MONUMENTO A JUAN GODOY: HOMENAJE A LA LEYENDA MINERA Y A TODA UNA ÉPOCA EN ATACAMA
Vieja postal fotográfica coloreada del monumento y su fuente de aguas original. Fuente imagen: blog del Museo Regional de Atacama.
Coordenadas: 27°21'50.17"S 70°20'33.25"W
Como
es de esperar, la Región de Atacama ofrece una singular exuberancia de
leyendas mineras, que incluyen las clásicas historias de yacimientos
fabulosos de oro o plata, tesoros perdidos y criaturas fantásticas
asociadas a la presencia de riquezas, como el pájaro alicanto, el duende barreterito
y los "mineros fantasmas" de mantos abandonados en Cerro Copiapó,
Sierra de las Ánimas y al interior de Tierra Amarilla e Inca de Oro.
Empero,
hay personajes relacionados directa o indirectamente con mundo minero,
de carne y hueso, que también pasaron a ser leyendas y parte de la rica
mitología de la provincia, como el "cuentero" Cayetano Tile Vallejo, el revolucionario constituyente Pedro León Gallo, el catador industrial y aventurero Manuel Rodríguez González o el Padre Negro fray Crisógono Sierra y Velásquez.
Ubicado exactamente en el principio de las tradiciones mineras de
Atacama, el caso de Juan Godoy pertenece a este grupo de
hombres-leyendas.
En
la plaza enfrente de la Iglesia de San Francisco de Copiapó, en la
Alameda Manuel Antonio Matta con la calle Juan Godoy, se encuentra la
singular estatua a este personaje, uno de los monumentos más antiguos de
Chile, anterior incluso a los primeros que tuvo Santiago, como el del
General Ramón Freire (1856) y el del Abate Juan Ignacio Molina (1860),
ambas en la Alameda de las Delicias, o el de don Diego Portales enfrente del Palacio de la Moneda (1860).
Lo
sorprendente de todo es que Juan Godoy era sólo un hombre común y
corriente, modesto y la mayor parte de su corta existencia anónimo, al
que la vida trató sin mucha consideración, a pesar de haber sido el
generador de una de las épocas más prósperas de la historia del país. He
ahí la razón de seguir siendo reverenciado en la provincia.
Juan
Godoy era un pastor de cabras, luego agricultor y leñador. Era de
origen mestizo, nacido en 1800 en la localidad de San Fernando, a la
sazón un caserío indígena de los suburbios de la Villa de Copiapó,
surgido de un cacicazgo generacional. Hijo de padre no reconocido y al
que nunca conoció, tomó el apellido Godoy por una decisión de su madre
la indígena Flora Normilla, al hispanizar el suyo. Sus biógrafos señalan
que fue bautizado en la Catedral de Copiapó en 1805, y que el acta
correspondiente se encuentra en el libro N° 8, página 93, del archivo
eclesiástico de la misma.
Mucha
de la infancia y buena parte de la juventud de Juan se le fue
trabajando para ayudar a su madre, como indica el clásico historiador
Carlos María Sayago en su "Historia de Copiapó". Por esto, la historia
de cómo una persona pobre y analfabeta como dejó para la posteridad su
nombre y dignidad de este antiguo monumento copiapino, también ronda
casi en lo mítico, casi como la confirmación de una leyenda tipo
Eldorado o la Ciudad de los Césares.

Mineros
chilenos de Atacama, siglo XIX, en ilustración del atlas del
naturalista Claudio Gay ("Atlas de la historia física y política de
Chile", Imprenta de E. Thunot, 1854). Fuente imagen: Memoria Chilena.

A
la izquierda, propaganda electoral de Matta, Gallo y sus aliados como
candidatos parlamentarios; a la derecha un típico minero chileno del
Norte Chico del siglo XIX.

Minero chileno retratado en "Chile ilustrado" de Recaredo S. Tornero, 1872.
José
Joaquín Vallejo, cronista y escritor más conocido como Jotabeche,
describió el encuentro de Godoy con la fortuna, en un artículo del
diario "El Copiapino" del 16 de mayo de 1845. Lo propio han hecho
Ricardo Larraín Bravo, en sus "Biografías sucintas de algunos próceres
de Chile", en 1939, y ya más cerca de nuestra época Oreste Plath
la resume en su "Geografía del mito y la leyenda chilenos". La
historia, con algunos matices, es bien conocida y forma parte ya de la
propia identidad o folklore de la región atacameña.
Godoy trabajaba reuniendo leña para el llamado ingenio del Molle,
de la fundición minera que existía en el sector de la Cuesta Grande al
Sur de Copiapó. Sucedió que un día en que arreglaba la carga de uno de
sus asnos a unos 50 kilómetros de la ciudad, pasaron unos guanacos en la
distancia y salieron corriendo sus perros galgos tras ellos, por lo que
el trabajador salió con ellos para intentar darles caza por la
desembocadura de la cuesta Pajonales. Tras correr por los cerros
persiguiendo uno de los guanacos que corría hacia la sierra de
Chañarcillo, los perdió de vista y llegó hasta un lugarcillo en donde
decidió descansar a la sombra de unas algarrobilla. Pero al tenderse
allí, descubrió que estaba en un enorme yacimiento de plata. Jotabeche
completa la particular historia:
Sentose
a la la sombra de una de ellas, apoyando la espalda contra las rocas.
Un minuto después, ¡Chañarcillo estaba descubierto! Godoy había
reclinado su cabeza en el crestón de barra y plomería que desde siglos
de siglos estaba declarando la opulencia de la veta descubridora...
En
efecto, acababa de dar accidentalmente con el mismo yacimiento que
convertiría en magnate minero a don Miguel Gallo Vergara: el mineral de
Chañarcillo.
Otra
versión de la leyenda, también abordada por Plath, dice que Godoy llegó
a la mina siguiendo en realidad las indicaciones de su madre Flora
Normilla, quien le reveló la ubicación de esta extraordinaria veta
argentífera ya en su lecho de muerte, hacia 1830, poniendo fin a un
largo secreto de generaciones de indígenas del valle. También hay una
creencia según la cual Flora guardó riguroso silencio de la ubicación de
este tesoro natural, hasta que se enamora y comete la infidencia,
poniendo a su hijo en la urgencia de inscribirla.
Sayago
tiene su propia descripción de esta historia, en su entretenido libro
sobre Copiapó, que ha servido de base a muchos otros relatores de este
hallazgo y de la vida de Godoy:
Una
india del pueblo de San Fernando, llamada Flora Normilla, habíase
establecido por allí con su majada, asentando su choza en la punta de
Pajonales, dando vista a un cerro cubierto de vegetación y que parecía
un tanto desprendido de la sierra.
Cuando
al caer el sol recogía sus animales, en muchas ocasiones llegaba don
Miguel Gallo a descansar en su choza para continuar su viaje al ingenio
del Molle; la india siempre lo atendía con cariño y le ofrecía que
participara de su mate o de los cabritos de su majada.
Una
vez, notándolo intranquilo por sus trabajos de minas y conocedora ella
misma de sus afanes por esta misma industria, díjole, así flojamente sin
que el señor Gallo hiciese mucha atención, que ella podía librarlo de
tantas afanosas diligencias haciéndolo dueño de una riqueza que tenía
encontrada muy cerca de su choza.
En
varias ocasiones repitiole lo mismo y con la misma flojedad, pero
Gallo, preocupado siempre con sus minas de cobre, su ingenio de
fundición y las leñas de las quebradas, con que lo alimentaba, no aceptó
tal revelación como cosa cierta, sino como un exceso de agasajo de
parte de la buena india o más bien como un deseo de posteridad en sus
negocios, y cada vez que le tocará pasar por la punta de Pajonales,
seguro de encontrar a la cariñosa Flora, sacaba de sus alforjas algunos
regalos para ella.
Poco después, la Flora Normilla murió.
Por
ese tiempo, un hijo de ella, llamado Juan Godoy, joven, bien
constituido y fuerte para los trabajos serranos, estaba en el ingenio de
Chañarcillo, ocupado en acarrear leña de los alrededores.
Recorriendo
esos parajes en busca de arbustos que desmontar, muchas veces se
encontró con su madre, ya en el llano, ya en el alojamiento de
Pajonales, y fue él sabedor de la existencia de la riqueza de
Chañarcillo, recibiéndola con ella en sus últimos instantes como una
sagrada herencia cuyo secreto debía guardar sin hacer partícipe a ningún
otro sino al señor Gallo, en obedecimiento a la promesa que ella le
había hecho en diferentes ocasiones.
Esta
circunstancia de la revelación de la madre al hijo, se ha constatado
después contra la opinión vertida de que Juan Godoy hizo el
descubrimiento por una casualidad; el mismo Godoy, interrogado más tarde
sobre este particular, no dio contestación categórica negando la
participación de su madre en el hallazgo, sólo sí añadió, sintiéndose,
que era probablemente ella, al hablar de una riqueza que al señor Gallo,
se refiriese a otra y no a la que él en persona había hallado.
Sea de ello lo que fuere, el hecho es que Juan Godoy fue, para ante el mundo minero, el descubridor de Chañarcillo.
En
su "Diccionario biográfico de Chile" de 1897, Pedro Pablo Figueroa
comulga también con la idea de que fue doña Flora la que reveló la
ubicación de la fastuosa mina a su hijo Juan:
Su
madre fue Flora Normilla, pastora de las sierras de Pelacas y de
Pajonales. Por herencia de su progenitora obtuvo el derrotero del famoso
asiento minero que por su riqueza ha sido denominado el Potosí de
Chile.
Pero
Sayago transcribe también otra versión reportada por Román Fritis, esta
vez en el periódico "El Constituyente" del 16 de mayo de 1964, bajo el
pseudónimo Feliciano de Ulloa. Dice este texto que, hacia media tarde
del día 15 de mayo de 1932, un grupo de unos cuatro leñadores del ingenio
de Chañarcillo ataban lotes de madera en la orilla del camino de la
quebrada, trabajado sacrificado y mal pagado. Uno de ellos, en medio de
las labores, preguntó a Juan Godoy por qué se dedicaba a esto, si ya se
sabía que su madre era conocedora de un lugar en donde estaba oculta una
mina de plata que ahora podía ser suya, cosa que él negó. Habría sido
entonces cuando aparecieron los guanacos en la lejanía y, en esta
versión, los perros de todos los presentes participaron de la cacería, y
así salieron ellos atrás, dando captura a uno de los animales. Godoy,
sin embargo, tuvo que detenerse por un fuerte dolor que lo atacó en el
camino, o un malestar de una enfermedad reciente, por lo que debió
esperar que regresaran.
Continúa
la historia descrita por Fritis con la llegada de los trabajadores
cargando el guanaco muerto y encontrando a Godoy convaleciente. Le
dieron un poco de carne y lo encaminaron para que regresara solo por el
camino del valle. Sin embargo, al ir avanzando, él desvió el camino
hacia el mismo lugar en donde había tenido lugar la cacería y en donde,
secretamente, sabía -o intuía- gracias a su madre que existía el cerro
de plata de Chañarcillo, tal como se lo había enrostrado su compañero de
trabajo. Pasó allí la noche y esperó hasta el otro día, para tomar
muestras del terreno y llevarlas a Copiapó, previniéndose de perder su
tesoro que ya no era tan secreto. Y continúa el autor:
Al
día siguiente ya no era un misterio la existencia del mineral de
Chañarcillo, ni una fábula su portentosa riqueza. Juan Godoy, al pasar
por Tierra Amarilla, había obsequiado a alguno de sus amigos parte de
las piedras que traía, e indiscreto éste, enloquecido con la esperanza
de participar de la suerte del descubridor, reveló a sus conocidos el
importante asunto de que se trataba y les dio las señales que supo
acerca de la situación.
No
se hicieron repetir dos veces la indicación los astutos amarillanos, a
quienes de tan inapropiada manera la ciega prometía sus dones. Ocuparon
el día en aviarse y hacia la noche salieron con dirección a
Chañarcillo, donde la suerte los premió pródigamente. Desde entonces los
hijos de aquel lugar son los primeros a acudir a los descubrimientos,
esperanzados siempre en disfrutar de una dicha igual a la de los que
entonces les dieron el ejemplo.
Juan Godoy se encamina entre tanto a la villa.
Antes
de llegar a ella, encontró a Juan José Callejas, su amigo, y
dependiente de don Miguel Gallo, a quien comunicó lo que le ocurría y el
encargo que tenía de su finada madre para ceder a este caballero la
mitad de la veta que iba a descubrir.
Jotabeche
y Sayago aclaran, sin embargo, que el personaje que se menciona como
Juan José Callejas, era en realidad el viejo minero local y cateador de
profesión Juan José Sierralta Callejas, que hasta entonces "sólo había logrado reunir un caudal fortísimo de experiencia" en
más de cuarenta años reconociendo vetas y panizos de los cerros de la
zona. Él conduciría y orientaría en los primeros trámites a su amigo,
para registrar la mina.

El
monumento con su pedestal y su fuente de aguas originales, en la Plaza
Juan Godoy. Fotografía de Robert Gerstmann. Fuente imagen: sitio web de
Enterreno Chile.

La
Plaza de Juan Godoy o de San Francisco, con el monumento todavía al
centro y la iglesia franciscana atrás. Fuente imagen: Educarchile.cl.

Imagen
de principios de los años ochenta, de la Editorial Antártica ("Chile a
Color"), con la fuente y el monumento en la Plaza Juan Godoy.

A
la izquierda, imagen publicada en el Flickr Atacama Oculto, con la
ubicación antigua del monumento al centro de la plaza y con la Iglesia
de San Francisco de fondo. A la derecha, imagen del monumento ya en sus
últimos años con su antigua fuente y pedestal de hierro, publicada por
Gerardo Melcher en "El norte de Chile: su gente, desiertos y volcanes"
(2004).
Habría
sido el día 16 de mayo de 1832, entonces, cuando Juan Godoy dio con la
mina de Chañarcillo, accidentalmente o no. Él y Sierralta Callejas se
entrevistaron con Gallo Vergara poco después, no bien volvió a Copiapó
el leñador, según detallaran Fritis y Sayago, y así partieron al día
siguiente a inspeccionar el lugar.
Entre
los dóas 18 y 19, la inscribió asociado a su hermano José y a Gallo,
siendo bautizada la primera mina del lugar como "La Descubridora", punto
de partida de la fiebre argentífera de Chañarcillo. En uno de los
archivos de escribanías de la ciudad, se halla el registro de título en
el que se lee:
En
la villa de Copiapó a 19 de mayo de 1832, ante el Señor Juez de Minas,
se presentaron don Miguel Gallo, Juan Godoy y José Godoy, pidiendo una
veta de metales de plata que han descubierto en las sierras de
Chañarcillo, dando vista a la quebrada del Molle y a Bandurrias, e cerro
virgen; su rumbo es, al parecer, de norte a sud. Se les hizo merced de
ella, sin perjuicio de tercero y con arreglo a Ordenanza, para lo cual
les extiendo su registro.
Doy fe - Vallejo.
Desde
ese momento, la vida del menesteroso arriero y leñador tomaría una
vorágine impensada, asombrosa para uno hombre de estrato social tan bajo
y poco preparado para semejante horizonte. Una increíble historia
comenzaba a escribirse para él y para toda la región, por consiguiente.
Tras ese procedimiento -dice Sayago-
se siguieron otros y otros de nuevas vetas y crestones descubiertos; la
oficina del escribano veíase asediada, la mesa del diputado de minería,
llena de peticiones, la villa y todo el valle, en gran movimiento. Por
todos rumbos llegaban gentes al nuevo mineral, numerosos cateadores
recorrían el cerro, recogiendo rodados, peinando vetas, quebrando
crestones, labrando catas.
Las
ganancias eran cuantiosas, y se abrieron nuevas bocas y junto a una de
las minas, bautizada con su nombre, se fundó también un campamento que
pasó a ser un pueblo que también sería llamado Juan Godoy. La riqueza de
Chañarcillo iba a formar algunas de las primeras fortunas mineras del
país y llenaría las arcas fiscales de recursos para la administración y
las obras públicas, cuando estaba recién superada la difícil etapa del ordenamiento republicano.
Las
riquezas de la fiebre allí desatada alcanzaban para varias manos más:
mientras todo esto sucedía, otros dos mineros, Pascual Peralta y José
Vallejo, toman posesión a espaldas del cerro de Chañarcillo, mirando
hacia Huasco, de un campo de bolas de plata, llamándolo "Manto de
Volados", después rebautizado "Manto de Peralta". El leal Sierralta
Callejas, por su parte, encontrará la mina "Bolaco", que compensó por
fin sus años de paciente búsqueda y poca suerte; la misma fortuna
lograrán Manuel Peralta, vecino de Tierra Amarilla descubridor de la
veta "Colorada"; y un barretero manco (había perdido una mano por
explosiones de fuegos artificiales en una celebración pública) llamado Juancho, quien halló una red de vetillas que llamó "Las Guías". Volvamos a la descripción que hace Sayago:
Luego se descubrió el Reventón Colorado, el Manto de Cobos, y así sucesivamente, día a día, hora a hora, era un nuevo hallazgo, una nueva riqueza que salía a la luz...
Todo
el cerro parecía un promontorio de metal: mientras más se le recorría,
mientras más se rebuscaban sus matorrales, mientras más se trepaban sus
riscos y se subía y se bajaba por sus inflexiones, más plata aparecía.
En
alguna futura entrada o varias de ellas, abordaré acá esta
extraordinaria historia de la euforia de la plata en Atacama, que
incluyó la fundación de aldeas, trabajadores que se quedaron residiendo
en cuevas, los infames cangalleros o ladrones sigilosos de plata
(llegando a sacarlas envueltas en tela e introducidas en el ano, en
ciertos casos), las leyes contra robos dictadas por el Gobernador Juan
Melgarejo en 1837, la prohibición de ingreso de mujeres a los recintos
mineros y los alzamientos de peones que incluyeron enfrentamientos con
la policía, entre otros hechos sorprendentes.
A
todo esto, Godoy había contraído matrimonio con Ana Alcorta, también
residente del pueblito de San Fernando en Copiapó y posible hermana del
mítico cateador copiapino Gaspar Alcorta, otro famoso personaje de la
provincia que falleció a los 119 años, en 1877. Se dice que la pareja
tuvo cinco niños, pero se sabe que varios de ellos fallecieron pequeños.





Jotabeche
cuenta que Godoy, que había vivido toda su vida prácticamente sin más
compañía que la de su madre y su hermano, de pronto se vio rodeado de
"amigos" y familiares que decían ser sus tíos o primos, haciéndole
despilfarrar su dinero en fiestas, bebida y mujeres. Toda la fortuna que
había logrado en tan breve tiempo, iría a parar malgastada en fiestas y
apuestas, paseando por las chinganas, cantinas, chiribitiles y garitos
de los campamentos mineros o los grandes centros urbanos.
Para
peor, incapaz de negociar con astucia y probablemente traicionado por
la tentación del dinero rápido, Godoy y su hermano habían vendido a
Gallo Vergara su parte en la sociedad minera por sólo $8.245, pagados
con un sitio en la Plaza de Copiapó (que quedó en manos de José) y el
resto en dinero. El monto era equivalente a sólo un 0,5% de la ganancia
por producción que iba a dar en 1834, que fue de $1.520.000.
El
traspaso de propiedad de los Godoy a Gallo se realizó por contrato del
19 de junio de 1832, apenas un mes después de la inscripción notarial de
la mina, por lo que el descubridor del la misma no llegó a participar
de una parte importante siquiera de los 30 millones de pesos oro (de 48
peniques) que llegó a producir este mineral de plata sólo en sus
primeros años. Del medio siglo de riquezas que entregó Chañarcillo al
país, el cateador sólo saboreó una primera y minúscula cucharada.
La
intención de Godoy al tomar estas precipitadas malas decisiones,
enajenando su parte de la "La Descubridora", había sido cambiar la
actividad minera por negocios comerciales, los que sólo acabaron
arruinándolo tras haberse asociado a Juan Guillermo Zavala, que recibió
$6.000 para establecer el poco fructífero negocio, declarando la
compañía en quiebra al breve tiempo y dejando al minero con sólo la
escritura de promesas de la sociedad. Godoy también terminó de perder a
casi toda su familia, con la muerte de su mujer y cuatro de sus hijos.
La desgracia se había apoderado ya del timón de su vida.
Viéndolo
otra vez en situación menesterosa e incierta, y a pesar de que algunos
han juzgado de forma bastante inquisitiva a Gallo Vergara, la verdad es
que éste le dio la mano varias veces y permitió a Godoy trabajar en "La
Descubridora" con una dobla o pechero, modo que tenía
ciertas libertades y que no superaba las 24 horas semanales... Sin
embargo, Figueroa concluye que "Gallo le obsequió dos veces la fortuna",
y Godoy sólo "disipó en esas dos ocasiones su haber".
Con
aquel empleo, pues, logró reunir la mediana fortuna de $14.000, con los
que se marchó a Coquimbo a trabajar en cuestiones agrícolas. Allá
compró una hacienda en los campos cerca de La Serena, aunque según
algunas fuentes -como Alicia Morel en "Leyendas bajo la Cruz del Sur"-
la propiedad fue una heredad que le compró el propio Gallo a su amigo y
exsocio. Allá contrajo matrimonio en segundas nupcias, teniendo tres
hijos, pero no logró despegar ni apartarse de su mala estrella, viéndose
obligado a una existencia dura y espartana al poco tiempo, otra vez.
Godoy
falleció una década después de su increíble hallazgo de Chañarcillo, en
1842, el mismo año en que también murió el señor Gallo. A diferencia de
este último, que se despide de este mundo convertido en un riquísimo
empresario minero, Godoy muere sumido en la pobreza más absoluta, tanto
así que su viuda y dos de sus hijos de este matrimonio, debieron ser
asistidos por la Junta Minera de Copiapó con un monto de $3.000, a razón
de 12% anual de interés. No hay claridad de que su deceso se haya
producido en Coquimbo, pero sí se sabe que su última posesión era una
pequeña chacra serenense.
Sólo
tres años después de su fallecimiento, en 1845, la villa de Chañarcillo
que lleva el nombre del pastor y leñador devenido en minero, fundada
por la avalancha de aventureros que llegó a trabajar a los yacimientos
desde todo el país, fue reconocida formalmente como tal y con ese título
por el Gobierno del General Manuel Bulnes: Pueblo de Juan Godoy.
Aunque
la aparición las minas de "Tres Puntas", en 1848, permitieron prolongar
y expandir la fiebre de la plata en Atacama, el otrora bullente poblado
obrero de Juan Godoy acabó décadas después en decadencia, y hoy es sólo
un pueblo fantasma, en ruinas. Con el tiempo, sin embargo, una estación
de ferrocarriles y una radioemisora tomarían también el nombre de Juan
Godoy.


Este
monumento fue construido en 1851 e instalado en la Plaza de Armas de
Copiapó. Se supone que fue inaugurado en ese mismo año, idea reforzada
por las placas conmemorativas del mismo, aunque Figueroa aseguró también, en un
momento, que el año de inauguración fue el de 1854.
Allí en la misma plaza lo
observa también el sabio alemán Rodulfo Amando Philippi hacia ese mismo
año, durante su "Viaje al desierto de Atacama" que le encarga entonces
el gobierno, y cuyo registro publica en 1860:
La plaza es regular y espaciosa y la matriz muy bonita (...)
En medio de la plaza se ve una estatua de bronce hecha en Birmingham
que representa a Juan Godoy, el descubridor del mineral de Chañarcillo
en traje de minero. La inscripción del piedestal es esta: "Juan Godoy
descubrió el mineral de de Chañarcillo el 19 de Mayo de 1832, cuya
fuente de riqueza ha elevado a Copiapó a la altura y engrandecimiento en
que hoy se halla. Mandada a construir por la ilustre Municipalidad de
Copiapó, presidida por el digno y benemérito Intendente de la provincia
de Atacama, Coronel de Ejército, Don José Francisco Gana el año 1851".
Inicialmente,
el monumento era una fuente de aguas, y su escultura en fierro y bronce
empinándose a más de 5 metros de altura, fue fabricada en Birmingham,
Inglaterra. Se lo muestra con rasgos que se han juzgado erróneamente
como propios de un minero escosés, irlandés o inglés, y al pie del
homenajeado se leen, desde entonces, los créditos de construcción: "MESSENGER R. Fonts. Maufacturers BIRMINGHAM".
El
pedestal original era de acero, una suerte de pilar poligonal de la
fuente, desde cuyas caras de leones grutescos brotaba el agua hasta la
taza circular de la fontana. Sus colores y texturas metálicas parece
haber perdurado largo tiempo, hasta que comenzaron a meterle manos de
pintura para disimular la corrosión o los rayados.
Cabe
observar que Godoy aparece retratado en una posición serena, con
herramientas propias de la minería primitiva: un martillo combo y un
cincel tipo barreta, según aclara Figueroa. Lleva la típica vestimenta
de estos trabajadores, muy parecidas a las que retrataran Claudio Gay y
Mauricio Rugendas en el país: faja, gorra coscacho, abrigo jerga y manta
sobre los hombros, culero de cuero, faldón abombachado a media pierna
y, curiosamente, la piel completa de un roedor que cuelga del cinto.
Sobre
lo anterior, en las fiestas religiosas de la zona, a veces aparecen
mineros usando estas prendas, por lo que no es vestimenta minera
escocesa ni irlandesa, como aseguran algunos mitos urbanos y creativos
aspirantes a revisionistas, sino la típica de los barreteros, con cierta
semejanza a los mineros de Alpujarras, en Andalucía, como hace notar
Gerardo Melcher en "El Norte de Chile: su gente, desiertos y volcanes".
Tampoco sus rasgos eran de algún habitante de las islas británicas, como
veremos.
A
mayor abundamiento, los historiadores del Museo Regional de Atacama,
Guillermo Cortes Lutz y Danilo Octavio Bruna recuerdan en un artículo de
coautoría titulado "Monumento a Juan Godoy Normilla: cómo vestían los
mineros chilenos durante los primeros 50 años del siglo XIX" (blog
"Historia, Política y Educación", 28 de noviembre de 2014), que el
escritor huasquino Román Espech, contemporáneo a la construcción del
monumento, había aclarado ya que cuando se encargó el monumento, se
buscaron testimonios de quienes habían conocido a Godoy para esbozarle
un aspecto relativamente fiel a la estatua.
Como
consecuencia de la señalada búsqueda de información, se llegó al dato
de que Godoy tenía cierta semejanza física con un arriero argentino
residente en Copiapó. Poniéndose en contacto con él, se le realizó así
un retrato con daguerrotipo, el que fue enviado a Birmingham, además de
las instrucciones sobre la vestimenta, para que los escultores y
metalúrgicos produjeran la imagen del minero.
El
mismo texto de Cortes y Bruna informa, sin embargo, de la posibilidad
de que la obra haya sido fundida en Francia y no en Inglaterra, tomando
un dato señalado en la revista VEA N° 28 de octubre de 1939, donde se
señala que fue hecha en la Fundición Donzel, en el número 72 de la calle
Popincourt de París.
Dicha
información se habría conocido tiempo después, cuando un sismo (no sé
si se refiere al terremoto de 1922) desprendió la cabeza de la estatua y
dentro de ella habría sido encontrada la tarjeta de presentación del
fundidor, que quedó en manos de los editores de la revista.



Figueroa,
sin embargo, defiende la idea de que el traslado y la ubicación nueva
se realizó en 1870, en esta misma plaza de la Alameda que, por cierto,
está muy cercana a la calle Chañarcillo, en cuyo número 150 tuvo
residencia el propio Juan Godoy, según recuerdan los copiapinos. De
todos modos, es conocido que la Fuente de la Minería ya la había
reemplazado en su lugar central de la Plaza de Armas, en el señalado año
de 1863.
La
estatua, hoy de color rojizo, quedó montada justo al centro de la Plaza
de Ávalos, como confirma Recaredo S. Tornero en 1872, en su "Chile
Ilustrado", señalando con precisión que se encontraba al extremo Sur de
la Alameda. Se la hallaba sobre su pedestal de hierro con las cabezas de
leones de bronce desde las que seguía brotando el agua para la fuente
de hierro, más placas conmemorativas y ornamentales del mismo material.
Como
aparecerá después al centro de la entonces llamada Plaza San Francisco,
es presumible que pudo ser modificada la posición de la misma en años
posteriores, pero no tengo claridad de esto. Las muchas capas de pintura
blanca sólo ocultaban el óxido y la progresiva destrucción que había
ido acumulando la pieza en estas partes del monumento, además.
En
épocas que siguieron, volvería a sufrir cambios. Remodelaciones
urbanísticas en el mismo sector de la Plaza de Juan Godoy y la Plaza de
San Francisco, involucraron un traslado del monumento desde el centro
del área verde y sus senderos hasta la esquina de la Alameda. De esta
manera, perdió su ubicación central y también le fue modificada la base,
reemplazada por una de concreto que intenta mantener la misma geometría
y diseño, ya en nuestro siglo. También le fue retirada la taza de la
fuente, siendo reemplazada por una grada de escalones circulares
concéntricos.
Aunque
el monumento conserva los leones y las inscripciones con detalles de la
ortografía de la época, no me parece que las placas del monumento sean
tan antiguas como se señala a veces, aunque se lee en ellas lo mismo que
reportó Phiippi a mediados del siglo XIX. En la situada en la cara
frontal de la base, lleva inscrito:
JUAN
GODOY DESCUBRIÓ EL MINERAL DE CHAÑARCILLO EL 19 DE MAYO DE 1832 CUYA
FUENTE DE RIQUEZA HA ELEVADO A COPIAPÓ A LA ALTURA Y ENGRANDECIMIENTO EN
QUE HOY SE HALLA.
En la placa de bronce posterior, en cambio, podemos leer:
MANDADA
A CONSTRUIR POR LA YLUSTRE MUNICIPALIDAD DE COPIAPO PRESIDIDA POR EL
DIGNO Y BENEMERITO YNTENDENTE DE LA PROVINCIA DE ATACAMA CORONEL DE
EJERCITO DON JOSÉ FRANCISCO GANA EL AÑO DE 1851.
Las
placas u ornamentos laterales del mismo pedestal, lamentablemente han
sido robados o destruidos, quedado sólo los canales del encaje para los
tornillos. Las que quedan no lo han pasado mejor, sin embargo:
constantemente son rayadas con plumones o pinturas aerosoles, y deben
estar limpiándose de forma permanente.
Figueroa
ya desalentó hace mucho tiempo a los puristas y los infaltables
críticos del viejo monumento, esos que lo encontraron mediocre,
desproporcionado o sin gran sentido artístico, cuando sentenció en su
diccionario de biografías de fines del siglo XIX:
Este
monumento conmemorativo define claramente el carácter del pueblo de
Atacama, pues en él se glorifica el trabajo en un humilde hijo de la
multitud. Tal vez sea este el único monumento de su especie y de su
significación popular en la América.
A una conclusión curiosa llegará décadas después Salvador Reyes, en su trabajo "Andanzas por el desierto de Atacama", de 1963:
Copiapó
levantó una estatua a Juan Godoy. Es un poco como si la ciudad se
hubiera erigido una estatua a sí misma, porque la aventura de Godoy es
mientras otros viven la dolce vita.
Por
idealizada que esté acá la estatua de Juan Godoy, entonces, el
monumento nos otorga una iconografía: una imagen para asociar y recordar
a aquel hombre que cambió, con su descubrimiento, la historia de la
región atacameña y la del propio país, aunque poco pudo gozar como
tributo de estos beneficios.
Mensaje recuperado desde el lugar de primera publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarUnknown25 de enero de 2018, 03:01
Trabaje en un proyecto minero en Copiapo y alojaba a media cuadra de esa estatua. Ahi me contaron que esa estatua la hicieron a la rapida, porque se gastaron el dinero original y desde afuera mandaron a hacer cualquier tipo que se pareciese al personaje. Lo anterior me lo contaron, asi que yo no digo nada. Anècdota
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