LAS VERDADERAS CRUCES DE LA MATANZA DE LO CAÑAS

 

La cruz principal pero menos conocida y accesible, señalando el lugar de los hechos.

Coordenadas: 33°31'53.84"S 70°30'57.54"W

La Masacre de Lo Cañas tuvo lugar el 18 de agosto de 1891, cuando un grupo de conspiradores simpatizantes del bando congresista fue brutalmente arrasado por las fuerzas balmacedistas de la Guerra Civil en el Fundo El Panul, de la actual comuna de La Florida en Santiago, a la sazón propiedad de don Carlos Walker Martínez.
La tradición, sin embargo, había confundido los monumentos originales dedicados a las víctimas con la desaparecida Cruz de Lo Cañas, gran obra de carácter devocional que estaba ubicada en avenida Tobalaba justo enfrente de avenida Walker Martínez, a un costado del Canal San Carlos. Esta pesada y antigua estructura se vino abajo con el terremoto de 2010, pero fue reemplazada por una de ladrillos más sosa en el mismo sitio.
Las verdaderas cruces conmemorativas de la Matanza de Lo Cañas son dos, y están muy al interior de donde se hallaba la referida cruz de albañilería, a unos cuatro kilómetros en línea recta desde aquella, que se extienden mucho más por las sinuosidades y trazados de los caminos. Y aunque el acceso podría ser más directo por este lado de Lo Cañas, siguiendo la línea de la Avenida Central, no lo recomiendo: se llega a una propiedad privada con bodegones y residencias interiores, donde los extraños no son muy bienvenidos ni por hombres, ni por perros, a veces confundibles entre sí por sus modales.
En un artículo de Zorobabel Rodríguez titulado "Una excursión a Lo Cañas", texto que es transcrito por Jorge Olivos en su libro de 1892 dedicado a la misma masacre, se indican las características que tenía por entonces este paisaje, en la ya urbanizada ruta campestre y las desaparecidas viñas hacia la cruz del lugar regado por la sangre de los asesinados:
El fundo todo de "Lo Cañas" es de lomaje o cerro. La parte más próxima al valle la ocupan los viñedos; la intermedia, sembrados de toda especie, y la superior, en la que se hallan las casas de "Panul", una montaba baja y enmarañada, mas no tanto que impida que el pasto crezca, sirviendo para la crianza.
Actualmente, sin embargo, se hace dificultoso el tratar de subir por ese lado del vecindario, incluso por la mala voluntad de varios de los que entran al alto ex fundo interior de Lo Cañas, y que pasan a veces en elegantes vehículos por el camino más allá del final de la Avenida Central, internándose por el recinto privado. Responden de mala gana cualquier consulta, a la vez que esculcan de pies a cabeza con la mirada y generalmente dando respuestas ambiguas sobre la ubicación del lugar de las cruces (deduzco que ni saben que existen), o diría más bien que interesados en recordar al visitante que está en terrenos particulares donde es un extraño.
Cosa absurda es aquella, pues muchos ciclistas pasean por estos senderos y, además, por el lado oriente las calles entre estos loteos están totalmente abiertas y accesibles. Sólo contados trabajadores y residentes que uno encuentra ya en el sector más interior y por el otro camino que describiré, saben realmente dónde están las cruces y qué significan, atendiendo sin problemas las consultas... Los poco hospitalarios, en cambio, ignoran hasta lo más básico de la Matanza de Lo Cañas y no sirven de orientación.
Sector de El Panul donde tuvo lugar la masacre: se observa la cruz metálica conmemorativa y el murallón sobre el cual se cree que fueron puestos los últimos ocho ejecutados de la masacre.
Cruz de fierro en el lugar exacto de los fusilamientos.
Lo que queda de su inscripción conmemorativa.
El murallón de las ejecuciones y la cruz metálica, frente a frente.
La ruta que recomiendo en la actualidad para llegar hasta la cruz de metal que señala el lugar más preciso de la masacre, es la que sale desde más al Sur, al final de las calles Enrique Olivares y Las Tinajas. Se puede ingresar a pie o en bicicleta de montaña por los senderos del Fundo Zabala y del Bosque de El Panul hasta llegar a los caminos de las torres eléctricas de alta tensión, y doblar hacia el norte hasta la proximidad de la quebrada.
Es un lugar lleno de extrañas leyendas urbanas, que hablan de apariciones de criaturas nocturnas impensables, casi lovecraftianas, y de aterradores fantasmas que algunos creen almas en pena de las víctimas de la masacre. A futuro trataré de abordar éstas y muchas otras creencias del folclore local, que incluyen misteriosas galerías subterráneas, rumores de hechicería y presuntas maldiciones que pesaron sobre los lugares donde de decía que fueron sometidos a tormentos algunos de los prisioneros e inquilinos en 1891, como el desaparecido solar de Santa Irene y los bodegones que había en el sector de los potreros.
Desde el acceso a los bosques, se debe caminar entre 1.5 y 2 kilómetros por senderos de casonas y cabañas que parecerían abandonadas si no fuera por los perros que salen desde ella a ladrar a los intrusos. Pero, como dije, algunos residentes y huasos a caballo que por momentos aparecen en este apartado sector, ubican las cruces y pueden orientar al curioso. Se arriba así en los terrenos que pertenecieron al Fundo Walker Martínez y que más tarde fueron propiedad del Instituto Bacteriológico, en los orígenes de Lo Cañas.
El paisaje sigue siendo agreste y rural, pero ha cambiado desde aquellos años en que Rodríguez lo recorría al poco tiempo de ocurrida la masacre. Contaba el autor que se instalaron por entonces muchos carteles de homenaje a las víctimas con proclamas como: "¡Honor y gloria a los mártires de Lo Cañas!", "¡Honor a los que murieron por dar libertad a su patria!", "Gloria a los valientes jóvenes asesinados por el tirano!". Nombres de fallecidos y algunas fechas podían verse en ellos y en las paredes pintadas de cal dentro del fundo, aunque ahora ni siquiera quedan ya esos muros.
La cruz de fierro, primer monumento para las víctimas, está casi en el acceso a una propiedad ubicada en la base del cerro Minillas, unos 200 metros antes del cruce con el Camino Longitudinal Sur por el llamado Sendero de Chile, donde estuvo en el pasado el mencionado fundo del Instituto Bacteriológico. Se llega tomando un senderillo menor que sale hacia los cerros desde el mencionado camino de la línea oriente de las torres, siendo necesario internarse unos 200 metros entre rejas, pircas y un paisaje rural que no debe diferir demasiado desde 1891 hasta ahora, o viéndose incluso más rústico que entonces, pues muchos de los campos y campamentos de inquilinos que antes existieron ya han desaparecido sin dejar huellas.
Aquel es, pues, la cruz del mismísimo sitio donde tuvieron lugar las principales ejecuciones de la horripilante Matanza de Lo Cañas, tras haber sido asaltado el fundo por los gobiernistas y capturados los allí reunidos para complotar.
  
El fragmento de muro donde se también se realizaron ejecuciones, según la leyenda.
Las perforaciones serían rastros de los tiros dados durante el fusilamiento. 

Supuestas marcas de balazos en el muro de las ejecuciones, cerca de la cruz metálica.
Acercamiento al mismo muro y otras de sus marcas.
La sobrecogedora y centenaria cruz está fabricada de fierro forjado. Tiene cerca de dos metros de altura y está montada sobre una base sólida de piedra y concreto, pero cambios del terreno sucedidos en estas décadas han ido agrietando y socavando parte del suelo que la sostiene. Su sitio está rodeado de grandes piedras, que parecen haber sido colocadas deliberadamente allí.
Cabe advertir que la cruz se encuentra justo al frente del trozo de muro que se cree parte de una bodega o murallón contra el cual fueron puestos y fusilados los conjurados del fundo de Walker Martínez. Mirando su superficie de adobe sobre quincha y armazones de madera se puede advertir la presencia de perforaciones que son interpretadas como huellas de las balas de los verdugos. Y la posición de la cruz con relación a esta pared da a suponer que se halla justo desde el lugar donde pudo haberse ubicado el pelotón de fusilamiento o muy cerca del mismo. Entre ambas pasa el sendero que conduce hacia la casa interior del terreno, donde se observa un inmueble con bandera chilena y otro de los perros que ladran coléricamente a los extraños.
Sin embargo, leyendo el citado artículo de Rodríguez, queda impresión de que inicialmente su lugar era ocupado por otra cruz: una de madera, que probablemente haya sido cambiada por la metálica en el aniversario de la masacre en agosto de ese mismo año o después. La pirca, la posición de la cruz y los muros de la bodega descritos a continuación por el autor, parecen coincidir con los mismos que actualmente pueden verse allí en el lugar:
Próximo a la puerta de entrada a las bodegas, y en el espacio que queda entre ella y una pirca de piedra, fueron fusilados algunos de los esforzados jóvenes, no sabemos con precisión el número.
Una cruz de madera, clavada allí por la generosa mano del dignísimo cura de San Miguel don Miguel León Prado, se levanta y parece cobijar bajo sus brazos a las victimas, y nos hace concebir la dulce esperanza de que todas ellas han de ser felices en la otra vida. El mártir al morir debe volar rápido en dirección al cielo. Muere para vivir.
Numerosas coronas cubren la muralla, y tarjetas de deudos, y amigos, y admiradores, adornan la oscura pared de adobes, con caracteres en que se reflejan los más puros sentimientos de fe y amor a la patria.
La cruz metálica que hasta ahora existe allí, tiene pretensiones artísticas con mucho bucle y organicidad de curvas parecidas al período de la herrería decorativa art nouveau. Su diseño guarda cierta semejanza a la llamada Cruz de Santiago, y al centro de su crucero, en un espacio circular, tenía una pieza metálica plana con caladuras formando la siguiente fecha, en caracteres de diseño tipo stencil:
AGOSTO
19 DE
1891
Esta pieza dentro de la cruz se ha ido deteriorando, sin embargo, no sé si por acción de la naturaleza (hay períodos en que la nieve llenaba todos estos paisajes) o por mero vandalismo. El caso es que se ha desprendido parte del círculo metálico llevándose la mitad de la inscripción con ella.
Otras estructuras vetustas que formaron parte del escenario de la masacre de 1891 en El Panul, fueron la capilla del fundo y una bodega con sus muros marcados por los impactos de balas disparadas por los verdugos.

 

Cruz de madera en El Panul... Puede ser el memorial más antiguo de la masacre.
Si la revisada cruz de hierro marcando el lugar de la masacre no es la original, entonces la más antigua de las tres cruces que se han asociado a aquel sangriento episodio sería la menos visible de todas: aquella que está en la loma de un cerrito frente al monte Minillas, al costado sur del terreno donde se halla el escenario principal de la masacre y la mencionada cruz de fierro con los restos de la bodega. Algunos senderos unen a ambas cruces sin grandes desvíos o dificultades para seguir la senda entre la vegetación.
Deduzco que esta es la más antigua, porque la desaparecida Cruz de Lo Cañas del borde del Canal San Carlos debe ser posterior a aquella época, mientras que la metálica del lugar preciso frente al murallón de las bodegas no es vista por Zorobabel Rodríguez en el verano de 1892 cuando escribe un texto referido a aquel sitio, encontrando en su lugar una previa hecha de madera y llevada allí por el sacerdote Miguel León Prado.
  
La cruz de madera de El Panul, sobre la loma.
  
Llegando a la gran cruz de madera.
Empero, es el mismo autor el que confirma ya entonces la presencia de la gran cruz conmemorativa del cerro:
Se nos olvidaba decir que en el potrero, y cerca de las bodegas, sobre un gran peñasco, se ha colocado una gran cruz de madera, que ostenta numerosos letreros.
La estructura se encuentra sobre la mencionada loma, ascendiéndose a ella por unos senderos estrechos saturados de esa vegetación de bosque montano un tanto pervertida, pues intenta arrancarle la ropa a los visitantes con cada enganche o enredo en las innumerables ramas del tupido paisaje. Hacia la parte más alta, donde está la cruz, se observan algunos sillares o escalones de piedra que me parecen artificiales, y que podrían corresponder a antiguos intentos por mejorar la subida.
Se cree que la cruz fue levantada allí por los deudos y familiares de los asesinados escaso tiempo después de lo allí sucedido, anotándose el nombre de algunos de aquellos caídos en su estilizada superficie.
La cruz es bastante sencilla y está en la parte más alta del cerrito, aunque la vegetación no la hace visible desde todos lados del terreno más bajo. Se encuentra empotrada sobre una sólida base escalonada de gradería de roca y concreto, de forma cuadrada y con cuatro niveles. La cruz es de madera, calculo que de unos seis metros de altura, pintada blanca y con un refuerzo metálico en su crucero. Sin duda, debió ser un desafío tremendo el levantar esta estructura allí arriba y que, si bien luce aún firme, el tiempo ha ido encorvándola levemente hacia un costado y su espalda, como si se casara de estar erguida desde hace tanto ya.
 
Vista de la gran cruz desde atrás, con la ciudad de Santiago frente a ella.
Sorprende la altura de la estructura allí colocada sobre el cerro.
Aunque el memorial ya no tiene los carteles que observó Rodríguez en la cola del siglo XIX, su actual superficie agrietada y resquebrajada por el tiempo ofrece una gran cantidad de inscripciones ilegibles, hechas por visitantes y de seguro acumuladas en el siglo y casi un cuarto transcurridos desde que fuera colocada ese mismo año de 1891.
He oído también que el vetusto monumento es de roble, pero no soy capaz de poder confirmar esta característica en los dos grandes tablones de madera que le dan forma. La resistencia al tiempo confirma la calidad de los materiales, sin embargo.
Dicha cruz sería, acaso, la más representativa de las cruces conmemorativas de la Matanza de Lo Cañas, por el hecho de ser la más vieja de las piezas que allí existen y que se identifican como memoriales de las víctimas.
Cabe recordar, sin embargo, que tanto este lugar como el de la cruz de metal han sido acosados por el avance de los proyectos inmobiliarios sobre El Panul, por ahora detenidos a no demasiada distancia de estos bosques y montes. Fue la razón por la cual la Comisión Nacional del Medio Ambiente (CONAMA) solicitó la intervención del Consejo de Monumentos Nacionales, hacia el año 2005.


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