MANUEL CASTRO RAMOS: LA SENCILLA LÁPIDA DEL PRIMER MÁRTIR DEL PERIODISMO CHILENO

 

Coordenadas: 20°12'41.29"S 70° 8'25.34"W (aprox.)
Sorprende lo sencillo de la cripta de Manuel Castro Ramos, en el Cementerio General N° 1 de Iquique. Valeroso profesor y periodista del siglo XIX, su infame y alevosa muerte en manos de agentes abusadores del poder público, lo convirtió en el auténtico primer mártir del periodismo chileno, título que algunos han preferido otorgarle -por error, o a veces no tanto- a otros caídos del oficio, muy posteriores a él.
Apenas se distingue la cripta-nicho solitaria entre las demás sepulturas del camposanto, al final de la misma calle del memorial que recuerda el paso de los héroes del Combate Naval de Iquique por este sitio y muy cerca del mausoleo de la Sociedad Veteranos del 79. Yace ahí escondida, tímida y fría. Sólo una placa de homenaje colocada por sus colegas en 1956 y alguna florcita dignifican la categoría de este hombre que fue capaz de ofrendar su propia vida por la defensa de la comunidad chilena residente en la misma ciudad y del derecho a denuncia, en los albores de la guerra salitrera.
Castro Ramos habría nacido en Santiago el 3 de enero de 1843, aunque ciertas fuentes dicen que era oriundo de Copiapó. Estudió en la Escuela Normal de Preceptores graduándose en 1859, tras lo cual asumió como Director de una escuela fiscal en Santiago. Trabajaba orgullosamente como profesor y, un tiempo después, continuó su labor docente y directiva en colegios de Quillota y Copiapó, hasta 1872 cuando fue designado Secretario Municipal de Caldera.
Íntimamente, sin embargo, Manuel sentía una atracción incontenible con la crónica y el periodismo, comenzando a involucrarse con entusiasmo en esas disciplinas. Deslenguado y sin miedos, a veces excesivamente temerario y atrevido, empezó a escribir como editorialista en distintos periódicos. Su sentido de justicia social y osadía le llevaron a denunciar a personas influyentes que consideró actuaban en contra del interés de la población, varias veces. Según datos que encuentro en la Gaceta de los Tribunales de 1872, además, ese mismo año fue demandado en Copiapó por don José María Zuleta por "injurias de palabras e injurias de hecho", luego que publicara escabrosos antecedentes de un homicidio ocurrido en la ciudad.
En 1873, Castro Ramos se marcha a Antofagasta y participa en el periódico "El Caracolito", creado para y por los trabajadores y familias de los yacimientos argentíferos de Caracoles. Como se recordará, Antofagasta se hallaba entonces bajo administración boliviana, reconocida a condición resolutoria por Chile tras la firma del Tratado de 1866 y luego el de 1874, hasta que sobrevino la ruptura diplomática señalada en el inicio de la guerra y que devolvió la disputa territorial por Atacama al punto muerto de discusión.
En junio de 1874, el periodista se marchó a Iquique y, tras trabajar en una edición local adaptada del diario "El Mercurio", fundó allí mismo y por su iniciativa el diario "La voz del pueblo", que representaba a la comunidad chilena en aquella ciudad tarapaqueña que, por entonces, todavía era parte de la República de Perú. Se estableció con su familia en una residencia de calle Esmeralda con Juan Martínez, trabajando en sus horas libres como empleado de una imprenta para poder reunir los recursos necesarios que la subsistencia le exigía.
A la sazón, se recordará que esta población chilena en los desiertos solía experimentar constantes abusos y tropelías de las autoridades en los señalados territorios, favorecidos por el aislamiento y motivados por el resquemor de algunos oficiales a la presencia chilena. Mientras en Antofagasta la comunidad altiplánica se reducía casi exclusivamente a funcionaros políticos de Bolivia y a personal militar o policial encima de la masa de trabajadores chilenos, no menos difícil era la vida de los residentes en territorio peruano.
Muchas veces, además, la falta de probidad y de ética de ciertas autoridades en tan apartadas regiones servía fertilizante a toda clase de injusticias y hasta crímenes, con muchos casos que han sido estudiados por autores como Gilberto Harris Bucher en su libro "Emigrantes e Inmigrantes en Chile, 1810-1915. Nuevos Aportes y Notas Revisionistas". Muchos de los funcionarios peruanos, de hecho, eran personajes de bajo mérito profesional que iban a parar a estas comarcas más por castigos que por talentos, así que la calidad de muchos de ellos resultaba ser tan estéril como el paisaje mismo.
La Plaza de Iquique, con el Reloj ya instalado, pocos años después de que allí fuese tomado detenido y luego asesinado Manuel Castro Ramos.
Imagen actual de la lápida-homenaje a Manuel Castro Ramos, instalada en 1956 por sus colegas periodistas de Iquique.
En este creciente ambiente de abusos motivados por las fricciones en temas territoriales y por las pasiones de los conflictos de intereses entre las naciones, Castro Ramos interpretó el clamor de muchos de aquellos chilenos que se sentían abandonados por el gobierno central y la diplomacia, y no titubeó en denunciar muchos casos como los señalados, buscando defender a la comunidad de compatriotas y alertar a las autoridades chilenas de lo que estaba ocurriendo en esas remotas tierras. Su actuación, por lo tanto, comenzó a provocar la ira de sus adversarios y no tardó en convertirse en un peligro a ojos de las direcciones locales.
Ya bastante complicado ante la autoridad por su constante defensa a la comunidad chilena, ese mismo año de 1874 publicó en "La voz del pueblo" un extenso artículo editorial titulado "El presupuesto de un Comisario", donde comenzó a denunciar las oscuras maniobras y malversación de recursos de la comisaría policial peruana de Iquique, comparando taxativamente sus gastos reales con sus ingresos declarados. Por entonces, además, los chilenos residentes también eran castigados con constantes cargas de pagos y cuotas fuera de norma, que iban a parar a manos de estos inescrupulosos abusadores del poder, por lo que su denuncia causó escozor y encendió las balizas en toda la sociedad iquiqueña.
La situación desató la ira del principal aludido, el comisario Ricardo Chocano, quien se vio cuestionado y aproblemado después de revelarse su oscuro proceder dentro del cuerpo policial. Para peor, enterado de las denuncias, el Gobierno de Perú ordenó iniciar investigaciones en su contra y de su red de cómplices. Incapaz de aceptar la afrenta y convencido de que Castro Ramos era un peligro para la tranquilidad de los deshonestos, Chocano ordenó hostigar al periodista con el silencio cómplice y quizás la participación directa de las autoridades superiores de la Intendencia en Iquique. Y fue así cómo se consumó la horrible y sangrienta conjura.
El 2 de mayo de 1875, luego de publicar nuevas denuncias contra el trato que recibían los chilenos en la ciudad, Manuel Castro Ramos fue detenido a las 2 de la tarde, por una pareja de policías peruanos compuesta por el teniente José Mariano Valdivia y su acompañante el inspector Pedro A. Castro. Valdivia había leído esa mañana una crítica del periodista en contra de su actuar del día anterior, durante la detención de una mujer. El ofuscado teniente lo abordó en la calle  Tarapacá cerca de la Plaza de Armas de Iquique, más tarde llamada Plaza del Reloj, actual Plaza Prat. Lo hizo, primero, exigiéndole dinero por un pagaré que debía la víctima a un sastre local, a lo que Castro Ramos se excusó diciendo no traer e intentando seguir su marcha. Luego de provocarlo y ridiculizarlo, fue atacado, arrastrado, le tomaron de las manos y lo golpearon brutalmente con sus armas de fierro forradas en cuero amarillo.
No están claros los detalles de lo que fue su calvario antes de morir. Según algunas versiones que circulan, como la difundida por la maestra iquiqueña Sara Troncoso Guerrero, el periodista fue llevado también a la playa, al sector donde estaría después el Teatro Délfico, donde siguió siendo vejado. Ensangrentado por la paliza, sería gravemente herido por un tiro en el vientre dado en el cuartel por el propio Valdivia, luego de un intento final por zafarse de sus verdugos. Como si el tormento fuera poco, habría sido obligado a comerse un ejemplar del periódico donde hacía las denuncias de ese día, y desde allí fue arrojado agónico dentro de una celda local. Tras la terrible tortura, además, había sido golpeado y pateado en el suelo, según denunciaron posteriormente los chilenos residentes.
Cabe hacer notar aquí que una versión popular sobre su fallecimiento surgida en épocas posteriores, dice que habría muerto asfixiado al ser obligado a tragarse esas hojas de papel, siendo descubierto más tarde su cuerpo en las arenas, por unos pescadores. Sin embargo, los antecedentes que aportan investigadores de la época, revelan que la tragedia fue mucho más dramática y sangrienta, según veremos a continuación.

Retrato fotográfico del asesinado periodista, en el folleto "Manuel Castro Ramos. Historia de su muerte" de Pedro Garrido Concha, publicado en Antofagasta en 1904 por la Imprenta Q. Carrera (Baquedano 299-A).

Pequeña ceremonia y romería de periodistas, profesores y alumnos de la Escuela "Manuel Castro Ramos" alrededor de la sepultura, 104 años después de su muerte (Fuente imagen: diario "La Estrella de Iquique"). 
Al enterarse de la detención y la golpiza, y desconociendo qué ocurría en ese momento con el periodista, una turba de unos 500 chilenos corrieron al Consulado en la ciudad exigiendo que intercediera para liberarlo. El Cónsul David Mac Iver, quien constantemente debía intervenir en favor de sus compatriotas ante los opresores y las tropelías, logró sacar del encierro a Castro Ramos tras una discusión con el Prefecto Tizón, aunque el herido sin recibir más atención médica dadas sus heridas rotundamente mortales, agravándose y falleciendo en su casa el 24 de mayo de 1875.
La noticia del asesinato dejó consternada a la ciudad, más aún sabiéndose que la mano del propio Comisario de Policía estaba detrás del horrendo crimen. Sería un compatriota de Copiapó uno de los primeros en alzar la voz en los medios, condenando su salvaje muerte: Pedro Pablo Figueroa, el mismo autor que, en 1884, publicaría en Iquique un libro en memoria del fallecido titulado "El Periodista Mártir. Opúsculo histórico". Por su parte, el célebre cronista Justo Abel Rosales publicó con el pseudónimo de Ruy Blas, una nota revelando los indignantes detalles del crimen de Castro Ramos, en el diario quillotano "El Pueblo", dirigido por don David Olmedo. Se sabe además que un dignísimo periodista peruano, Modesto Molina, también habría atacado a las autoridades de su país por lo que consideró una atrocidad impresentable contra un colega chileno. Otra relación de su muerte fue publicada por Pedro Garrido Concha.
La población chilena organizó espontáneamente una gran concentración protestando por el crimen, alertando a las autoridades policiales por el aire de cuasi rebelión que tenía el encuentro. Intentando justificar lo injustificable, entonces, la Prefectura Provincial dio una declaración en la que culpaba a los chilenos de todo lo sucedido, acusándolos de ser los principales responsables de los actos delincuenciales de la ciudad y de motivar la violencia. Y poco después, probablemente para tratar de amedrentar las masas, en el mismo cuartel policial de Iquique fueron torturados otros tres chilenos, según denunció el Plenipotenciario de Chile en Perú en nota del 10 de junio siguiente, alertado por Mac Iver.
Pasados unos días desde asesinato, la misma Prefectura informó a la autoridad peruana que "conoce los honrosos antecedentes de los jefes involucrados" y que, por lo mismo, no aceptarían que se formularan cargos de culpabilidad imputados por la muerte de Castro Ramos. Aunque inicialmente se habían pedido 12 años para el Teniente Valdivia, totalmente coludido con los abusadores y, en un proceso que fue más bien una farsa puesta en escena, el 28 de agosto de 1875 el Tribunal Supremo de Tacna decidió la libertad de los policías acusados, dejando el crimen en exasperante impunidad.
La muerte del periodista no fue en vano, sin embargo: al conocerse el caso de su asesinato, quizás por primera vez se tomó conciencia en el Gobierno Central sobre la real dimensión de la vulnerabilidad e indefensión en que se encontraba la población chilena. Mac Iver, por su parte, intentó defender heroicamente y dentro de sus limitaciones a estos chilenos allí residentes, siendo objeto de cobardes atentados como la quema intencional en dos ocasiones de su local comercial y luego la prepotente cancelación temporal y unilateral de sus credenciales, ese mismo año de 1875. Debió retirarse en 1878, con su salud afectada y viendo a sus compatriotas en prácticamente total orfandad frente a las odiosidades y resquemores de agentes con peligroso exceso de poder y de potestades ante la población civil.
Mausoleo de la Sociedad Veteranos del 79, en el Cementerio N°1 de Iquique. Hacia el sector atrás del conjunto y cerca de la misma calle interior está la cripta del primer mártir del periodismo chileno.
En la práctica, los abusos de inspectores peruanos contra la población civil chilena continuaron hasta 1879, año del estallido de la Guerra del Pacífico y en el que el territorio pasó a la administración chilena. Empero, como muchos nuevos nombres de héroes y mártires se agregaron a la historiografía nacional tras cinco años de lucha, el nombre de Castro Ramos y su sacrificio fueron pasando al olvido, de alguna manera.
No obstante, las muertes y masacres volverían a humedecer los desiertos, alcanzando su cúspide de crueldad en matanzas masivas como la de Santa María de Iquique, ocurrida precisamente en Iquique. Esta vez eran chilenos disparando contra los propios chilenos, como observara don Nicolás Palacios, testigo y reportero de la masacre. La condición martirial del Castro Ramos en la ciudad, lamentablemente, también se iría viendo un tanto opacada por los recuerdos de nuevos hechos de sangre que han seguido tiñendo Tarapacá, por muchos años más.
Dicen por acá que fue tras la construcción del mausoleo de la Sociedad Veteranos del '79 en el Cementerio General (en 1903) que se propuso trasladar simbólicamente a Manuel Castro Ramos hasta este sitio o alguno cercano, al final del sector de la calle interior Salitrera Mapocho donde está hoy, aunque no tengo certeza de este dato. En la sencilla cripta casi a ras de suelo se habilitó atrás del conjunto, se colocó una lápida-homenaje de mármol con el siguiente mensaje:
AL PRIMER MÁRTIR DEL PERIODISMO CHILENO
MANUEL CASTRO RAMOS
24.V.1875 - 1°.XI.1956
HOMENAJE QUE LE RINDEN
EL CÍRCULO DE PERIODISTAS DE TARAPACÁ
PERSONAL DEL DIARIO EL TARAPACÁ
Y AMIGOS
Además de una calle y de un centro deportivo, una conocida escuela de la ciudad adoptó el nombre de Profesor Manuel Castro Ramos a mediados de los setenta, y también se instituyó un premio del Colegio de Periodistas con el mismo título.
Sin embargo, sospechamos que inclinaciones discursivas, que prenden inciensos a lenguajes políticos con obnubilaciones de un mal entendido latinoamericanismo, también han ido cargando hacia la injusticia el recuerdo de Manuel Castro Ramos; recuerdo cuyo título de verdadero Primer Mártir del Periodismo Chileno -por motivaciones quizás más ideológicas que históricas- llega a ser eludido en la memoria del propio gremio, arrinconándolo en un injusto y muy generalizado desconocimiento de su legado por la libertad de prensa y de información.

Comentarios

  1. MENSAJES RECUPERADOS:

    Sergio Salinas Tapia · Liceo Academia Iquique
    me parece que es una excelente idea reconocer a compatriotas que lucharon por denunciar las injusticias que sufrian los trabajadores chilenos que le daban vida al desierto peruano y que ellos y sus familias fueron perseguidos por el glorioso hecho de ser chilenos. gracias un chileno orgulloso de nuestros antepasado.
    Reply · · 5 · April 23, 2013 at 7:30pm

    Carlos Valderrama Aondio · LICEO DE HOMBRES Nº 3 VALPARAISO
    Me parece bien tú comentario amigo, aunque a algunos no les guste.
    Reply · · 1 · April 24, 2013 at 8:10am

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