CRISTO DE LA CONCORDIA DEL MORRO DE ARICA: A VECES MONUMENTO A UNA ESPERANZA, A VECES A UNA QUIMERA
Coordenadas: 18°28'54.67"S 70°19'29.86"W
Quiero
dejar publicado este artículo sobre el más grande de
los monumentos que están en la cumbre del Morro de Arica, histórico
sitio escenario de la batalla del 7 de junio de 1880. A pesar de
ser relativamente reciente, la historia de su origen no siempre parece
bien conocida y a veces hasta es mal interpretada o contada con errores
que me gustaría despejar.
Es
un tanto controvertida esta figura tutelar en la cima, la del Cristo de
la Concordia del Morro de Arica, por algunos llamado también Cristo de
la Paz. Aunque con su instalación se pretendió poner una sentencia final
y conciliadora a las consecuencias de la Guerra del Pacífico, 120 años
después del conflicto, en su momento causó cierto escozor incluso a
algunos ariqueños, por haber sido dispuesto de espaldas a la ciudad,
mirando hacia el océano. Además, su presencia en el lugar no siempre ha
fomentado discursos de entendimiento, como era el objetivo de su
instalación.
Es
compleja la situación del monumento pues, por muchos períodos de su
corta existencia, parece hacer un saludo a lo que resulta más bien una
aspiración, un buen deseo, por encima de una realidad y de una
constante. Tras quedar erigido, además, no sólo sobrevino la demanda de modificación del límite marítimo
y se sentó la base del futuro conflicto fronterizo artificial en el
imaginario "triángulo" del borde costero, sino que han ocurrido también
algunos peligrosos incidentes en la cima del Morro demostrando que no
todo está resuelto allí, como la ocasión en que turistas peruanos
intentaron bajar la bandera chilena para izar la propia en enero de
2002, en un acto que podría haber tenido graves consecuencias, de no
haber mediado la cordura y la tolerancia de las autoridades ariqueñas.
Como
en muchos temas relativos a monumentos conmemorativos e históricos, es
preciso remontarse en el tiempo para entender de dónde proviene y por
qué existe allí el Cristo de la Concordia, que algunos han motejado
sarcásticamente también como el Cristo de la Discordia en determinados períodos de malas relaciones e impasses
diplomáticos entre ambos países. Es este propio origen, pues, lo que a
veces le hace aparecer como un monumento cínico, aspiracional y que da
por consumado un sentimiento que no siempre asoma como sólido; ni
siquiera en una ciudad como Arica, con una relación tan estrecha con su
vecina peruana Tacna, aunque subordinada a la convivencia geográfica y
comercial -de clientela-, más que a esa voluntad sublime que intenta
consagrar el Jesucristo de brazos abiertos en el Morro.
Cima
del Morro de Arica en 1997, con el pedestal del futuro monumento aún
permanecía sin la gran estatua del Cristo de la Concordia.
La
cumbre del Morro en la actualidad. De izquierda a derecha, se observan
el Cristo de la Concordia, el Monumento al Soldado Desconocido y el
Monumento al General Lagos.
Después
de más de 40 años de tensiones diplomáticas y desencuentros constantes
entre Chile y Perú, tanto por las diferencias de interpretación del
Tratado de Ancón de 1883 (firmado hacia el final de la Guerra del
Pacífico y poniendo fin a la situación beligerante entre ambos países)
como por los resquemores generados en el interés de ambos naciones por
asimilar y retener los territorios de Tacna y Arica, el panorama cambió
radicalmente al asumir el mando chileno el General Carlos Ibáñez del
Campo, colocando en la Cancillería a Conrado Ríos Gallardo, mientras en
el vecino país se hallaba en la presidencia Augusto B. Leguía y a su
Canciller Pedro José Rada y Gamio.
El
acercamiento funcionó como válvula de escape para distender el clima
que, varias veces en todo ese período, había vuelto a tener olor a
guerra, además de abrir la sub-región al intervencionismo de otras
naciones interesadas en un desenlace. Luego de explorar muchas
posibilidades y fórmulas con el plenipotenciario de los Estados Unidos,
Mr. Frank Kellogg, las relaciones fueron restituidas en julio de 1928,
designándose embajadores a Emiliano Figueroa Larraín por Chile y a César
A. Elguera por Perú. Así, tras varios borradores, se llegó por fin a un
acuerdo materializado el 3 de junio de 1929 en Lima, con la firma de
Rada y Gamio por Perú y Figueroa Larraín por Chile.
Tacna,
de esta manera, regresaba a manos de Perú, mientras que Arica quedaría a
perpetuidad en manos de Chile. Parecía la mejor solución posible en
aquel momento, y es así que tenemos a un emocionado y satisfecho Rada y
Gamio declarando en la ocasión:
Al
recibir los territorios que se reintegran al Perú, según los tratados
peruano-chilenos, la delegación nacional que representa a la República
del Perú y a su gran Mandatario, Augusto B. Leguía, recibe de la
distinguida representación chilena, con profunda y santa emoción, con
sentimiento de inefable fraternidad, los territorios que en estos
históricos momentos se reincorporan al seno de la patria (...) sellando
con ellos la indestructible amistad de estas dos naciones, asegurando
la paz de América y dando al mundo ejemplo imperecedero de previsión,
sensatez y armonía.
Embriagados
de esta linda sensación de que las relaciones por fin habían entrado a
un cauce de paz y amistad imperecederas, el artículo 11° del mismo
instrumento jurídico recién firmado establecía el siguiente compromiso:
Los
Gobiernos del Perú y de Chile, para conmemorar la consolidación de sus
relaciones de amistad, resuelven erigir en el Morro de Arica un
monumento simbólico sobre cuyo proyecto se pondrán de acuerdo.
Y
el Protocolo Complementario que acompañó al Tratado de 1929, junto con
cerrarle el paso a las pretensiones de puertos para Bolivia en este
territorio (al impedir "ceder a una tercera potencia la totalidad o parte de los territorios" cuya soberanía acababa de quedar definida), agregaba en su artículo 3°:
El
Morro de Arica será desartillado, y el Gobierno de Chile construirá a
su costo el monumento convenido por el Artículo Undécimo del Tratado.
Éste
es, pues, el origen del monumento del Morro, que corresponderá después
al Cristo de la Concordia o Cristo de la Paz... Pero iba a correr mucha
agua bajo el puente, antes de que pudiese concretarse lo contratado.
El
15 de agosto de 1930, con la demarcación se firmó el Acta para la nueva
frontera entre ambos países, aunque este instrumento no definió el
régimen jurídico ni la modalidad operativa en que Chile debía entregar
las obras pendientes. Posteriormente, el 21 de noviembre de 1933, se
procedió a firmar en Lima el Protocolo para Erección del Monumento
Simbólico en el Morro de Arica, cuyo texto completo decía definiendo la
identidad de la imagen que debía ser utilizada y su mensaje,
profundamente influida por la religiosidad de la época:
Reunidos
en el Ministerio de Relaciones Exteriores, los infrascritos, doctor don
Solón Polo, Ministro del ramo, y don Manuel Rivas Vicuña, Embajador
Extraordinario y Plenipotenciario de Chile, con el objeto de hacer
constar el acuerdo a que han llegado para dar cumplimiento al artículo
undécimo del Tratado que el Perú y Chile celebraron en Lima, el 3 de
junio de 1929, y al artículo tercero del Protocolo Complementario de la
misma fecha, sobre erección de monumento simbólico que, en la cumbre del
Morro de Arica debe conmemorar la consolidación de la amistad de los
dos países; armonizando la ejecución de ese compromiso con la
cordialidad a que han llegado las relaciones que recíprocamente
cultivan; y habiendo sido ya desartillado el Morro, han convenido en lo
siguiente:
Primero,
el monumento simbólico a que se refieren el artículo undécimo del
Tratado Peruano-Chileno del 3 de junio de 1929 y el artículo tercero del
Protocolo Complementario de la misma fecha, consistirá en una estatua
enhiesta del Salvador del Mundo en actitud de predicar su doctrina de
paz y amor. La estatua será vaciada en bronce, conforme al modelo que
aprobarán previamente ambos Gobiernos y colocada sobre una escalinata de
granito y un pedestal, en el sitio adecuado más prominente del Morro de
Arica, de modo que pueda ser claramente vista desde tres millas antes
de entrar al puerto por las naves que se dirijan a él. Las dimensiones
de dicho monumento serán las necesarias para que, al contemplarse,
produzca la impresión correspondiente al noble pensamiento a que debe su
origen, teniendo en cuenta la altura a que se va a colocar y la
facilidad de su contemplación desde la ciudad y desde el mar.
El
monumento llevará en el lado del pedestal que mira al occidente los
escudos esculpidos o en bronce del Perú y de Chile, y como única
inscripción las palabras del Redentor a sus Discípulos 'Amaos los unos a
los otros como yo os he amado'.
Segundo,
la primera piedra del monumento se colocará el 12 de febrero de 1934; y
la inauguración del mismo se realizará el 2 de mayo del propio año, con
arreglo al ceremonial que acordaron oportunamente ambos Gobiernos.
En
fe de lo cual, firman y sellan por duplicado este Protocolo, en Lima,
el veintiuno de noviembre de mil novecientos treintitrés.
(LS) Solón Polo
(LS) Manuel Rivas Vicuña
Nota:
Suscrito en Lima el 21 de noviembre de 1933. Por el Tratado suscrito en
Lima el 17 de marzo de 1934 se postergó para el año 1935 la erección
del citado monumento.
(L.S.).- Solón Polo
(L.S.).- Manuel Rivas Vicuña
Nota: Por acuerdo de ambas Partes se suspendió el trámite de aprobación de este instrumento.
Al
año siguiente, se firmó el Protocolo de Liquidación de Obligaciones,
considerándose pendientes aún la construcción del Malecón de Atraque en
Arica, del Edificio de la Agencia Aduanera y de la Estación Terminal del
Ferrocarril a Tacna.
Pero
había pasado el tiempo y las relaciones entre Chile y Perú volvieron a
su curso histórico: es decir, más malas que optimistas o, cuanto menos,
cargadas de desconfianzas y hasta de sentimientos de revanchismo,
espinas que ni el propio Cristo podría haber limado. Al festejo limeño
inicial y la satisfacción por el Tratado de 1929, comenzó a sucederle la
sensación derrotista, acompañada del deseo de recuperar los territorios
perdidos y hasta presuntamente representados en las dos hojas dobladas
de los laureles que acompañan su escudo patrio: Arica y Tarapacá.
Algunos grupos fueron bastante hábiles en el esfuerzo de agitar los
vientos del patriotismo herido durante este período, con objetivos
políticos.
Las
tensiones recomenzaron especialmente después de 1948, con el ascenso de
la Junta de Gobierno dirigida por Manuel A. Odría, que derrocó a José
Luis Bustamante. Si bien el Presidente Manuel Prado Ugarteche se
interesó en un acercamiento estratégico con Chile al regresar al poder,
unos años después y despertando antipatías del nacionalismo más radical
peruano, al dejar el gobierno en 1962, se dio inicio a una delirante
carrera armamentística que se prolongó hasta los difíciles días de la
dictadura del General Juan Velasco Alvarado en los años 70 y un poco más
allá, inclusive, cuando la sombra de la guerra estuvo sumamente vigente
hasta los días de tentativas aliancistas con Argentina por el asunto
del Canal Beagle, hacia 1978-1979. El período coincidía con el clamor y
los ánimos generados en Perú y Bolivia por el centenario de la Guerra
del Pacífico.
Tras
mucho tiempo de postergaciones del trámite del monumento y otros puntos
del tratado, en los años 80 y con el alejamiento de la sombra de la
guerra con Argentina, se volvió a dar pie a una mejor etapa de
relaciones entre Chile y Perú, tan lesionadas en esos últimos años y con
miles de minas sembradas en la frontera como testimonio de la enemistad
latente que dominó la mirada entre ambos lados de la Línea de la
Concordia.
Así
las cosas, en 1982 y por mutuo acuerdo de las partes, se decidió
retomar las obras de construcción pendientes en Arica y comprometidas en
el Tratado de 1929, además de las limitaciones de gastos militares
luego de los largos años en competencia feroz. Se firmó así el Acta de
Lima del 29 de noviembre de 1985.
Retomando
de esta manera el asunto pendiente, el monumento de marras resultó ser
definido en el Cristo de la Concordia, figura de cuatro metros de
altura, pensada para ser fabricada en fierro y bronce, que debía ser
montada sobre un pedestal de seis metros de forma piramidal. Su diseño
perteneció al conocido escultor nacional Raúl Valdivieso Rodríguez
(1931-1993), quien presentó una maqueta de bronce de unos 30 centímetros
de altura para describir su obra proyectada y obtener la aprobación de
la propuesta.
La
elaboración de la figura en su tamaño real, quedó encargada al artista
español Zemlika Valdivieso, quien trabajó la enorme escultura en su
patria. El trabajo metalúrgico se hizo con una estructura interior de
acero y placas modulares de bronce que, una vez armadas, dan la forma a
la enorme estatua, cuyos brazos abiertos superan los 9 metros de
envergadura. Esta etapa quedó a cargo de la Fundición Codina Hermanos,
en Madrid. Y aunque hay quienes critican cierta desproporción en la
figura resultante, porque tendría piernas demasiado cortas, cabe indicar
que está concebida más exactamente, para ser vista desde la distancia.
Las
15 toneladas de la estatua llegaron desde España a Chile ese mismo año
de 1987 en que fue fabricada. Fue rearmada acá, pero debió ser colocada
en un patio del Regimiento Ingenieros N° 6 "Fuerte Azapa", hoy llamado
Brigada Acorazada "Coraceros" de Arica, dejándola boca abajo y colocada
sobre unos altos de neumáticos que servían de cojines, para evitar que
se dañase con el contacto con el concreto del suelo. Permaneció en este
sueño y juntando polvo varios años más, como veremos, antes de que
volviera a ser despertado.
Detalle de los escudos y el mensaje en la base del monumento.
Entrada a la Capilla Carmelitana, al interior del pedestal.
Interior de la capilla, durante la realización de un matrimonio. Imagen de la Virgen del Carmen, al fondo.
También
se terminó de construir el pedestal de forma piramidal sobre el lugar
de la primera piedra, obra modernista de hormigón armado de 1,6 metros
de espesor, en cuyo interior acoge un pequeño templito mariano conocido
como la Capilla Carmelitana, donde se realizan algunas ceremonias, misas
conmemorativas e incluso bodas. A pesar de que no todos los visitantes
notan la naturaleza religiosa de este espacio en la base, tiene en su
interior un altar con la efigie de la Virgen del Carmen, la Santa
Patrona de Chile. Ubicado a unos 30 ó 35 metros del borde del
precipicio, se accede a ella a espaldas de la pirámide y del Cristo,
contando con una explanada propia para estacionamientos de visitantes.
Los
últimos puntos pendientes del Tratado de 1929, entonces, iban a ser
cumplidos después de 60 años de tormentosa y nada quieta vecindad, con
la reapertura de las relaciones diplomáticas incluidas. Tras grandes y
agotadoras negociaciones, se firmó en Lima, el 13 de noviembre de 1999,
el Acta de Ejecución del Tratado de 1929 y de su Protocolo
Complementario. Gobernaban entonces Eduardo Frei Ruiz-Tagle en Chile y
Alberto Fujimori en Perú.
Con relación al monumento, las autoridades de ambos países acordaron, entonces:
De
conformidad con lo dispuesto en el artículo undécimo del Tratado de
1929 y tercero de su Protocolo Complementario, los cancilleres de ambos
países de común acuerdo procederán a la inauguración del "Cristo de la
Concordia" sobre el Morro de Arica, conforme a las características
especificadas en el acuerdo suscrito por los gobiernos de Chile y Perú,
el 21 de noviembre de 1933.
El
Cristo de la Concordia, de esta manera, fue llevado hasta el peñón y
montado sobre la pirámide de la capilla con 32 pernos de acero,
fijándolo firmemente a la base, con suficiente resistencia para sostener
el coloso permanentemente golpeado por los vientos litorales, que a
veces llegan a sentirse con fuerza en la cima del Morro.
Tras
tantas décadas de postergaciones, entonces, el Cristo de la Concordia
fue inaugurado el martes 7 de marzo 2000, en acto público encabezado por
los cancilleres Gabriel Valdés, por Chile, y Fernando de Trazegnies,
por Perú, ocasión en la que también se entregó a la administración
peruana el recinto portuario habilitado en la bahía de Arica, también
como compromiso del Tratado de 1929. Hoy, resulta interesantísimo leer
las elogiosas declaraciones que las autoridades chilenas hicieron por
entonces para el después muy cuestionado Presidente Fujimori, además de
las promesas y garantías de que se había resuelto ya la "última" de
todas -absolutamente todas- las asperezas en las relaciones de ambos
países; pero esas son aguas de otro molino.
A
pesar de las buenas intenciones, sin embargo, más de una década y media
transcurrida desde la inauguración del Cristo de la Concordia no ha
reflejado del todo su espíritu en la diplomacia, cíclicamente afectada
por vaivenes y entuertos que nunca parecen superados. Como sucedió
también con el Cristo Redentor de los Andes para el caso de las
relaciones entre Chile y Argentina, el poder del Salvador no siempre ha
sido garantía de lidia con los caprichos y las inclinaciones humanas al
conflicto.
A
modo de reflexión, un error frecuente en nuestros países a nivel de
diplomacia y programas de integración, es pretender saltarse etapas y
fingir que los problemas sin resolver no existen, el mito de la
"hermandad" intrínseca entre naciones. Supone esto que basta con la
buena voluntad e incluso con la negación para superarlos y "seguir la
luz" sin caer en las tentaciones que connaturalmente arrastran los
choques culturales, idiosincrásicos y hasta antropológicos. La realidad
se encarga de imponerlos una y otra vez, cuando la situación de mera
vecindad no ha bastado para formar intereses comunes ni asociaciones
estratégica que, dejando a un lado la poesía, son las verdaderas
garantías la paz y buenas relaciones entre las naciones, no así los
mantras vacuos del buenismo americano.
Muchas,
muchas cosas quizá deban suceder aún para que la amistad, la paz y
sobre todo el entendimiento con los intereses mutuos que involucra el
concepto de "concordia" representado en el Cristo del Morro de Arica,
sean efectivos y se vuelvan sólidos entre ambos países, no dependiendo
únicamente de la fragilidad de las circunstancias, del ánimo puntual de
los gobiernos de turno y menos del autoengaño optimista materializado en
el sólo cumplimiento formal del compromiso de erigir un monumento, por
grande y pesado que sea.
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