EL REGRESO: MIS RECUERDOS DE UN ARRIBO A PUERTO MONTT
Fuente imagen: www.visitingchile.info.
Nota:
luego
de mucho tiempo extraviadas, pude encontrar unas notas de viajes con
una aventura que había tenido por el sur de Chile, cuando viajé
(para variar, solo) partiendo en enero de 2008. Para mí fue todo un
hallazgo, pues en tanto trajín por todo Chile he botado o perdido todas
las hojas de notas de este tipo que había tomado más o menos desde 1993
en adelante. Todo el escenario que describo del antiguo terminal de
buses ha desaparecido y se ha construido allí uno más moderno. De hecho,
los trabajos se llevaron también vestigios de la antigua costanera y
algunos restos del ferrocarril, en lo que pronto será la nueva cara de
Puerto Montt de frente al Pacífico. He aquí el texto de mi segunda
visita a la ciudad, entonces, luego
seis años de ausencia:
19 de enero, 23:30 horas:
El
viaje para acá, hasta Puerto Montt, ha sido exactamente lo que pensé
merecer: un infierno. El peor de todos. Si los israelitas creyeron
ganarse un capítulo bíblico entero por su Éxodo a través del desierto,
es porque entonces no existían los buses de xxx con su servicio
Concepción-Puerto Montt, pasando y deteniéndose hasta en el caserío más
piñuflo que encuentre en el camino. Más de diez horas con el c*** en una
ventosa y con la cabeza perdida…
Debo
haber bajado un kilo o más en estos dos días, deshidratado, mal
alimentado (no sirvieron nada en la mierda de bus) y más encima
durmiendo a puras penas.
No
terminé de poner el primer pie en el puerto (en el terminal de buses) y
se me arrojó un grupo de damas ofreciéndome a mí y a los demás
pasajeros alojamientos. A diferencia de los comerciantes de Santiago,
ellas son aquí extraordinariamente prudentes y comedidas; no insisten si
alguien no muestra interés (al principio, así fue conmigo) y son
solidarias entre ellas, como si compartiera con justicia el negocio.
Tras
unas vueltas, me tomé y comí una cazuela de ave en un restaurante del
sector, frente al supermercado. Barato, bueno y satisfactorio después de
mi día con una pequeña porción de alimento en el estómago: pan de
salvado y centeno, con queso crema y mucha agua mineral.
Al
terminar, recapacito sobre el lugar de mi alojamiento y me devuelvo al
terminal, tras hacer compras en un supermercado. Una de las mujeres de
la terminal me pasó su tarjeta ofreciendo hospedajes y le llamé. Se hace
llamar Ely, es “extrañamente” hermosa: de unos treinta años, según
calculo, de ojos tristes y pero bellísimos. Contengo todo instinto de halago, pues en su tarjeta se presenta como
“señora” Ely… Con eso me basta. Acá en el sur las
mujeres son naturalmente muy atractivas, es algo que ya aprendí hace varios
años, para nada explícitas ni recargadas en sus ademanes como sucede en otras
latitudes. Es un sentido casi innato en ellas.
Estoy
ahora en la habitación, una marcada con el número 6 de su casa,
exactamente en la azotea, segundo piso. Por primera vez puedo ver de
frente, más bien casi por encima, el cartel luminoso colgante de una
botillería situada justo en los bajos de esta residencial, en la calle
Miraflores. El barrio guarda sorprendente semejanza con esas calles
curvas y en pendientes de Valparaíso. Ely me comenta que este sector de
la ciudad puede ser peligroso en las noches y que me cuide si salgo.
Parece que todos los puertos de Chile deben cargar con este estigma, por
desgracia... Todos, sin excepción, pues invariablemente siempre escucho
la misma advertencia.
Por
$ 6.000 tengo pieza propia por una noche, derecho a ducha, a desayuno, a
cocina y TV cable. Aunque la transmisión de esta última debe tener un
sexto o menos de los canales a los que estoy acostumbrado en Santiago,
me basta con que esté el de Jetix con “Los Padrinos Mágicos” (mi lado
más infantil explota luego de grandes jornadas de aburrimiento o
sacrificio).
Luego de pelar al Transantiago por
un rato, poniendo a la gente de la residencial al tanto de las últimas
calamidades de la capital, siento que ha llegado la hora de probar una
cama otra vez, y me retiro a mi habitación. Termina para mí este día y
empieza ahora el desafío de saber llegar ahora a Punta Arenas dentro del
plazo que me he propuesto. Una embarcación sale desde acá hasta Puerto
Natales, y Ely me asegura que zarpan todos los días lunes, por lo que
estaré atento.
Bueno, ahora sí que ha comenzado mi viaje.
Bahía
y ciudad de Puerto Montt en el plano de noviembre de 1859 elaborado por
el entonces Teniente 2° de la Armada don Francisco Vidal Gormaz. Sólo
seis años tenía entonces la joven ciudad (clic encima para ampliar).
20 de enero, 17:25 horas:
Nunca
pensé que sin pastillas para dormir podría pasarme de largo la mañana…
¡Y así fue! Ely entró como a las 11:00 AM y abrió sus enormes ojos
almendrados cuando me vio tirado en la cama todavía, como un ebrio inerte. Lata, porque mi
noche pagada terminaba a las 10:00. Su intención a esta hora, entonces,
era hacer el aseo en el cuarto.
Como
pude me puse de pie, me bañé y comí (tragué; engullí, más bien) con un café en
la mano. Me despedí doblándome en disculpas y viendo cómo cresta
arreglar el día ahora que me atrasé cuatro horas en caso de pretender
salir por tierra a Magallanes.
Una
visita a un centro internet ($100 los 10 minutos, como en Santiago) me
permite sustituir la visita que debía hacer al Sernatur, cuyas oficinas
hoy domingo están cerradas. Tampoco alcanzo a visitar el “curanto
gigante” que en estos momentos se hace en Calbuco. Para la vuelta tendrá
que ser. La ciudad luce un tanto distinta a mi última pasada por allá:
más bella y turística, es verdad, pero también con un comercio más
evidente y dominante. No sé si eso sea un rasgo realmente positivo.
El
viaje a Punta Arenas por tierra exige reservas y es sólo por los días
lunes, tal como me comentó Ely. Además, cuesta como 600 dólares la
habitación single más barata… Esto es un crucero, en realidad, y nada de
popular. Dura 3 días y pasa por el Golfo de Penas, una más de mis
visitas pendientes en el país. De un día a otro, es imposible encontrar
pasajes… Ca*** otra vez.
Bajé
de vuelta a la terminal lanzándome a la apuesta de encontrar pasajes a
Magallanes por tierra, ojala para mañana. Y me rajé: la empresa xxx
tiene para las 10:45 AM. Después de almorzar en Angelmó, regreso acá
tranquilamente a comprar mi boleto. Será un viaje de 30 horas más o
menos, cruzando la Patagonia argentina.
Una
copiosa lluvia de verano ha caído en las horas que espero acá en la
terminal. La habían anunciado por la TV pero los habitantes de Puerto
Montt no le creen mucho a los pronósticos de Santiago, según me contaba
anoche la dueña del restaurante. Tendré que pasar varias horas más, por
consiguiente, inventado maneras de hacer pasar el tiempo. No encuentro
muchas, para ser franco: anoche había tratado de cargar mi mp3 y parece
que lo hice mal; apenas duró unos minutos la carga y debo contentarme
con oír la música ambiental de la estación de buses, interrumpida por el
llanto de cabros chicos e innumerables conversaciones ajenas que fluyen
cerca de mí.
De
cuando en cuando, corta el ambiente la voz de una locutora que cada
cierto rato, anuncia las llegadas y las salidas de los buses. Y mientras
me recargan el aparatito de los mp3 en el mismo local donde compré mi
pasaje, deliro por una cerveza fría. Pero, por los precios que cobran
acá por los schops, prefiero contener los deseos.
El
sol intenta salir entre las bandas de nubes que la Patagonia arroja
hasta acá. No hace frío. Sólo puedo seguir pensando en lo que quedó
atrás y lo que viene ahora… Iré a visitar la ciudad para regular estas
ansiedades. ¡Puerto Montt, hermosa ciudad de comidas sabrosas y mujeres simpáticas, por favor, haz que estas horas se deslicen en el plano del
tiempo con la mayor premura posible!
Puerto Montt hacia 1968. Archivos fotográficos de la Editorial Zig Zag.
20 de enero, 21:00 horas:
En
la terminal, por alguna razón los niños siguen llorando mucho. Supongo
que es un lugar angustiosamente aburrido para ellos. Evitándolos, volví
al supermercado a comprar algunas mercaderías más. Regresé también con chapaleles y milcaos
fritos, entre otras simpatías culinarias que encuentro en los puestos
de comercio del camino. Tuve una larga charla con un señor sobre la
debacle de la industria del pelillo en la cola de la caja.
No
sé en realidad qué haré esta noche. Pretendo guardar más energías y
tiempo para mi regreso a Puerto Montt, así que me quedan como 15 horas
libres aún. Sólo puedo pensar que en Santiago lo resolvería con una
visita al bar Don Rodrigo de Barrio Bellas Artes
y de ahí quien sabe. Pero acá todo cierra temprano hoy: estamos en el
peor día de la semana para la vida nocturna, incluso en pleno y
vacacional verano.
¡Fuerza,
fuerza, saco de hu****! Ya pasé el punto sin retorno de este viaje y
del momento de la vida en que me hallo. Mañana dejaré Puerto Montt con
la promesa de volver; y de volver otra vez... Y volver, siempre.
Mientras tanto, Magallanes te espera.
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