardián de los Valles.
Parece haber sido un punto de importancia para viajeros incásicos que
llegaron a establecerse en este sector del país. Formando la margen
Nor-poniente de la actual ciudad, en el pasado formó parte de una
derivación del célebre Camino del Inca, por el tramo de Inca de Oro
hasta dentro del valle, aunque
su trazado ya ha desaparecido de la vista. Se han hallado vestigios de
la presencia inca frente al sector de calle Talcahuano,
sin embargo, que continúa llamándose Chanchoquín, precisamente, hacia el
otro lado de la Circunvalación.
En
tiempos hispánicos y de actividad minera, la línea inferior del cerro
fue ocupada por caseríos y campamentos de los trabajadores. También
existió un antiguo cementerio antes de la creación del actual, por lo
que aún aparecen restos humanos en algunas obras y excavaciones que se
ejecutan por ese sector, en las faldas del cerro.
Un
reportaje de la revista "Tierra Cultah" de enero 2014, comenta también
que algunos vecinos de la Población Cartavío aún escuchan en las noches,
ruidos parecidos a los golpes de rocas con barretones, como si
fantasmas todavía realizaran las labores de pirquenes que alguna vez
existieron allí. La misma fuente señala que el escritor e investigador
copiapino José Joaquín Vallejos, más conocido como Jotabeche, quería ser
sepultado al pie del cerro convencido de que era un lugar mágico ideal
para el descanso eterno, deseo que no fue complacido al morir en 1858.
Ascendiendo por el Cerro de la Cruz, hacia su
cumbre.
Un vistazo al camino con escalinatas de ascenso.
Al lado izquierdo se ve una pequeña terraza que sirve de parada a los peregrinos
y visitantes. Ha cambiado muy poco (tal vez nada) desde que lo conocí y subí por
primera vez, a mediados de 1985.
Este can de una pata coja es uno de los varios
perritos callejeros que viven por el sector. Éste, en particular, apareció
amistosamente echado en mis pies luego que me eché a dormir un rato en la cumbre
a la sombra de uno de los murallones en ruinas que hay arriba, en mi última
visita.
Llevando
ya unos 15 años de servicio religioso en la provincia,
Fray Crisógono decidió que la ciudad de Copiapó requería de un potente
símbolo cristiano sobre el histórico y alto cerro, a unos 300
metros de altura (no tengo del todo clara esta cifra, así que es sólo
estimativa), desplegando una formidable campaña de esfuerzos y
colaboración para dar cumplimiento a su sueño.
También pensaba que este santuario en la altura podría ser la salvación
de la
metrópolis minera en caso de un desastre, pues se creía que gozaba del
don de la
precognición y que habría profetizado algunos casos, como veremos en la
próxima
parte de esta serie de artículos dedicados a su recuerdo.
Por
meses, los trabajadores voluntarios, albañiles y canteros estuvieron en
el lugar trasladando materiales y herramientas bajo la diaria
dirección del querido sacerdote. Fue un desafío colosal el hacer llegar a
la cima los sacos de cemento, agua, arena, ripio y, muy especialmente,
los rieles metálicos que servirían de esqueleto a la cruz de concreto en
proyecto y en cuya obra participaron los ferroviarios, de acuerdo a lo
que informa "Tierra Cultah". Por mi parte, tengo entendido que tuvieron
que construirse senderos para el acarreo de materiales hasta la cima,
primer camino utilitario en la ladera del cerro que supongo debe
corresponder a
un zig-zag que todavía puede distinguirse in situ y más definidamente en las fotografías satelitales.
Paralelamente,
cuadrillas de canteros y mineros trabajaron en la construcción de la
enorme escalera de piedra con pircas que asciende hasta el lugar de la
cruz. Esta subida escalonada,
agotadora y casi iniciática, es un extraordinario buen ejercicio en
nuestros
días, pero llama la atención lo poco que atrae a los propios habitantes
de la ciudad. Su característica entrada permanece casi escondida en
calle Rodríguez, entre casas que aprovecharon los materiales de esta
afanosa obra para hacer sus propios sillares y basamentos,
en algunos casos.
Restos de murallones y la cruz, en la cima.
Vista posterior de la cruz. Al parecer, antaño
estuvo parcialmente rodeada por murallones de los que sólo quedan estos restos.
Vista posterior de todo el conjunto, con la ciudad
atrás.
La
postal del cerro con la gran estructura en su corona, se volvió
una imagen turística desde la misma inauguración en 1938, dirigida por
el entonces Obispo de la Diócesis de la Serena, José María Caro, y en la
que se bendijo a todos los habitantes del valle reconociendo a los
trabajadores que ejecutaron las obras, presentes en la ceremonia.
Fray Crisógono
quería también que el Cerro Chanchoquín, se convirtiese en una especie
de santuario de la fe y casi un parque, tal vez con algo
más de verdor que ahora, por lo que podemos especular que cuando se
entregó a la ciudad, se pensaba que esta era sólo la primera etapa de
una seguidilla de trabajos que no se continuaron.
Hay muy poco verde conservado en las partes más bajas del paseo,
infelizmente.
Para
peor, la falta de mantención inutilizando algunos escalones, sumada a
la basura acumulada en algunos tramos inferiores (al parecer, algunos la
usan para jaranas nocturnas y borracheras, dejando testimonios de sus
fiestas), ha ido afeando el paseo del cerro. De promesas de
restauración, mejoras en el acceso y hasta la instalación de un
funicular formuladas por autoridades hacia los días del Bicentenario
Nacional, no se ha visto nada concreto. Otros proyectos de recuperación
incluso han propuesto la construcción de espaciosas
y modernas terrazas antes de tocar su cima, pero no tenemos más noticias
al respecto.
En
lo alto, en tanto, las ruinas de la primera construcción dirigida por
el Padre Negro se combinan con las de pequeños espacios posteriores
abandonados, antenas, instalaciones eléctricas, cableados y paneles que
escasamente acoplan con el sentido solemne que quiso dársele a este
sitio,
además de la basura y los rayados de aerosol en la propia cruz. El más
alto e importante mirador de Copiapó, de este modo, parece bastante
profanado cuando se
sube peldaño a peldaño hasta su monumental cruz, usada ocasionalmente en
ceremonias y peregrinaciones o romerías. No obstante, se hacen pequeños
esfuerzos por parte de los fieles, como el llevar agua desde un tambor
en la
parte inferior para regar los pocos árboles del paseo, aunque en la
última
visita ya no estaba este contenedor.
A pesar de que era una práctica antigua, como vimos, fue inevitable que
la atención popular se colocara especialmente en las leyendas y los rasgos más
misteriosos sobre el origen de la gran cruz en el cerro de Copiapó, como la creencia
que ya comentamos más arriba, sobre salvar a la ciudad de una catástrofe.
A mayor abundamiento, se cuenta que el
Padre Negro
ordenó
construir estas escaleras y colocar el monumento religioso alarmado por
la falta de fe y
la vida licenciosa de los habitantes (promiscuidad, prostitución, juegos
de azar, borracheras, fiestas indecorosas, etc.), especialmente de los
mineros,
esperando prevenir con ello un castigo divino al estilo Sodoma y Gomorra
o Jericó.
Al
parecer, el esfuerzo habría funcionado devolviendo al pueblo a las
iglesias y la observancia de la fe, además de dar la posibilidad a los
copiapinos de salvarse en su altura de un pronóstico catastrófico que él
mismo habría advertido, sobre inundaciones y anegamientos por napas
subterráneas (recordar la leyenda de las "marejadas" que se escuchan
bajo la fuente de la Plaza de Armas), según veremos en el próximo capítulo,
cuarto de esta serie dedicada a su memoria.
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