UNA MEMORIA VERDE ESCONDIDA EN TARAPACÁ: CUANDO LAS PAMPAS DESÉRTICAS FUERON VERGELES Y GRANDES FORESTAS
Grandes
árboles alrededor del monumento histórico-militar de la Batalla de
Dolores, en el paño norte de la reserva de la Pampa del Tamarugal.
Imagen de una primera visita en 1997.
Coordenadas: 20°28'31.57"S 69°39'32.85"W / 19°44'11.92"S 69°52'51.07"W (Bosques de las reservas del Tamarugal)
El
verdor de la medianía desértica en la Región de Tarapacá, en Chile,
está reducido principalmente a las quebradas o valles irrigados y a las
reservas forestales que sobreviven en dos o tres grupos distribuidos en
las puertas de la zona altiplánica. La Pampa del Tamarugal, con sus
cerca de 300 kilómetros entre la Quebrada de Tana y el Río Loa, lleva su
nombre precisamente por la concentración de estos árboles tan
característicos de provincia homónima: los tamarugos.
El
árido paisaje engaña en nuestros días: cualquiera creería que la
sequedad de este lado al norte del gran desierto atacameño, ha sido
igual de estéril y calcinante desde sus orígenes, abriéndose como un
paisaje primigenio y en apariencia carente de vida, cruzado sólo por los
remolinos de polvo o chusca. Se registran altas temperaturas en el día,
pero sus noches frías contrastan con 20 grados o más de diferencia en
pocas horas, produciendo una geografía llena de grietas y
fragmentaciones de rocas, por la permanente dilatación y contracción de
las mismas.
Sin
embargo, los remanentes de tiempos más prolíficos y llenos de energía
de vida parecen contenidos en el propio nombre de Tarapacá, cuya
etimología puede remontarnos a tiempos todavía más arcaicos que los de
la historia antropológica local, reservando y persistiendo en ella una
secreta memoria sobre el aspecto que alguna vez tuvieron estos apartados
parajes hostiles.
Existe
más de una explicación etimológica sobre el origen de este nombre dado
al territorio, sin embargo, pero es una de las más plausibles y
aceptadas aquella según la cual significaría algo así como árboles escondidos o escondite de árboles, al provenir de la fusión de dos palabras aymarás: tara y pacari, que es literalmente árbol escondido, según hicieron notar investigadores como Luis Díaz Prado. Esta idea era compartida por el no hace mucho tiempo fallecido Cacique de la fiesta de San Lorenzo de Tarapacá,
don Fermín Méndez, y por el eximio investigador de las tradiciones y
folklore de la zona don Juan Uribe Echevarría, quien traduce tara-pacari, más específicamente, como conjunción de los conceptos árbol y esconderse, ocultarse, según escribió en "La Fiesta de La Tirana de Tarapacá".
Árboles del desierto del Norte de Chile, en 1935. Imagen de las colecciones fotográficas del Museo Histórico Nacional.
Ganadería en los bosques de tamarugos. Imagen: EducarChile.
Viejo
y enorme tamarugo del sector de La Tirana, en imagen publicada por "La
Estrella de Iquique" el 20 de agosto de 1967. La vegetación espinosa es
abundante en la Pampa del Tamarugal, pero la mayor parte de la que es
visible por los visitantes, ha sido repuesta artificialmente en la zona.
Pero para folklorólogos como Pablo Garrido y Margot Loyola, el nombre de Tarapacá provendría en realidad del quechua turu y paca, es decir barro escondido, mientras que para el cronista nortino Senén Durán Gutiérrez, nace desde el aymará thapaka paka, que se traduce como ave de rapiña, según concluye en la obra "Del secreto discurso del desierto. Tradiciones tarapaqueñas".
Otros investigadores como Oreste Plath,
en cambio, consideran que el concepto es más complejo: dice en su
"Geografía del mito y la leyenda chilenos" que Tarapacá sería
equivalente a descubrir un secreto o bien zona tapada de árboles de tara,
lo que habla de alguna complicidad del antiguo paisaje con misterios y
escondites, entre árboles de desaparecidos bosques. Y se recordará que
la leyenda de la Ñusta Huillac,
la hermosa princesa incásica que se enamoró perdidamente de un
cristiano español tomando su fue y dando fundamento folclórico a la
tradición de la Fiesta de la Tirana, supone también que existieron en la
zona bosques suficientemente tupidos y grandes para que fugitivos
pudiesen ocultarse en ellos, mucho más impresionantes que las actuales
reservas forestales allí observables.
En
todas las versiones revisadas sobre este umbral toponímico de Tarapacá,
entonces, se hace referencia a un paisaje primario que ya no parece
coincidir con el territorio desértico y rocoso que domina
mayoritariamente. Se alude a árboles, bosques, fango, humedad, flora y
fauna. ¿Será el verdor de las quebradas y reservas, entonces, lo último
que queda como residuo de aquel misterioso paisaje perdido y hoy
invisible?
Estos
conceptos son tan curiosos como un hecho concreto que ha sido
verificado en la zona, por autores como Ricardo E. Latcham y, desde
allí, investigadores más modernos: la existencia de bosques completos
que han quedado atrapados bajo las arenas que avanzaron por la Pampa del
Tamarugal, en tiempos relativamente recientes, siendo encontrados en
estado semi-fosilizado hasta nuestra época.
Así
pues, el nombre de Tarapacá remonta -en cualquiera de las
interpretaciones comentadas- a la sugerencia de que el territorio era un
magnífico bosque y un vivo paisaje en donde sus primeros habitantes
podían encontrar refugio, escondite y mucha materia prima todavía
visible en los restos arqueológicos de la zona.
Hoy,
poquísimas de las quebradas interiores que corren por el territorio y
que llevan o llevaron agua, llegan íntegras a la orilla del mar o cerca,
pues todas parecen perecer tragadas por el suelo reseco de la zona. El
régimen hídrico natural depende casi exclusivamente de las
precipitaciones de lluvias cordilleranas, además. Destacan las quebradas
de Tarapacá, Aroma, Itapillán, Tiliviche, o más al Sur las de Tambillo,
Infiernillo, Del Salado o Guatacondo. Sin embargo, la irrigación que
proporcionaban alcanzó para mantener estos desaparecidos bosques y
humedales, junto a las napas subterráneas que suministraron el vital
elemento a las raíces de aquellos bosques, más los períodos anuales de
lluvias.
Campos agrícolas de la Quebrada de Tarapacá.
Copas y ramas de los árboles de la reserva de tamarugos, en La Tirana.
Gran tronco quemado en Huarasiña, de lo que fue un viejo árbol tarapaqueño.
Y
en una época remotísima, además, antes que cualquier hombre diera un
primer paso en este planeta, estos parajes fueron una selva habitada por
monstruos jurásicos y cretácicos como los representados en el parque de
dinosaurios a tamaño natural cerca de Matilla, presencia confirmada por
hallazgos paleontológicos de la Quebrada de Chacarilla, a 75 kilómetros
de Pica, realizados por Gali y Dingman en 1962 y que incluyen huellas
fosilizadas que han sido estudiadas por expertos de la Universidad de
Yale. El Tarapacá verde duró millones de años, entonces, antes de llegar
a su marchito aspecto actual.
La
fauna local al interior de Iquique, también conserva las memorias
ancestrales de estos territorios, aunque suene raro: hay gaviotas que
anidan en los sectores rocosos al interior, en la desértica depresión
intermedia, tal como lo hacían allí cuando estos mismos terrenos estaban
al borde de mares interiores, antes que fuerzas geológicas los
levantaran alejándolos de la costa, según se cree. Mario Portilla
Córdova, en "Del Cerro Dragón a La Tirana. Leyendas y tradiciones de
Tarapacá", comenta del curioso caso de una comerciante llamada doña
Eulalia que, aprovechando este comportamiento de las gaviotas anidando
en el desierto, durante los tiempos del servicio popular del tren longino
saliendo o llegando a Iquique, cazaba algunas de ellas para hacerlas
pasar en sus ollas por cazuela o picante de gallina, para los clientes
de su pensión cercana a la Estación Gallinazos.
¿Cuánto
duró la condición naturalmente floral de estos territorios? Hay
testimonios y crónicas demostrando la existencia de grandes "selvas" o
cuasi vergeles hasta tiempos tardíos, antes de la conquista industrial
de Tarapacá y especialmente hasta la época de explotación calichera, la
gran responsable de su desaparición. También hay hallazgos reiterados de
los descritos troncos parcialmente fosilizados, en lo que eran esas
vastas extensiones forestales del pasado.
Por
otro lado, tengo la impresión de que nadie ha explorado la posibilidad
de que parte de los recuerdos de ese bosque secreto y misterioso al que
hace referencia el nombre de Tarapacá, no sea sólo el verdadero grupo de
árboles que allí existió alguna vez, sino uno supuesto y "oculto", más
asociado al contenido fascinante y cultural del territorio: un reflejo
en el imaginario de la comprensión del paisaje, nacido de los espejismos
mezclados con la ilusión y la angustia de los antiguos viajeros, por
ejemplo. Una posible pista de esto la da el ingeniero Alejandro
Bertrand, quien escribió en plena Guerra del Pacífico su informe de
agosto de 1879 titulado "Departamento de Tarapacá. Aspecto general del
terreno, su clima y sus producciones", diciendo sobre la Pampa del
Tamarugal:
…el
viajero que por primera vez contempla esta región, se sorprende al ver
en el horizonte árboles, construcciones y lagunas; mas pronto se
convence de que estos paisajes son obra del miraje y cuando desaparece
la ilusión óptica sólo queda una pampa árida no interrumpida desde
Camarones hasta el Loa.
Echando
cuentas en la historia americana, es un hecho que este territorio
perteneció administrativamente a los reinos del Tawantinsuyo, tras la
invasión ejecutada por las huestes incas del siglo XV. Antes, sin
embargo, había estado controlada por el reino Pakaje (tarapacajes o Pakajes pardos).
El poblado de Tarapacá en la quebrada homónima ya era, por entonces, el
centro administrativo más importante de la zona, y lo siguió siendo
durante la Colonia y parte del siglo XIX.
Es
presumible que los incas encontraran resistencia por parte de los cerca
de 6.800 habitantes de la quebrada, pues 2.797 mitimaes fueron
trasladados por entonces hasta los valles de Sama, Locumba y Tacna,
según datos de Patricio Núñez Henríquez, lo que es casi el 50% del total
de su población. Evidencia arqueológica encontrada en los alrededores
demuestran lo antiguo de esta presencia humana y confirman que es,
ciertamente, anterior al arribo inca y español. Hoy destacan como sus
huellas el complejo habitacional de Caserones, los canchones y pircas
ancestrales repartidos por la Quebrada de Tarapacá, y los grandes
geoglifos como el Gigante del Cerro Unitas o el Rey de Huarasiña. Todos
estos territorios estaban determinados por el paso de los ramales del
Camino del Inca, además.
Considerando
que los conquistadores Diego de Almagro y Pedro de Valdivia viajaron
por Chile usando ese mismo Camino del Inca, es una certeza en base a sus
testimonios, que Tarapacá ya estaba perfectamente poblado y organizado
por comunidades indígenas desde tiempos prehispánicos.
Tamarugo solitario de Tarapacá, en La Tirana.
Algarrobo centenario del centro de Pica, a un lado de la plaza.
Tamarugo en el camino de acceso al templo viejo y cementerio de La Tirana.
Ahora
bien, la memoria contenida en la tradición oral parece aportar algo más
sobre ese paisaje ancestral de estos territorios de tamarugos con los
que convivieron sus más antiguos habitantes: se cuenta que los abuelos
de Pica y Matilla describían un clima diferente al de hoy, con frases
como "Enero poco, febrero loco, marzo y abril aguas mil", que repetían con insistencia. Las casas con techo de mojinete,
similar al que puede observarse en la iglesia de Tarapacá y muy
corrientes al Sur del Perú, suelen asociarse a un clima con cierta
presencia de lluvia y brumas, pero la mayoría de ellas se construyeron
en esta zona sólo hasta 1930 ó 1940, aproximadamente.
La
misma tradición rezaba que tal clima comenzó a cambiar tras uno de los
terremotos de la segunda mitad del siglo XVIII, alcanzando el aspecto
árido y extremo que le conocemos ahora hacia fines de la siguiente
centuria. Aún se producen grandes inundaciones en Tarapacá, de hecho, a
causa del invierno altiplánico de (los tarapaqueños son puntillosos en enfatizar que no es correcto llamarle boliviano),
especialmente hacia la proximidad del verano o durante el mismo, lo que
motivó a sus pobladores a exigir a las autoridades, en 1993, ensanchar
el lecho del río y aumentar los gaviones para evitar que el agua llegara
a las casas, pero completándose estos trabajos más de 15 años después.
Una de las últimas grandes riadas arrasó muchos de esos pesados gaviones
que han ido cercando el caudal, carcomiendo tramos de terreno y
alcanzando parte de una ladera.
Así,
tenemos antecedentes de un clima y de un paisaje que justifican esa
memoria sobre la presencia de los bosques ya desaparecidos en Tarapacá.
Existe
un ilustrativo artículo de investigación, publicado hace poco en la
revista "Estudios Atacameños" N° 47 de San Pedro de Atacama, 2014, por
los autores Magdalena García, Alejandra Vidal, Valentina Mandakovic,
Antonio Maldonado, María Paz Peña y Eliana Belmonte, titulado
"Alimentos, tecnologías vegetales y paleoambiente en las aldeas
formativas de la Pampa del Tamarugal", Tarapacá (ca. 900 AC-Boo DC)".
Dicen allí que se han ejecutado análisis paleoclimáticos relacionados
con el estudio de polen contenido en paleomadrigueras de roedores del
piso Tolar (3.300-4.000 metros sobre el nivel del mar) en la latitud del
Salar del Huasco y en la Quebrada de Maní:
Los
primeros han dado como resultado un ambiente de mayor aridez que el
actual para el Holoceno Medio (8000-3500 AP), un aumento notable de la
humedad hacia 2200-1000 años AP, y nuevas condiciones de aridez para los
últimos siglos (Maldonado y Uribe 2011 Ms). Los segundos estudios dan
cuenta de la existencia de tres períodos más húmedos situados entre
2500-2040, 1615-1350 y 1050-680 años AP (Gayó et al. 2012). De esta
manera, ambos trabajos muestran resultados coherentes con la
dendrocronología efectuada en la Pampa del Tamarugal, que permiten
concluir que el ambiente durante el Formativo Tardío e inicios del
Intermedio Tardío (ca. 1000 DC) fue más húmedo que el actual y se
vinculó a una mayor cobertura vegetacional de tolas en tierras altas y
forestales en la pampa (García et al. 2011; Maldona-do y Uribe 2011 Ms;
Maldonado y González 2012 Ms). Con lo anterior, se valida lo planteado
40 años antes por Mostny (1971), quien a partir de la abundancia y
tamaño de los troncos presentes en los sitios arqueológicos de
Guatacondo, ya proponía que en el Formativo la situación climática debió
ser mucho más favorable que en la actualidad.
Junto
con los bosques, las quebradas que descienden desde la Puna y desaguan
en la Pampa del Tamarugal constituyen un segundo espacio de obtención de
plantas. Entre las más importantes se encuentran la quebrada de Aroma,
Tarapacá, Juan de Morales, Quisma, Maní y Guatacondo, las cuales generan
un alto contraste de humedad en relación a la monotonía del desierto.
Los dos principales bastiones verdes de tamarugos (Prosopis tamarugo)
que dan nombre a la majestuosa Pampa del Tamarugal, aparecen como
retazos de los comentados bosques perdidos, pues los mencionados
yacimientos semi-fósiles confirman la antigüedad de estos árboles en la
zona, que pudieron conquistar las difíciles condiciones del desierto
gracias a su capacidad de crecer como bosques salinos y captar el agua
de napas subterráneas, a pesar de no ser de agua dulce. Alcanzan, por lo
regular, unos 10 metros de altura con ramas espinudas y los troncos que
llegan a un metro de diámetro, que se ramifican en su base; producen
semillas y follaje que alimentan a las ovejas y cabras de la ganadería
de hoy, reemplazando la ancestral de llamas y alpacas.
Gran tamarugo en la Quebrada de Tarapacá.
El milenario escenario del oasis de la Quebrada de Tarapacá.
A los tamarugos se suman otras especies botánicas visibles en las quebradas de la pampa, como los maitenes (Maytenus boaria), chañares (Geoffroea decorticans) y algarrobos (Prosopis alba).
Las cañas en las orillas de esteros y del río Tarapacá son tan
abundantes, que desde antaño han sido utilizadas por los habitantes de
la zona para la construcción de los entramados de adobe y quincha de sus
residencias más tradicionales. Las hay de las especies cortadera (Cortaderia atacamensis), cañaveral (Phragmites australis), junquillos (Scirpus atacamensis), totora (Typha angustifolia) y qosqosa (Equisetum giganteum). Pueden encontrarse también visavisas (Trixis cacalioides), sapamas (Ophryosporus pinifolius), tajtajas (Lophopappus tarapacanus) y brea o sorona (Tessaria absinthioides). Los árboles de pimientos (Schinus molle) se presentan más como árboles ornamentales.
Empero,
los tamarugos de las reservas pampinas de hoy no son los originales que
podrían haberle dado el nombre y el recuerdo imperecedero de la
tradición oral y la toponimia, pues los antiguos bosques donde se
"escondían" los ancestros de los indígenas, fueron casi totalmente
arrasados desde iniciada la fiebre calichera y convertidos en leña, por
lo que se debieron realizar grandes reforestaciones de recuperación.
Más
de 17 mil kilómetros cuadrados donde estaban estas concentraciones de
bosques tarapaqueños, fueron convertidas en más desierto áspero y
muerto. Ya en 1886, Guillermo E. Billinghurst informaba en su "Estudio
sobre la geografía de Tarapacá":
La
influencia de los bosques en la lluvia está tan comprobada por
numerosas y recientes observaciones que no hay como dudar de que la
desaparición de ellos, en el Tamarugal, ha cambiado, a este respecto, el
régimen meteorológico de la pampa.
En
total, unas 60 mil hectáreas verdes fueron totalmente arrasadas, como
recordaba el diario "La Estrella de Iquique" del domingo 20 de agosto de
1967, en el artículo "Corfo transforma la pampa". Se calcula que
solamente unas 3 mil hectáreas de las que hoy existen, podrían
corresponder o provenir del antiguo bosque regional, lo que explica la
distribución en forma ordenada de rejilla de estos bosques mirados desde
el cielo, además de sus perímetros rectangulares, algo esperable del
resultado de una operación de trasplantado masivo.
Las
primeras plantaciones fueron realizadas con algarrobo a fines del siglo
XIX, aunque en el sector del poblado central de Tarapacá sólo habrían
sido colocados con éxito 643 ejemplares, según datos publicados en "La
irrigación en Tarapacá" de Billinghurst, en 1893.
Posteriormente,
hacia 1920, el industrial salitrero Luis Junoy materializó un nuevo
plan de reforestación de tamarugos en más de 1.000 hectáreas completadas
por el año 1947, lo que explica también ese descrito orden artificial
de grilla en que están plantados y distribuidos los árboles. A estos
esfuerzos se suman otros posteriores, como planes forestales y ganaderos
CORFO de 1963 y 1967, y otro programa CONAF de 1983, que han sumado más
de 100 mil hectáreas de tamarugos distribuidas entre Zapiga, La Tirana y
Pintados.
Protegidas
desde 1987, estas reservas dan, sin embargo, sólo una idea parcial y
muy tenue de cómo debieron lucir antaño esos maravillosos bosques y
legendarios refugios verdes, de los también primeros habitantes de
Tarapacá.
Comentarios recuperados desde el lugar de primera publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarGAM24 de abril de 2018, 11:10
...eso fue como el asunto de los "orcos, Sauron y el bosque", en el Sr. de Los Anillos...no hay idioma para referirse a tal afrenta.
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Mauricio18 de mayo de 2018, 23:08
Es mucho más al sur, pero recuerdo que en un libro de Básica decía que el nombre original de Copiapó era San Francisco de la Selva de Copiapó, por la abundancia de árboles que desaparecieron a causa del pastoreo de cabras.
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